LA MUJER FANTASMA. UN
MICRORRELATO
Félix J. Palma
Tengo un amigo que guarda en su armario una mujer fantasma. La
otras, las de carne y hueso, no se le dan mal, y por su piso de
soltero impenitente desfila desde hace años un ejército de mujeres
de todo tipo: altas y bajas, rubias y morenas, melancólicas y
risueñas, impetuosas y lánguidas, ágiles y torpes. Algunas tienen
aspecto de guerreras de la noche y otras de bibliotecarias
timoratas, unas pregonan su goce con chillidos exaltados que
retumban en las paredes del dormitorio, y otras viven su disfrute
en un místico recogimiento. Unas arañan como fieras y otras
acarician como si te untaran el cuerpo de mermelada. Pero ninguna
de ellas logra dejar más huella en su vida que su silueta acuñada
en el colchón. Eso sí, no se sabe si por despiste o como ofrenda,
dejan una prenda en su casa. Mi amigo las descubre a la mañana
siguiente, disimuladas entras las sábanas, abandonadas en el sofá o
tiradas en mitad del pasillo, dependiendo de donde comenzara el
ritual del cortejo o les acorralara la pasión. Y las va amontonando
en el armario por si algún día sus dueñas vienen a reclamarlas.
Sin saberlo, esas mujeres trabajan en un proyecto común, pues en
la oscuridad del armario fermenta despacio una mujer fantasma,
construida con sus prendas olvidadas. A veces, mi amigo saca esa
colecta de pertenencias huérfanas y las distribuye sobre la cama:
el jersey verde, el pañuelo estampado, las medias negras, los
pendientes, incluso el estridente paraguas amarillo de alguna que
debió de mojarse de vuelta a casa. Sabe que hay prendas que jamás
conseguirá a menos que opte por robárselas, pero las que posee son
suficientes para dar pie a su imaginación, y no le cuesta dibujarla
sobre la colcha. Son los puntos cardinales que delimitan un cuerpo
nunca visto ni acariciado, un cuerpo inexistente que existe solo
para él. Y no deja de sorprenderle a mi amigo que las prendas
encajen unas con otras sin estridencias, como si todas
pertenecieran a una misma mujer. Incluso le ha puesto nombre a esa
mujer hecha con retazos de otras muchas cuyos nombres ya ha
olvidado, si es que alguna vez los retuvo. A veces, me pregunto si
no escogerá a sus conquistas dependiendo de la ropa que lleven, de
los accesorios que puedan extraviar en su casa, si no deambulará
por los bares y las discotecas como un ropavejero, en busca de ese
cinturón, de esa pulsera que la mujer fantasma le reclama sin
palabras.
La última vez que estuve en su casa, contemplando cómo miraba
las prendas dispuestas sobre la cama, comprendí que mi amigo, que
nunca se enamora, se estaba enamorando de la mujer fantasma, de esa
mujer que andaba construyendo con infinita paciencia, hecha de
migajas de otras muchas, de las partes que más le gustaron de esos
cuerpos que no quiso amar en su totalidad. Para consolarlo le dije
que no se preocupara, que quien más o quien menos hacemos lo mismo:
todos vamos construyendo sin saberlo un amor fantasma, hecho con
piezas rescatadas de amores pasados o simplemente tomadas de
personas que conocemos, un amor con lo mejor de cada casa. Él
sonrió ante mis palabras y me dijo que ya lo sabía, pues tras la
huida de su última conquista, echaba en falta un calcetín.
Félix J.
Palma
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