Félix J. Palma

Juego de palabras

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Ópera Magna

ÓPERA MAGNA 

Félix J. Palma

 

Permitidme que empiece con una confesión: durante aproximadamente diez años, estuve viviendo del cuento. Y sin necesidad de hacer ningún montaje con la Esteban. Me estoy refiriendo a los certámenes de cuento, por supuesto, que en nuestro país son muchos, o lo eran en los tiempos anteriores a esta crisis del demonio, que entre otros males, ha rebajado sustancialmente las dotaciones de la mayoría de premios literarios o directamente los ha aniquilado. Pero antes de que Premioscayera sobre nosotros la lima de los recortes, en los felices noventa existían en España cerca de dos mil certámenes literarios que repartían la friolera de mil millones de las antiguas pesetas. Cualquier ayuntamiento, institución, cofradía o peña poseía su concurso de relatos o sus justas poéticas, con las que barnizaban de cultura sus fiestas municipales, divulgaban el nombre del escritor local o sencillamente publicitaban las bondades del pueblo.

Evidentemente, entre los propósitos de estos certámenes no estaba ni está el de permitir a quienes tienen cierta destreza con la pluma poder vivir de ellos hasta lograr publicar en alguna editorial, pero lo hacen. El curioso mundo de los certámenes de provincia, que discurre calladamente junto al mundo editorial, tan impermeable al relato, permite a muchos escritores primerizos becarse la escritura, por decirlo de algún modo. A mí, como he dicho antes, me permitieron comer hasta que logré arribar a los escaparates de las librerías, al igual que a muchos de los amigos que fui conociendo en aquellos años de escritura casi clandestina. Todos hacíamos lo mismo: con recogida dedicación y una incombustible fe en nuestro talento, nos esforzábamos en calzar nuestras historias en las doce páginas estipuladas, ideábamos tramas sobre el ferrocarril, la gastronomía, el medio ambiente, el mar o la Sierra de Segura -porque en los concursos temáticos había menos competencia-, hacíamos cola en Correos emboscados tras docenas de sobres, y luego, cuando sonaba la flauta, recorríamos España en pos de una placa o diploma con nuestro apellido equivocado, y si había suerte, volvíamos también con un talón que nos eximiera de tener que consultar la cuenta corriente Opera Magnaesperando el anhelado ingreso, al que bastaba un baile de concejales para demorarse desesperantemente o incluso no producirse

Y era aquel un mundo tan fotogénico, tan rebosante de anécdotas, de leyendas entre delirantes y casposas, que inevitablemente acabábamos hablando de escribir alguna novela centrada en él. Una novela que captara la idiosincrasia de un mundo que intuíamos terriblemente exótico para los de fuera. Con un amigo, incluso llegué a esbozar una historia en la que un restaurante organizaba un premio de cuento gastronómico para escritores con sobrepeso con el único fin de comerse al premiado. Pero en el fondo, todos sabíamos que, para quien no se hubiese zambullido nunca en ese curioso mundo, sería una novela aburrida y carente de atractivo, pudiera ser que incluso llena de escenas inverosímiles.

Bien, todos nos equivocamos. Novelizar ese mundo es posible. El escritor Vicente Marco, que también ha fondeado en las turbias aguas de los premios de pueblo, lo ha hecho. Y lo ha hecho de manera magistral. Consciente tal vez de lo poco interesante que le resultaría al profano, no se ha limitado a retratar dicho mundillo, sino que lo ha trascendido, usándolo como estribo para auparse a una historia de amistades peligrosas. El resultado es una novela que se lee en un par de tardes, gracias a una historia cautivadora sembrada de vueltas de tuerca y a una escritura minimalista, punzante, rápida. Yo la devoré entre el regocijo y la envidia, fascinado de tener entre las manos un mecanismo de relojería donde cada pieza encajaba en su lugar exacto. "Ópera Magna", que así se llama la obra, ha sido merecedora del último Premio Jaén de Novela, y no debería pasar desapercibida entre la hojarasca de publicaciones que cubren las mesas de las librerías. Además, el escritor valenciano la dedica a sus compañeros de fatigas, es decir, a quienes como yo, nos hemos mantenido a flote gracias a los premios literarios. En palabras del propio Marco:  "a todos aquellos escritores cuya magnífica literatura nace y muere en los concursos y certámenes".

 

Félix J. Palma

 

 

 

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