La calle de los libros surgió mientras rebuscaba en algún lugar
de la imaginación. Concentrándome, sobre todo, en superar a la
descarriada fantasía...
Era una noche de tormenta. Yo estaba en mi estudio con los codos
apoyados delante de una hoja en blanco y con los ojos entornados.
Silencio, gotas de lluvia impactando en la ventana y la tenue luz
del flexo hicieron que entrara en un extraño sopor que recuerdo con
calidez. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me vi empapado enfrente
de una estrecha y oscura calle sin horizonte. Tan solo la entrada
se encontraba iluminada por unas destartaladas farolas.
En ese momento una sombra salió de la primera bocacalle con paso
lento y torpe. El espectro iba encorvado sobre sí mismo, y cargaba
entre sus brazos un fardo grisáceo y rectangular que casi le
llegaba hasta la barbilla. Por el esfuerzo que imprimía en dar un
paso tras otro, parecía que la carga era demasiada para él. Cuando
se plantó delante de mí, lo primero que entendí de sus gestos fue
-¿Me ayudas?-. La voz de un anciano surgió enseguida de detrás de
una enorme pila de libros viejos envueltos en unos mugrientos
trapos deshilachados. -Claro- reaccioné. Su nombre era Hermes, y
era el máximo responsable de la biblioteca de aquel lugar y, como
no podía ser de otra forma, una antigua biblioteca que se precie no
se libra de tener una decena de goteras del tamaño de monedas de
cinco duros.
Exhausto, después de varias horas trasladando libros de un lado
a otro, me lo agradeció con una sencilla frase a la que, en su
momento, no le di demasiada importancia. -Muchas gracias -me dijo-,
desde este momento eres libre de venir cuantas veces quieras. Y así
es como empieza la historia de la calle de los libros.
Hablo mucho con Hermes, pero también con un gamusino que se
esconde en la buhardilla de la casa de enfrente, con un poeta que
dice provenir de las estrellas y con los escritores, claro; esas
farolas destartaladas que pasan iluminando la calle de los libros
de una forma única.
Algo más sobre Hermes
Hermes es un tipo muy listo. Tan listo es, que sabe que no sabe
nada. Aun así, cuando pasea por la calle con la mirada clavada en
el empedrado, le llaman la atención al grito de "El tres veces
listo". Se pasa todo el día hablando con los pájaros que pasan por
la calle. Y es muy listo, sí, tanto como despistado. Un día, no
hace mucho, salió a comprar una barra de pan al hornero, y volvió
con las obras completas de Homero. Encorvado por los años tiene
la difícil tarea de solucionar cualquier tipo de acertijo o
duda literaria que surge entre los habitantes de la calle de los
libros. Y creedme cuando os digo que algunas de ellas no son nada
fáciles.
Si te ha gustado, puedes compartir este contenido en las redes sociales:3>