"NACIONES
SUICIDAS"
Álvaro Bermejo
Europa y EE.UU. tienden a suicidarse de manera antagónica,
escribe Noam Chomsky: mientras los europeos se
imponen recetas de austeridad, los americanos han optado por
acentuar la raíz especulativa de su economía financiera en orden a
los mismos postulados que llevaron a la quiebra a Lehman
Brothers. A medio camino de esos dos vectores tenemos el
caso de Grecia: la cuestión no es ya el dilema
sespiriano entre pagar o no pagar la deuda que les
ahoga, sino el estricto origen de esa deuda.
Vivir por encima de sus posibilidades, hacerlo a cuenta del
resto de Europa y revertir el descalabro en un argumento
identitario con derecho a decidir -vía referéndum-, no es sin
embargo un contrasentido exclusivo del gobierno
Tsipras. Valdría perfectamente para la Cataluña de
Artur Mas, sin ir más lejos. Aunque la literatura nos
abrume con el viejo lugar común del suicidio por amor a lo Romeo y
Julieta, lo cierto es que también fueron legendarios no pocos
suicidios por una crisis de opulencia. François
Vatel, el mítico cocinero del príncipe de Condé, se quitó
la vida en medio de la fastuosa comida con que su patrón quiso
agasajar a Luis XIV en Chantilly. ¿La razón? El pescado llegó
demasiado tarde a palacio.
Los comportamientos suicidas se encuentran hasta en la
fisiología de la célula. Se llama apoptosis o muerte celular
programada, y sucede cuando las células deciden su autodestrucción
porque reciben mensajes químicos indicando la muerte inevitable del
órgano al que pertenecen.
En su libro titulado 'Colapso', el biólogo
Jared Diamond extiende este proceso al
declive de las civilizaciones y lo remite a la
incapacidad de las élites para detectar los procesos de hundimiento
en curso, unida a la voluntad ciega de mantener su estatus
privilegiado. Es lo que decía en los '60 Arnold Toynbee, el
gran filósofo de la historia: "las civilizaciones no
mueren, se suicidan".
Si Toynbee proponía como modelos la implosión de los
mayas, la caída de Roma o la locura del
III Reich, hoy Grecia nos sirve un paradigma
perfectamente concordante con la filosofía de los nuevos tiempos.
Cuando Sócrates eligió suicidarse antes que rendir culto a
los dioses de Atenas se cuidó mucho de pagar sus deudas,
incluido el gallo que le debía a Esculapio. Hoy el gallo griego
cacarea muy indignado a cuenta de nuestra insolidaridad. En algo
tiene razón, aunque nadie más indicado que él mismo para aplicarse
la lección: debemos aprender a vivir juntos como hermanos, si no
queremos morir separados como idiotas.
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