ÁBRETE, SÉSAMO
Álvaro Bermejo
En vísperas de una noche mágica como es la Noche de Reyes, dos
nuevas ediciones de la colección de cuentos más celebrada de todos
los tiempos vienen sin duda muy a cuento para hablar de Las mil
y una noches. Evocamos a Shahrazad, la ingeniosa muchacha que
consiguió esquivar la muerte narrando cada noche un relato
maravilloso ante un califa insomne, y con cada una de sus historias
nos preguntamos si la literatura puede desafiar a la vida. Como en
el desafío del genio ante Aladino, dentro de este libro de libros
arde una lámpara incandescente que ilumina más de dos mil años de
historia. De hecho, en las tablillas de la biblioteca de
Asurbanipal ya existía una que contiene el embrión de las Mil
noches. De siglo en siglo, de Persia a la India, del sánscrito
al chino, hasta el árabe de los abasíes y los omeyas, este
libro-sueño, obra abierta por excelencia, ha venido
creciendo a partir de su propia leyenda sin que se sepa a ciencia
cierta cuál fue su comienzo ni dónde paró su final. Un enigma más,
entre las muchas paradojas que envuelven su misterio y su
sentido.
Por ejemplo, no deja de ser paradójico que ésta, la única obra
árabe incorporada al acervo de la literatura universal, constituya
en su propia cultura un libro marginal y despreciado, mientras que
en Occidente goza de una inmensa popularidad desde que Antoine
Galland emprendiera su primera traducción, en el siglo XVIII.
Pero si esta evidencia ensancha nuestra autocomplacencia, hay otra
paralela que nos invita a una cura de humildad: y ésta viene a
decirnos que toda la literatura europea, en todos sus géneros, es
deudora de las Mil noches. Si hablamos de novela de
caballerías, aquí aparece la primera bajo el yelmo de Omar
al-Numán. Si hablamos de literatura picaresca, hay que pedirle
permiso al viejo beduino y a su cofradía de ciegos. Si queremos
historias de amor, aquí las encontramos en todas sus variantes,
desde la lírica a la satírica, pasando por la trágica. Si
buscamos una buena novela negra, aquí nos espera el primer
detective de la historia, el despistado Djafar al-Bermeki. Si
queremos fábulas de animales al estilo de Calila y Dimna,
historias de trotaconventos a la manera de La Celestina,
prefacios a La vida es sueño, avances del mejor realismo
mágico o cuentos didácticos, incluso discursos sobre las
excelencias de los dos sexos, volvamos a escuchar la melodiosa voz
de Shahrazad, no ya en palacio, sino entre los
fuegos del caravansar donde también se sientan Sindbad y
Alí-Babá.
El primero, viaje sobre viaje, nos hablará del pez-isla, del
inmenso ave rok cuya carne rejuvenece a los hombres, de un caballo
de bronce que se convertirá con Cervantes en Clavileño, y
también de un Polifemo previo al de Homero, como él mismo es un
Marco Polo antes de Marco Polo. Pero, ¿quién es Alí-Babá? Tal
vez un desdoblamiento de Shahrazad, porque no en vano dentro de
esta obra misteriosa todo se da por duplicidades: El poderoso rey
Shahriyar y su hermano Shahzamán, Nur al-Din y su hermano Sam
al-Din, Sindbad el marino y Sindbad el cargador, por supuesto
Shahrazad y su hermana Dunyazad. También los insólitos Efrits, los
genios benéficos o maléficos constituidos de humo y encerrados en
botellas. Dentro del libro, el juego continuo entre sueño y
realidad y, en suma, la doble lectura, culta y popular, durmiente y
despierta, que resume el sentido de todos sus relatos.
Para abrir la cueva del tesoro de los cuarenta ladrones es
necesario detenerse ante la puerta y decir: Ábrete,
Sésamo. Desde la infancia, hemos escuchado miles de veces este
conjuro. ¿Nos hemos preguntado qué significa? Una lectura rápida
nos llevaría a disculparlo como una ingeniosa licencia: Qué
mejor lugar para ocultar un tesoro que el nombre de una semilla
insignificante. No obstante, una lectura detenida podría
ofrecernos no sólo la clave de este abracadabra, sino el
sentido oculto de las Mil Noches.
En sus Meditaciones de la Meca, Ibn Arabí, el gran
místico del Islam, cuenta cómo después de la creación de Adán a
Dios le quedó un poco de arcilla en las manos y con ella creó la
palmera, que es por eso la hermana de Adán. Y todavía después le
quedó un resto de arcilla casi invisible, equivalente, nos dice,
"a una semilla de sésamo". Pues justamente con esa
minucia, nos cuenta Ibn Arabí, creó una puerta que da paso a un
mundo grandioso: Hurqalya o la tierra de la Verdadera
Realidad; el intramundo donde habitan todas las imágenes, el
país de la imaginación, de las ideas y las maravillas.
Si existiera una relación entre ambas tradiciones, si la
historia de Alí Babá recogiera de alguna forma la leyenda sufí,
entonces el relato de las Mil y una noches no sería otra
cosa que una versión popular de una doctrina esotérica. Una especie
de relato iniciático que nos cuenta cómo Alí Babá encuentra la
forma de entrar en el lugar donde se encierran las
verdaderas realidades y la sustancia de las experiencias
espirituales, los tesoros.
Por eso se le hace necesario decir Ábrete Sésamo,
porque la puerta de esa cueva -cuya relación con la caverna
platónica resulta obvia-, es literalmente la Puerta del Sésamo cuyo
paso depara la inmortalidad.
Sin moverse de la alcoba de Shahriyar y en apariencia sólo con
el propósito de eludir su muerte, también Shahrazad inventa la
inmortalidad. De hecho, hasta la versión canónica de las Mil noches
no llega a reunir más de setecientos relatos. ¿Dónde están los
restantes? Tal vez en los otros viajes de Sindbad más allá de
la isla magnética, en la doble vida del califa Harum al-Rashid, a
medio camino entre Damasco y Basora, o en ese tiempo entre la noche
y el alba donde Shahrazad detiene su voz, en el umbral de las
Puertas del Sésamo, antes de adentrarse en otra historia.
Frente a la mujer que cuenta para sobrevivir, Alí-Babá o el
buscador espiritual que ansía la verdadera realidad a través de una
ficción. Y junto a esta paradoja otra más que también es doble. Por
una parte, no deja de ser curioso que una cultura donde las
imágenes están prohibidas haya sido capaz de crear la Teoría de la
Imaginación más profunda y más sutil que se conoce. Tanto
como esa semilla de sésamo que contiene todas las claves de una
mística ancestral, ocultas en la obra más fantasiosa y divertida de
la literatura árabe.
Como en un juego de espejos, esa semilla de sésamo se refleja en
el Aleph de Borges y en el Zahir de Calvino. Pero
también en todo lector que se acerque a este libro prodigioso en
busca de un tesoro. Según como lo lea, niño o adulto, cada cual
encontrará el suyo. Por los tres hijos que le dio durante aquellas
mil noches, Shahriyar liberó a la doncella de su condena a
muerte como hacía con todas las de su harén después de quitarles la
virginidad. En realidad, Sherezade le dio mucho más. Le regaló mil
vidas y una más que es siempre la nuestra. Es decir, la de todo
aquél que pronuncia el conjuro, Ábrete Sésamo, para
adentrarse en esa Tierra Virgen de todos los Imaginarios. Mil y
una noches, mil y una lecturas. Libro de muchos, tesoro de
todos.
Álvaro Bermejo
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