Al "steam" no le va tanto el "punk" como el "pulp". No ha habido
época más grotesca, en cuanto a ficción literaria (pero quizá
muchas más cosas), que la victoriana. Es como encontrarte un
soberano estanque en mitad de un parque inglés. Todo ordenado,
bello, rodeado de setos y flores… pero, bajo esa agua cobalto
impenetrable a la vista, ¿qué se oculta?
La afición de los victorianos al folletín grotesco es de sobra
conocida. No se salva ni Dickens, porque lo grotesco no
necesariamente indica (ni mucho menos) mala literatura. Hasta
"Canción de Navidad" tiene escenas realmente chocantes con el
avaro y los fantasmas, como las tienen "Casa desolada" o "La tienda
de antigüedades". Ni siquiera el cuento infantil permanece virgen
de los toques grotescos, con un "Lewis Carroll" dedicado a
atormentar a una niña de rizos rubios en un país donde la razón no
funciona.
Descendiendo a los sótanos (no por calidad sino por temas) más
oscuros: ¿qué decir de Bram
Stoker? ¿O de Arthur Machen? ¿O M. R. James? Es cierto que
lo verdaderamente "pulp" se inventaría en Estados Unidos, no en
Inglaterra, pero no es menos cierto que la atmósfera victoriana se
extendió fuera de los confines británicos y halló en el puritanismo
y la represión de la Costa Este americana un terreno abonado para
esas historias donde anidaban una violencia y un horror que ahora
nos parecen (erróneamente) fruto de un Tarantino en películas o un
Cormac McCarthy en libros.
Pero las pesadillas de un Poe, un Hawthorne, y los
post-victorianos de la célebre revista Weird Tales -el reino del
pulp- como Sheridan Le
Fanu, Robert E. Howard o Seabury Quinn, nada tienen que
envidiar los terrores modernos. En los cuentecitos "inocentes" de
un Seabury Quinn ya están condensadas muchas de las fobias que
luego explotarán en cine Michael Haneke o Lars von Trier, por no
mencionar a Pasolini, y en literatura el susodicho McCarthy o J. M. Coetzee, entre muchos
otros. Echad un vistazo, si no, a "La casa de las máscaras de oro",
o a "Poltergeist". Claro está, a Quinn los separa de todos ellos un
abismo de mediocre calidad, pero tampoco pretendía tener mucha
cuando escribía sobre su inefable investigador de lo sobrenatural,
Jules de Grandin (una mezcla de Poirot menudo y Holmes francés). En
España podemos disfrutar de algunas buenas versiones al castellano
de este raro escritor heredero de la represión victoriana en
colecciones como Valdemar.
¿Qué tuvo esa época de guantes largos, reverencias, chisteras,
parasoles y educación, para que bullera por debajo un magma de
horrores que luego cuajaría en el dios-molusco de Lovecraft? ¿Qué clase de época
fue la victoriana para alumbrar por igual al diurno Dr Jekyll y al
Mr Hyde noctámbulo?
Mucho más que el steampunk de vapor fantástico de H. G. Wells, el morbo oleaginoso
de los victorianos, el steampulp (esa "pulpa" negra en que se
convierte el protagonista de "Los polvos blancos" de Machen),
refleja la necesidad de una válvula de escape para la máquina de
hierro a toda marcha pringada de aceite y carbón que fue esa época
de belleza científica, ajada moral y severas injusticias.
José
Carlos Somoza