KUNDELATRÍA
Álvaro Bermejo
Milan Kundera, el
personaje preferido de los franceses. Kundera, el escritor más sexy
del año. El perro de Kundera operado de urgencia. La suma de
epígrafes solo es una pequeña muestra de la mitomanía francesa con
relación al escritor que desde los años 70, y tras cada nueva obra,
declara que abandona la escritura definitivamente. Hoy, a sus
ochenta y cinco años, once después de publicar "La Ignorancia",
regresa con "La fiesta de la Insignificancia". Una novela que
parece clonar las tesis de "La insoportable levedad del ser" -la
insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia-,
escrita en forma de parábola humorística, corrosiva a veces, donde
reincide en su visión absurda del mundo.
Tanta insignificancia, sin embargo, contrasta con el bizarro
merchandaising global que la acompaña. Fiel a su imagen como el
alma de Europa, Kundera decidió hace años publicar las primeras
ediciones de sus libros en países extranjeros. Así, esta ha
aparecido primero en Italia, ahora lo hace en Francia, y no llegará
a España hasta septiembre. Todo ello no hace sino multiplicar la
expectación, y aun más los ditirambos de la crítica canónica
que, en París, alcanzan la cúspide de lo irrisorio. No obstante, en
este país apasionado por la cultura se da un fenómeno curioso: todo
aquello que en los foros parnasianos se presenta como sublime, se
ve literalmente despedazado por la otra crítica, no exenta de vacas
sagradas, esa que se escribe en bits. Desde su blog, Frédéric
Beigbeder valora lo último de Kundera como una obra tan moderna
como un lienzo de Vassarely, aunque presentado como una escritura
en kit, en plan móntelo usted mismo, un libro Ikea. No menos
demoledor, Assouline dinamita su estatus de intocable y lo valora
como una monumental decepción. Los personajes resultan patéticos,
los diálogos penosos, el estilo lamentable, la estructura grotesca.
¿Y si todo formara parte de la estrategia de Kundera?
Así como su literatura, por más profunda que se presente, deriva
hacia una decadencia insignificante, se diría que el mundo discurre
por una senda paralela: a más ruido mediático, más insignificancia
real; a mayor banalidad, cifras disparadas en los índices de
ventas.
Al compás del vals de los adioses hemos entrado en los tiempos
de la risa y el olvido. Lo dice la "kundelatría" galopante, pero
también lo dijo Macbeth -la vida es un cuento contado por un
idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada-, y seguimos
igual. Entonces, ¿por qué seguir escribiendo?
Álvaro Bermejo
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