Álvaro Bermejo

Los papeles de Pickwick

ENTRE SALVAJES

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"ENTRE SALVAJES"

Álvaro Bermejo

 

 Hopis 1-1

Aby Warburg con los indios Pueblo. Nuevo México, 1895.

 

"Ayer, antes del examen físico, atacó gravemente a la enfermera, saltó a una silla y cayó sobre ella, le sujetó el cuello y la boca, de modo que la enfermera no podía gritar. Esta habría perecido si no hubiera estado alguien más allí, pues el paciente posee una fuerza colosal. Durante la noche de ayer, horas y horas de escándalo."

Según los informes psiquiátricos, el paciente tenía una personalidad psicopática que presentaba ideas y conductas obsesivas. En 1918 se había desencadenado en él una aguda psicosis. Intentó asesinar a su familia y también suicidarse. A lo largo de su larga internación alternaba momentos de tranquilidad con accesos de furia descontrolada y delirante, acompañados de niveles extremos de violencia verbal y física. Sus alucinaciones eran extremadamente vívidas; escuchaba voces que, una y otra vez, se volvían contra él y su familia. Su esposa era repetidamente fusilada, y sus hijos ajusticiados para elaborar con sus cadáveres exquisitos manjares. La clínica era una hermética prisión que disponía de refinados dispositivos para eliminar personas. Médicos y enfermeras eran dueños de una hostilidad infinita, intentaban matarlo sirviéndole comida envenenada todo el tiempo. Su médico era el despiadado líder de una banda de forajidos que tenía espías por todos lados. En todo momento se trasladaba con tres maletines llenos de libros y apuntes. Sus momentos más lúcidos eran aquellos en los que hablaba de historia del arte. Según sus médicos, las perspectivas del paciente no eran nada optimistas.

El paciente no era otro que Aby Warburg, un hombre llamado a revolucionar la historiografía del arte desde perspectivas nunca antes experimentadas en la Europa de 1920. Nacido en Hamburgo treinta años antes, en el seno de una familia de banqueros judíos, renunció hacerse cargo de la fortuna familiar y se dedicó a recorrer el mundo mientras estudiaba filosofía, historia y religiones primitivas en las primeras universidades de Europa. Pronto despertó en él una visión singular, no necesariamente surgida de sus pulsiones psicopáticas: bajo el pensamiento racional, cuyo exponente sería el arte del Renacimiento, latía un sustrato de pensamiento mágico, de carácter convulso y dionisíaco profundamente enraizado en nuestra memoria colectiva.

 

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Warburg con un tocado ritual de los indios Hopi. 1895

 

Para entonces ya había viajado a los EE.UU, no precisamente para visitar la Biblioteca del Congreso o el Metropolitan. Su destino eran los desiertos de Arizona y Nuevo México, donde convivió más de seis meses con los indios Hopi, los Pueblo y los Navajo. A su regreso comenzó a organizar la Biblioteca Warburg, un formidable reservorio global de la memoria colectiva plasmada en imágenes. Fue entonces cuando sufrió sus primeras crisis psicóticas. Su internamiento en la clínica neurológica del doctor Ludwig Binswanger, en Kreuzlingen, Suiza,  abrió un paréntesis trágico tanto en su proyecto como en su biografía. 

Nadie supo advertir que se trataba de la crisis previa a un nuevo renacimiento.

 

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Retrato de Aby Warbug. Hamburgo. 1923

 

Si Warburg se inspiró en Nietzsche, su legado iluminaría la obra de pensadores trascendentales para entender las conexiones entre Arte, Antropología y Psiquiatría, como Ernst Gombrich, Erwin Panofsky o el mismo Walter Benjamin. Pero entonces nuestro hombre solo era un "alienado" más, prácticamente un incurable.

Para el doctor Binswanger el diagnóstico era esquizofrenia, una patología crónica que, más allá de alguna que otra mejoría transitoria, jamás le permitiría al paciente arribar a un restablecimiento completo. Todo parecía indicar que Warburg, gran lector del Dante, estaba destinado a vivir el resto de sus días en su propio infierno.

 

 Hopis 4-4

El Infierno del Dante según Botticelli

 

Sin embargo, cuando en 1923 el psiquiatra Emil Kraepelin lo examinó a petición de la familia, se produjo un cambio esperanzador. Su diagnóstico fue diferente al de Binswanger: estado mixto maníaco depresivo, con pronóstico favorable. Su prescripción fue reposo en la cama y administración de opio en dosis paulatinamente decrecientes por algunos meses. Más tarde rediseñó la rutina diaria del paciente, estableciendo un minucioso régimen de actividades que Warburg debía cumplir de un modo estricto. Dado que Kraepelin basaba su diagnóstico y sus tratamientos en concepciones clínicas propias, Binswanger no compartió en un principio su opinión. "Kraepelin - escribiría Binswanger a un colega - denomina neurosis obsesiva a aquello que yo he destacado como constitución esquizoide".

El doctor Hans Berger, que había tratado a Warburg en Jena, fue más contundente. En una carta a Binswanger afirmaba que no podían "echarse casos como éste a la enorme olla del síndrome maníaco-depresivo". A pesar de todo Kraepelin siguió visitando a su paciente y no solo eso: junto con la terapia de opio, le estimulaba a seguir escribiendo todo aquello que pasara por su cabeza.

 

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Rituales chamánicos de los indios Hopi. Arizona (EE.UU) 1895

 

Había descubierto algo esencial: aquel caso perdido, aquel loco  incurable, tenía mucho que contar. Precisamente, porque comenzaba a recordar.

Fue en ese tiempo cuando Warburg comenzó a preparar, junto a su colaborador Fritz Saxl, una conferencia acerca del Ritual de las Serpientes de los pueblos indígenas americanos que había visitado entre 1895 y 1896. La terminó en poco tiempo, y en abril de 1923 la expuso, con abundancia de datos y fotografías, durante una hora y cuarenta y cinco minutos en una sala rebosante de invitados.

 

Hopis 6-6

Chamán de las Serpientes fotografiado por Warburg, 1896

 

Aquellas imágenes nunca vistas -el Chamán Hopi del Culto a la Serpiente, con un enorme crótalo sobre sus hombros y su boca en la suya, las danzas rituales con serpientes, las inhumaciones, las invocaciones-, conmocionaron a su audiencia.  

¿Tenían algo en común las serpientes de los indios Hopi y los Navajo con la Kundalini de los orientales, con la temible pitón que daba nombre a las pitonisas griegas, con los misterios órficos, con la taimada serpiente del Génesis?

El inconsciente colectivo apenas comenzaba a despertar. Pero, a medida que lo verbalizaba, Warburg comenzó a mejorar sensiblemente.

 

Hacia fines de ese mismo año su historia clínica lo muestra avanzando en sus investigaciones sobre arte renacentista, pidiendo a Saxl más información y más libros. Poco después, Warburg recibía la visita de Ernst Cassirer, el gran pionero de la Filosofía de las formas simbólicas  quien, en una animada y extensa charla coincidió con todas las hipótesis de su trabajo. El entusiasmo por su encuentro con Cassirer, quien tiempo después le dedicó su Individuo y cosmos en la Filosofía del Renacimiento, fue equiparable al del día de la conferencia sobre los indígenas americanos. Pero su mente, en adelante, parecía operar en otra dimensión.

 

En vísperas de su alta médica fue trasladado a una villa. Durante los primeros días se sentía completamente perdido. Para orientarse dejaba libros y pinturas en distintos lugares de la casa. Dado de alta en 1924, Warburg se abocó con pasión a la tarea de remodelación y ampliación del Instituto de investigaciones en Hamburgo, basado en su biblioteca de sesenta mil volúmenes que, tras su muerte, en 1929, Saxl, trasladaría a su actual sede en la Woburn Square de Londres.

 

 Hopis 7-7

Izquierda: primera ubicación del Insituto Warburg en Hamburgo.

Derecha: ubicación actual en Londres.

 

 

Dentro de ella, todo operaba como en un capítulo perdido de Alicia en el País de las Maravillas. Por dar un ejemplo, el estudioso que utilizaba el ascensor no pulsaba en el panel un piso numérico. A la manera del índice de un libro, pulsaba "Renacimiento", "Barroco" o "Edad Media", según sus necesidades académicas, y así sucesivamente.

Cuesta imaginar que aquel juego, aparentemente demencial, estaba sentando las bases de una nueva concepción de las relaciones entre Imagen y Pensamiento, entre Arte y Sanación, entre Mente y Memoria, entre Hombre y Cosmos.

 

 Hopis 8-8

Cabeza de Mnemosyne. Museo Arqueológico de Atenas

 

Memoria es una palabra clave en esta aproximación, pues, el año en que se inauguró su Instituto -1926-, Warburg concebía su más ambicioso proyecto: Mnemosyne, un monumental atlas iconográfico destinado a reunir largas series de formas artísticas de las más diversas procedencias, realizadas en distintas épocas históricas y capaces de traer al presente el recuerdo de experiencias del más remoto pasado. El gran salón oval del Instituto fue especialmente diseñado para poder levantar los paneles en donde exponer estas series. Se trataba, ni más ni menos, de ir en busca de la memoria de la cultura occidental a través de las raíces de sus representaciones artísticas.

 

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Instituto Warburg. Paneles del Atlas Mnemosyne.

 

En este grandioso proyecto ocupaban un lugar especial la magia y la ciencia. Warburg sostenía que la magia había permitido a las sociedades primitivas conjurar su profundo miedo a las fuerzas hostiles de la naturaleza. Fundamental en el proceso de separación del hombre de la naturaleza, la magia sentaba las bases culturales que hacían posible el futuro desarrollo del pensamiento racional y del conocimiento científico.

Si esto hoy puede parecernos evidente, Warburg avanzó una conjetura tan inaudita como inquietante. El proceso planteado en su tesis no era necesariamente lineal ni progresivo, podía revertirse: de la ciencia se podía volver a la magia e incluso al caos y los miedos atávicos de las primeras etapas de la humanidad.

 

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Paneles del Atlas Mnemosyne. Instituto Warburg.

 

En un texto autobiográfico de 1922 Warburg describía algunas de las consecuencias del tifus que había contraído siendo un niño. "De ese tiempo - afirmaba - procede el miedo que provocaron los desproporcionados e inconexos recuerdos visuales o excitaciones sensoriales de los órganos olfativos y auditivos, la angustia que provocaba el caos, el intento de poner orden intelectualmente en este caos". El pánico que le tenía a los exámenes escolares durante su adolescencia "reforzó de modo tan rotundo la tendencia a la fantasía fóbica que fue precisamente ella la que mejor amarró allí la cadena de mis miedos y, al mismo tiempo, vio en la ciencia un recurso liberador".

Tanto es así que durante su internamiento psiquiátrico Warburg escribió a su esposa y a su hermano Max una carta en la que sostenía que la tarea científica había sido "el único recurso terapéutico" que había conquistado en los últimos tres años.

El trabajo intelectual acabó por constituirse en una terapia paralela que  lo alejaba de la espiral de delirios y fobias en las que se hallaba sumergido el resto de su tiempo. "Para mí -volvería a escribir a su hermano- el ocuparme de mi investigación es un claro síntoma de que mi naturaleza quiere salir por sí sola de este pantano".

 

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Aby Warburg entre los Navajo. EE.UU, 1896

 

Nos encontramos ante un pensador que hace de sí mismo la materia de su ciencia, pero también con un psicoanalista que desafía la ciencia médica convencional de su tiempo, hasta el extremo de interpretar los rituales de los indios Hopi como psicodramas terapéuticos. Tal vez los viejos cultos mistéricos, como el gran teatro griego en sus orígenes, tenían algo de eso. Tal vez el arte no era sino una extensión "civilizada" de pulsiones salvajes ancestrales conducentes a una catarsis liberadora. Afirmar esto después de Picasso y su culto al arte africano -raíz del cubismo-, no tiene nada de novedoso. En 1926 solo había dos pensadores que se atrevían a sugerirlo: Sigmund Freud y Carl Gustav Jung. Por increíble que parezca, Warburg no se relacionó con ninguno de los dos. Había vivido tres años dentro de una camisa de fuerza. La ciencia oficial, incluso el naciente psicoanálisis, lo consideraba un apestado. Solo en el joven historiador Fritz Saxl, quien se convertiría en su más estrecho colaborador, Warburg encontró el apoyo y la comprensión necesarios para seguir adelante.

En sus Notas de Kreuzlingen, Saxl nos cuenta cómo, durante sus visitas al sanatorio, debía "pelear contra los médicos mi antigua batalla por el reconocimiento de Warburg como científico". Y quizás esa pelea fuera necesaria para que su maestro tuviera "el estímulo de mostrar lo que vale. Y esto sería un camino a la sanación".

Hacia 1923, en una carta dirigida a los directores de la clínica, Warburg agradecía profundamente a médicos y enfermeras la buena marcha de su tratamiento. Pero también señalaba su desacuerdo en un punto: "En una conversación el doctor Binswanger dejó caer ante mí una observación del tipo: "Sí, está muy bien que usted realice su trabajo científico, pero primero ¡cúrese!. Esta clase de concepción me resulta incomprensible y resalto, frente a esto, que yo, desde que estuvo aquí el profesor Cassirer, tengo motivos personales para defender otra opinión. Pues también en esa oportunidad se demostró que mis intentos, continuados por mi parte con energía y bajo grandes dificultades, a pesar de los deplorables instrumentos que aquí tengo a mi disposición, llevaron sin embargo a resultados que permitieron la unión de mis observaciones aisladas sobre psicología del arte, registradas desde hace años, con el material de historia de la cultura que he ido viendo en el curso de mi vida, y quizás no sea exagerado decir que podría bosquejar un nuevo método de comprensión de la historia desde el punto de vista de la psicología de la cultura".

 

Para Warburg no se trataba de curarse para poder hacer ciencia, sino a la inversa. La curación llegaría, en buena medida, gracias a su actividad científica.

 

       

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El doctor Ludwig Binswanger y Yee Nadlooshi, el Hombre Medicina de los Hopi.

 

En la misma carta Warburg consideraba que su conferencia sobre los rituales de los indígenas norteamericanos había sido "un punto de inflexión", un acontecimiento en el que fechaba el comienzo de su "renacimiento". Pero también "un descenso a los infiernos". "Pude morir allá, y lo sabía. Pero también sabía que ese infierno formaba parte de mi terapia, pues sería el primer paso hacia mi sanación". El arte como terapia, el hombre como médico de sí mismo. ¿Quién es el doctor? ¿Quién el paciente?

En el umbral de una Europa al borde del Holocausto, Warburg había descubierto en el estudio de los símbolos de una cultura "primitiva" los cauces de una catarsis tanto individual como colectiva fundada sobre el análisis de la Memoria.

 Sea por la magia, la ciencia o por su propios recursos psíquicos, el camino hacia el restablecimiento de su salud mental, conjurado por sus amigos, los chamanes de Nuevo México, se había cruzado con el que lo conducía a Mnemosyne.

 

Como en una novela de trama trepidante que tuviera como escenario las convulsiones previas a la II Guerra Mundial, en la Alemania de 1927 un visionario doblemente estigmatizado, por su condición de judío y por su diagnóstico paranoide, se aplicó a compilar un ingente archivo de imágenes, por miles de millares, sin apenas textos explicativos, mediante el cual pretendía narrar la historia de la memoria de la civilización europea desde sus raíces primigenias. "No somos tan diferentes a los indios Hopi", parecía decir en cada uno de los paneles que componían su monumental libro abierto, "tal vez incluso podemos llegar a ser mucho peores".

 

 Hopis 13-13

 

Hitler acabó por darle la razón, pero para entonces esa colosal biblioteca de la Memoria -el Atlas Mnemosyne-, había conseguido ser preservada tras una no menos novelesca travesía desde el puerto de Hamburgo hasta Londres. La Guerra arrasó con todo lo que tenía de racional la Europa de los años '30, pero Mnemosyne se había salvado.

 

 Hopis 15-15

Júpiter y Mnemosyne. Escuela Veneciana, 1754.

Szépmûvészeti Múzeum, Budapest

 

No en vano, entre los griegos, esta oscura titánide encarnaba la personificación de la Memoria. Pero no de cualquier manera. Tras unirse con Zeus durante nueve noches, dio a luz a las nueve musas del panteón olímpico. Inspiración y respiración, terapias de creatividad frente a la psicosis y la paranoia. O Eros frente a Thánatos, una vez más con la Mnemosyne de Aby Warbug abriendo las puertas del misterio.  Porque Mnemosyne era también el nombre de un río del Hades, opuesto al Leteo. Según Platón, las almas de los muertos bebían las aguas de este último para no recordar sus vidas anteriores cuando se reencarnaban. Sólo los iniciados eran invitados a beber las del Mnemosyme cuando morían, de modo que pudieran recordar cuanto habían aprendido tras su iniciación en los misterios.  A través del suyo, en las antípodas de la medicina convencional de su tiempo, Aby Warburg concibió una terapia inaudita que sigue siendo avanzada cien años después,  entre los salvajes.

 

 Hopis 14-14

Hombre Pájaro. Emblema de la Memoria.

Pueblo Navajo. EE.UU. 1896

Foto de Aby Warburg

 

 

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