¿EINSTEIN CONTRA VERNE?
Álvaro Bermejo
Siempre me han fascinado las paradojas del
tiempo. Coincidencias de fechas como la que unió la muerte de Julio
Verne con el nacimiento de la Teoría de la Relatividad. El
creador de personajes tan extraordinarios como Phileas Fogg o el
capitán Nemo, abandonó este planeta el mismo día en que un
genio confinado en una oficina de patentes suiza estableció, en sus
ratos libres, primero nada menos que los fundamentos de la física
contemporánea y, sobre ella, toda una revolución científica que
cambiaría aquella lectura del universo que permanecía inmutable
desde Copérnico, Galileo y Newton.
A decir verdad, el dibujo de su carácter y la biografía de
Albert Einstein parecen una novela de Julio Verne que hubiera comenzado
a escribirse, precisamente, el año en que éste dejó de escribir.
Más allá de la paradoja, resulta muy tentador preguntarse hasta qué
punto las ideas de visionario de Amiens pudieron tener alguna
influencia en el descubridor del Tiempo Permeable. ¿Se
leyeron? ¿Se admiraron? ¿Llegaron tal vez a conocerse?
Hay dos datos acerca de Einsten que, por inversión, demuestran
cómo había leído a Julio Verne: no le gustaba nada la literatura de ciencia-ficción, y llegó a rechazar
fortunas negándose siempre a escribir un libro de divulgación
científica. Ahora bien, salvada la ironía, lo cierto es que
la mecánica de los procesos mentales de Einstein operaba de una
manera muy literaria. Antes que en una pizarra llena de apretadas
ecuaciones, siempre se ha dicho que construía sus teorías "desde
arriba". Es decir, replanteándose las paradojas de la Física como
un juego de creatividad pura, donde primero era la visión y después
la confirmación empírica. "En ocasiones siento que estoy en lo
cierto sin saberlo con certeza", afirmó en cierta ocasión de lo más
novelesca, cuando dos expediciones de científicos se propusieron
poner a prueba su Teoría de la Relatividad. Un mes después, cuando
el eclipse del 29 de mayo de 1929 confirmó sus intuiciones,
respondió con otra frase digna de Verne: "Sólo hubieran podido
sorprenderme diciéndome que estaba equivocado".
Otra idea interesante que acerca las visiones de Einstein a las
de Verne es su concepto de la ciencia como un viaje. Es decir, como
una aventura, que explica tanto la velocidad de la luz como la
obsesión de Phileas Fogg por dar la vuelta al mundo en ochenta
días. Todo el mundo sabe que la luz "viaja" a 300.000 kilómetros
por segundo. Ante esa evidencia, Einstein actualizó la curiosidad
de Phileas Fogg: ¿ qué sucedería si alguien pudiera "viajar" más
rápido que la luz? Respuesta: sencillamente desbordaría el tiempo y
podría adentrarse en un fascinante viaje al pasado, a la manera del
protagonista de La
máquina del tiempo, de H.G.Wells, pero también a la manera
de tantos antihéroes vernianos, como los locos de la misión Barsac,
atrapados en un alucinado viaje sin tregua contra el
tiempo.
Cualquiera de ellos hubiera podido escribir la fórmula, E=mc2, y
ninguno de sus contemporáneos le hubiera entendido. Bueno, alguno
tal vez sí: El demente Robur que desertó del mundo a bordo del
Albatros, o aquel tremendo Herr Schultze en quien Verne trazó un
anticipo de Hitler. Cuando Einstein se dio cuenta de que unas
pequeña cantidad de materia ( m) podía convertirse en una gran
cantidad de energía ( E ) si se multiplicase por el cuadrado de la
velocidad de la luz, seguro que en su mente se produjo una
iluminación atómica y lo vio todo deslumbrante y aterradoramente
claro. La posibilidad de construir un mundo feliz basado en una
fuente de energía infinita, y la amenaza paralela de crear un arma
de destrucción masiva capaz de consumar el apocalipsis en una
fracción de segundo. De esta manera, pese a su ardiente filosofía
pacifista, el trabajo de Einstein contribuyó a la creación de la
Bomba de Hidrógeno y a todo lo que vino después.
Se lo había vaticinado Verne -"Todo lo que es posible se hará"-,
antes de que él mismo coronase así su viaje de ida y vuelta. De las
novelas imbuidas del más optimista de los positivismos, las de su
primer ciclo -como Viaje
al centro de la Tierra-, Verne deriva hacia un pesimismo
progresivamente atroz a medida que observa cómo la ciencia se va
convirtiendo en un peligroso instrumento de poder al servicio de
los imperios. Correlativamente el científico, presentado hasta
entonces con todos los rasgos del héroe moderno, irá degradándose
por los abismos de la inconsciencia o de la demencia, hasta llegar
a la premonición literal de la bomba atómica einsteniana
-lean Frente a la bandera-. En adelante, cada una de sus
novelas aprieta una vuelta de tuerca en su ajuste de cuentas con la
utopía, y hasta se atreve a vaticinarnos un mundo de ideologías
totalitarias sostenidas en el puro terror científico.
"Vivimos una época" -escribe
Verne mucho antes que Orwell- "en la que todo ocurre, en la que
todo ha ocurrido ya, podría decirse incluso. Si nuestro relato no
es hoy verosímil, gracias a la ciencia, lo será sin duda mañana". Y
le responde Einstein, haciendo vibrar un rondó de partículas
subatómicas sobre su violín: "Todo está predeterminado, tanto el
principio como el fin, por fuerzas sobre las que no tenemos
ningún control".
En 1929, Einstein explicó
el universo en términos electromagnéticos. En 1870, la definición
verniana de la electricidad entendida como "alma del universo", fue
valorada como un delirio místico-esotérico sólo apto para mentes
infantiles. Aunque siempre fue un autor de masas, a Verne nunca se
le tomó en serio -de hecho, jamás le abrieron las puertas de la
Academie Française. A Einstein le sucedió algo parecido. Aunque le
concedieron el Nóbel, por más que la ciencia se rindiera ante él,
la opinión pública nunca dejó de verlo como una especie de genio
chiflado, ese científico tan divertido que sacaba la lengua a los
fotógrafos mientras invitaba al mismo Dios a jugar a los
dados.
Jugando con las partículas subatómicas, nada más divertido que
esa observación einsteniana según la cual, a causa del efecto
fotoeléctrico, una misma partícula puede estar en dos espacios
simultáneamente. Entonces, jugando con la paradoja, ¿sería posible
que una misma mente fuera, "al mismo tiempo", Albert Einstein y
Julio Verne?
La respuesta, más que a la física o la literatura, afecta a
nuestra visión de la vida y del conocimiento. Para Einstein, aunque
no leía a Verne, la imaginación era más importante que el
conocimiento: "El conocimiento es limitado, la imaginación
trasciende la idea de infinito". Verne por el contrario, pese a que
nunca imaginó la Teoría de la Relatividad, proclamó que la
investigación científica podía ser la más maravillosa aventura.
Si el Tiempo es la cuarta dimensión del Espacio, nada más justo
entonces que hoy celebremos el reencuentro de dos mentes
infinitamente creativas donde se conjugaron en magnitudes dispares
-como lo verosímil y lo visionario- el sueño de la ciencia y la
ciencia de los sueños.
Madrid - 30 de Enero de 2014 - Álvaro
Bermejo
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