El Washington Hilton rebosaba con los dos mil periodistas que
habían acudido a la Cena de los Corresponsales donde
Obama, siguiendo la tradición, volvía a hacer gala
de su sentido del humor. El humorista Cecil Strong aludió a sus
canas: "Sus cabellos se ven ya tan blancos, presidente, que hasta
podría sobrevivir a un encuentro con la policía". Obama segregó una
de sus sonrisas cool y todos aplaudieron. Entonces no
sabían que, apenas a sesenta kilómetros, Baltimore
estallaba ante un nuevo caso de brutalidad policial con
trasfondo racial: el joven negro Freddie Grey moría con la
columna vertebral partida a consecuencia de los golpes recibidos
tras su detención.
Cincuenta sombras de un nuevo Grey desprovisto de todo glamur
caían sobre el glamuroso inquilino de la Casa Blanca, incapaz de
abordar el racismo institucional latente en sus
fuerzas del orden. Se diría que, encapsulado en su despacho
oval, solo se preocupa de seguir las batallas de poder de su serie
favorita, The Wire -El Cable-, cuyo
escenario es, precisamente, Baltimore. Pero Baltimore
también es la ciudad de Frederick Douglass, nacido esclavo y
referente de la emancipación de los negros en el XIX. A
mediados del XX y a consecuencia de la desindustrialización,
Baltimore se convirtió en un punto de fuga para los white
flight, los blancos que volaban lejos para no convivir con la
rampante mayoría negra.
La política de Obama tiene algo de eso. Un vuelo en
business a ninguna parte, un cerrar los ojos a la
evidencia, un insultante empecinamiento en ese concepto falsario:
la América Posracial entendida como un paradigma
que dejaba atrás una era de discriminación y prejuicios.
Entretanto, los excesos criminales por parte de la policía se
suceden sin que ningún alto cargo dimita -lo que en Europa nos
parecería intolerable-, sin que Obama se digne siquiera a una
visita de protocolo. No lo hizo en Ferguson, no lo hizo en
Oklahoma. No lo hará en Baltimore. Su alejamiento táctico del
problema, su renuencia a depurar y desmilitarizar sus fuerzas
policiales, remite a su ineptitud para resolver la cuestión
esencial. Y es que cada estallido local remite a un tensión
nacional, porque el drama racial evidencia asimismo un drama
social.
Hoy Obama se ve tan atrapado dentro de este
huracán como lo estuvo Bush a cuenta del Katrina. Entonces la gran
obsesión americana era combatir al Eje del Mal. Sean republicanos o
demócratas, los verdaderos amos de los cables de The Wire
jamás se atreven con los Males del Sistema.
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