"JUNTACADÁVERES"
Álvaro Bermejo
Las recientes conmemoraciones en torno al Día del Libro han
tenido como gran protagonista la búsqueda del esqueleto de Cervantes
en el convento madrileño de las Trinitarias, donde el ilustre manco
pidió ser inhumado. ¿Fervor científico o puro morbo
necrófago? Temo que ambas pasiones conecten con la más posmoderna
de las nuestras, como es la gastronómica, y el padre de Don
Quijote acabe servido como un plato de diseño en el Celler de Can
Roca.
Muy lejos de eso, en un París espectacular -c'est le
Printemps-, los franceses se preguntan: ¿Es necesario hacer de
la lectura una causa nacional? Nuestros vecinos afectan una curiosa
paradoja: a medida que decrece el censo de lectores, su valoración
del libro aumenta a ritmo exponencial. Según el Sindicato Nacional
de la Edición los galos otorgan a los libros un grado de
confianza superior a la prensa (16%), la televisión (15%) o
internet (7%), con un rotundo 40%. Y sin embargo, su índice de
lectura ha caído del 57% al 54%. Un drama insignificante si lo
comparamos con la implosión española -estamos a la cola de Europa,
con un 39%-. No obstante diarios como Le Figaro ponen el grito en
el cielo reclamando "una movilización nacional".
La paradoja francesa tiene su anverso en la española: en 2013 se
publicaron en nuestro país más de 80.000 títulos, muy por encima de
los 65.000 de Francia. Somos el tercer productor de libros europeo
y, pese a todo ello, junto con nuestros paupérrimos índices de
lectura, la facturación resulta calamitosa. Verdaderamente nuestro
sector del libro exhibe anomalías dignas de un Expediente X.
Ayudaría mucho a entenderlo la pésima gestión de nuestras
administraciones, comenzando por la del ministro Wert, el
desinterés de los medios hacia todo aquello que no sea comestible
y, sobremanera, la devaluación absoluta de la cultura en nuestra
sociedad.
Pese a ser el autor del primer gran best-seller europeo,
Cervantes murió pobre, "menguado de esperanzas", y limosneando al
Conde de Lemos. Si dan con sus restos confirmarán lo que ya
sabemos: que era diabético, que perdió la movilidad de un brazo,
que apenas le quedaban seis dientes. Sin duda, el mayor homenaje
que cabe rendirle pasa por leer su obra. Y esta, por fortuna, no
está sepultada en ningún convento, sino a la vista de todos en mil
y una ediciones.
¿No sería más urgente que la ciencia indagara por qué hemos
dejado de leerlo? Misión imposible, apostrofan en Francia. En
España huelgan las preguntas: venden más los cadáveres que los
libros.
Álvaro Bermejo
anikaentrelibros no se hace
responsable del uso de imágenes de los blogueros a partir del
momento en que informa que sólo deben utilizarse aquellas libres de
copyright, con permiso o propias del autor