"LA ALQUIMIA DEL TIEMPO"
Álvaro
Bermejo
En una película de
Buñuel, una mujer apresurada que viene de la compra, deja sobre la
mesa una gran bolsa de papel y va sacando y enumerando las cosas
que contenía: "El café, el pan, el azúcar, las verduras, la
llave de los sueños...". Y con la misma naturalidad con que ha
nombrado todo lo demás, busca un lugar para esa llave, que parece
de hierro, como las que abrían las puertas antiguas, aquéllas que
distinguíamos en nuestra calle únicamente por la grave resonancia
de sus aldabas. Un toque para avisar a los del primero, dos para el
principal, y así hasta la buhardilla, que siempre solía estar
ocupada por un personaje misterioso, entre bohemio y proscrito, un
alquimista del tiempo.
Hoy, por esa misma alquimia del tiempo, nada nos tienta tanto
como la posibilidad de que esa llave de los sueños abra dos puertas
a la vez: la del ático de los visionarios y la de los sótanos
de la memoria.
Las
tres pirámides de Gizah y la constelación de Orión
En el Louvre aparece un papiro según el cual
descubrimos que la disposición de las tres grandes pirámides
reproducía exactamente el orden de las estrellas de la constelación
de Orión. En Madrid el Reina Sofía muestra la obra de Wols, uno de
los artistas más enigmáticos del siglo XX, quien componía sus
fábulas visuales innombrables en pedacitos de papel que, asimismo,
aspiraban a un orden cósmico "más allá de la Gran Barrera
Ardiente". En una selva de Méjico unos arqueólogos acaban de
descubrir los jeroglíficos de una escritura que no pertenece a los
aztecas ni a los mayas y que, si se descifra, agregará una nueva
civilización hasta ahora ignorada en la gran memoria del mundo.
Shakespeare y Cervantes
Si hace ya bastante tiempo que se considera al mismo Shakespeare poco menos
que un seudónimo de Marlowe, un investigador cervantino
tan solvente como Martín de Riquer sugirió poco antes de morir una
teoría cuya inquietante posibilidad no es inferior a su alta
categoría quijotesca: el verdadero autor del Quijote apócrifo,
aquel supuesto Avellaneda, fue un personaje de Cervantes, el
bandido Ginés de Pasamonte quien, también estuvo en la batalla de
Lepanto y en el cautiverio de Argel, y que siguió al ilustre Manco
como una prolongación maléfica de su mano muerta, por las vastas
geografías de su desventura.
Recuerdo un 16 de junio en
Dublín, el día en que se conmemora el nacimiento de James Joyce: al
menos tres emisoras locales radiaban sin interrupciones una lectura
de la novela Ulises. Más allá de las voces, de las calles
a las plazas, territorios y personajes dublinescos se confundían en
un "happening" tan festivo como vertiginoso, donde el presente
había sido abolido. También la vanguardista escritura de Joyce no les concedió a sus
protagonistas un futuro: les otorgó la obsesión de un pasado, un
estigma, como el nuestro.
James
Joyce y Lepold Bloom
De hecho, Ulises sólo iba a ser una breve narración que
añadir al volumen Dublineses. El viaje de Bloom a través
de la ciudad, nuevo Odiseo en busca de sus orígenes, se
transfiguraría en un bosque de setecientas páginas: es difícil
tocar el fondo de la memoria. El intelectual Stephen Dedalus y el
vendedor de publicidad Leopold Bloom recorren el presente con los
zapatos lastrados por el barro que pisaron ayer. Es lo mismo que
nos está sucediendo a nosotros. Abrimos los periódicos buscando los
prestigiosos indicios del presente y sólo encontramos la llave de
los sueños en las noticias del pasado lejano. Parece que el
Titanic acaba de hundirse, que Van Dyck vuelve a ser el
pintor de moda, que sólo se debe visitar el Prado para celebrar las
nuevas salas dedicadas a Goya, y que la ruta turística más
celebrada y concurrida del futuro, va a ser el milenario Camino de
Santiago.
Telescopio Hubble / Camino de
Santiago
También parece que fue ayer cuando los astrónomos dejaron
colgado entre dos lunas el telescopio espacial Hubble,
precisamente, para que averiguara la Edad del Universo. De un
universo que cada día parece más joven, tal vez porque cada día el
pasado está más presente. Hoy, tras el éxito de su primera
configuración, otra de las exposiciones de obligado cumplimiento
repite el título de Las Edades del Hombre.
Edad del universo, edad del hombre, edad del tiempo. A medida
que el futuro nos resulta más acuciante, sentimos que nos viene del
pasado una continua y oscura llamada hacia las profundidades del
espacio y de la memoria, hacia los abismos de la tierra y del mar,
hacia el silencio gangrenado y polvoriento de las más antiguas
escrituras. Reconstruir la mítica Biblioteca de Alejandría,
recuperar el código genético de los dinosaurios, recomponer las
osamentas de los neandertales de Atapuerca y, si acaso, ir más
allá, hasta los rituales caníbales del Homo Antecesor.
En el tedioso presente no ocurre nada que pueda despertar
nuestra fascinación. En realidad, no sabemos nada de él, y nos
extraviamos en la ciega proliferación de sus signos como en una
selva inhabitable. Es el pasado casi lo único que nos sucede y,
casi contra nuestra voluntad vivimos entregados a una arqueología
prodigiosa para recordarnos, como en aquel verso de Borges, que la
única cosa que no existe es el olvido. Pues, entre el
laberinto de nuestras circunvoluciones cerebrales, también se
esconde la memoria infinita de todas las generaciones, de tal modo
que es posible descifrar en él hasta el linaje de la primera
Eva.
Miguel
Hernández y Josefina Manresa / Walter Benjamin
Al besar a su amada, Miguel Hernández sintió que en ellos dos se
besaban los primeros pobladores del mundo. Por eso, el más trivial
de nuestros gestos es a la vez una conmemoración y una fundación.
Conozco hombres y mujeres para quienes el presente es una tierra de
nadie: viven como esos apátridas que no pueden avanzar ni
retroceder, y pasan los días atrapados en la sala de espera de un
paso fronterizo, como Walter Benjamin en la estación de Port-Bou.
Lo único que les sucede es algo que alguna vez les sucedió,
una candente noche no abolida por el amanecer, una vida futura que
no supieron alcanzar por falta de inocencia y de coraje. A su
manera, cada día vuelven a desandar los pasos de Leopold Bloom, la
peripecia cervantina de Ginés de Pasamonte, o, como en la última
novela de Enrique
Vila-Matas, la fuga de una Europa fantasmagórica, convertida en
una performance de la Documenta de Kassel, donde el futuro, como el
hombre de Musil, Antecessor de la Posmodernidad,
pierde todos sus atributos.
Enrique Vila-Matas / Karl Krauss
Ese pasado que nunca acaba de pasar resulta hoy omnipresente,
absorbente, totalizador, absoluto, como si tras cerrar las puertas
del paraíso, ya sólo merecieran acomodarse a los hábitos del
purgatorio. ¿Será ésta la lectura final de nuestra época?
Karl Krauss apuntaba que inventamos historias, porque nos falta
el carácter suficiente para no escribir: Pero el tiempo escribe su
historia por sí mismo y por nosotros, con su lenta caligrafía
indeleble. Desencantados con el presente, y proyectando más temores
que esperanzas sobre la página en blanco del futuro, en cuanto nos
dejan solos, introducimos una y otra vez la llave de los
sueños en esa estancia donde el pasado aun tiembla bajo nuestros
pasos. Queremos descubrir en los otros que fueron, una dimensión
oculta de lo que somos y seremos. Una alquimia de la memoria, que
nos consienta la utopía de la transfiguración. Para seguir
viviendo.
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