EN UNA GALAXIA MUY MUY LEJANA
(II)
Félix J. Palma
Y lo fue.
A los diez años no me enteré de mucho, la verdad, pero salí del
cine con la sensación de haber visto algo, efectivamente, fuera de
lo común. Algo que ya nunca olvidaría, pero sobre todo, algo que yo
también podía imaginar.
Y durante meses eso hice, imaginar historias como aquella con la
ingenuidad de un niño sobrecogido. Imaginar aventuras de caballeros
estelares con armas imposibles por planetas poblados de alienígenas
pintorescos. Y es que, de repente, el cine había dejado de ser algo
serio y formal. Ahora podía ser cualquier cosa. Era como si
Star Wars hubiese abierto una puerta de
mi mente que hasta ese momento permanecía atrancada.
De El imperio contraataca y de
El retorno del jedi tengo recuerdos más
vívidos porque las vi con trece y dieciséis años respectivamente.
Eran los tiempos del vídeo, de aquellas cintas VHS del tamaño de
ladrillos que a veces había que desenredar de los cabezales del
aparato. Y aquel par de secuelas calaron en mi imaginación de un
modo más espectacular, pues cuando vi El retorno del jedi
ya empezaba a barruntar, quizás todavía no que quería ser escritor,
pero sí que quería contar historias. E historias como aquella.
Supongo que muchos de los que hoy practicamos el género fantástico
crecimos hechizados por las aventuras de Luke Skywalker, Han Solo,
Yoda, Obi-Wan y compañía, a las que habría que sumar
Terminator, Blade Runner o los Aliens,
que llegarían poco después, e incluso bodrios como Los siete
magníficos del espacio y otros delirantes carnavales estelares
surgidos a rebufo del éxito de Star Wars. Gracias a esas
películas, ahora escribo lo que escribo y no otra cosa.
Y aunque como fan de Star Wars me
dolió ver las ediciones especiales que Lucas hizo de la trilogía,
cómo abigarró de bichos hechos por ordenador aquellas míticas
escenas que permanecían grabadas a fuego en nuestra memoria, no soy
de los que pone el grito en el cielo porque la Disney vaya a
continuar la franquicia. La trilogía de Star Wars es
nuestra, de quienes crecimos con ella, de quienes aprendimos de
ella, y nada podrá alterar su calidad, ni lo que significó en su
momento para el cine y para nuestras vidas. Iré a ver la película
de Abrams cuando se estrene a un multicine ascéptico, sabiendo que
solo voy a ver un olvidable blockbuster más, y echando de menos a
ese niño de diez años que subía las escaleras de aquel cine de
provincias sin saber que iba a vivir uno de los acontecimientos que
cambiarían su vida, que le convertirían en el que soy ahora.
Félix
J. Palma
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