Álvaro Bermejo

Los papeles de Pickwick

LA GRAN QUIJOTADA

Quijotada 11

"LA GRAN QUIJOTADA"

Álvaro Bermejo

 

En la primavera de 2014 elegí un título de Onetti -Juntacadáveres- para glosar la pasión necrófila en torno a los restos de Cervantes. Un año después, tras el solemne parto de los montes que ha sancionado lo que se sabía desde el día de su inhumación en la iglesia de las Trinitarias, no se me ocurre un epígrafe más cervantino que éste: Quijotada. Porque hay que reírse, no cabe otra, de todo y de todos.

 

Quijotada 22 

 

Del analfabetismo mediático que emplea términos como "descubrimiento" o "hallazgo", cuando era del dominio público que el ilustre alcalaíno yacía allá -señalado por un notorio frontón presidido por su efigie-. De la penuria forense, que admite ahora carecer de muestras de ADN susceptibles de identificar sus restos -cuando lo propio sería indagar si quedan en ellos huellas de la diabetes que aquejaba al genio-. De la profanación gratuita, en suma, perpetrada contra un hombre poliédrico que amaba la ambigüedad, la paradoja y el misterio por encima de todas las cosas, y cuya única aspiración póstuma -ni eso le han respetado-, era que le dejaran descansar en paz.

 

 Quijotada 33

 

¿Por qué inició su obra maestra pintando "un lugar de la Mancha" sin determinar ninguno, pues de ninguno quería acordarse? ¿Por qué jugó con el incierto nombre de su hidalgo, que tanto podría llamarse Quijano como Quijada o Quesada? ¿Por qué permutó su locura en cordura, hasta el punto de inocular todos sus lúcidos desatinos en nuestras magras certezas? Precisamente por eso, porque Cervantes, así en su vida como en su obra, trabó un laberinto de espejos sin  término, sabedor de que la mucha fama puede ser la más sutil forma de desconocimiento.

Sucede con El Quijote algo muy semejante a los Evangelios. Todo el mundo los da por leídos, aunque no haya pasado de la primera página. Y si en esta España merecedora de los exordios de fray Gerundio de Campazas vamos más allá, es para sucumbir a ese culto a las reliquias paralelo a la abracadabrante incultura nacional.

 

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Si El Quijote es hoy el libro mayor de nuestro patrimonio, se lo debemos a la fama que recabó más allá de nuestras fronteras, hasta el punto de que el emperador de China llegó a manifestar su deseo de conocer a su autor. Entre tanto, el "genial" Lope lo tildaba de converso, manco, "y por añadidura maricón".  

Así es nuestra España y así es la Cervantesmanía que nos ocupa. Un país que cabalga a golpe de quijotadas, donde lo único que nos importa de los inmortales no es en absoluto su obra, sino el bouquet de podredumbre que acreditan sus huesos.

 

 

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