Álvaro Bermejo

Los papeles de Pickwick

¿Qué celebramos?

 

¿QUÉ CELEBRAMOS?

Álvaro Bermejo

 

La pregunta se puede hacer a la manera de Balzac quien, una Nochebuena, engulló un centenar de ostras regadas con cuatro botellas de vino blanco, o a la de Víctor Hugo, cuya fruición navideña le llevaba a devorar las langostas sin quitarles el caparazón y a rematar la cena con un bocado de carbón, para destruir "las corrupciones del estómago".  La Navidad tiene un punto orgiástico que podemos denostar. Lo atribuimos al materialismo, al hedonismo ambiente, al paganismo ancestral, y no nos equivocamos. Pero es precisamente esa porosidad la que ha cimentado su universalidad.

Desde Helsinki a Ciudad del Cabo significamos esta efeméride presuntamente cristiana con abetos poco o nada habituales en el portal de Belén. Tal vez porque antes estaba el solsticio de invierno y el tronco en la chimenea -del que deriva nuestro Olentzero-, en torno al cual se reunían los escandinavos para pasar la noche más larga del año. Llegó el cristianismo y lo sustituyó por otros símbolos, el del nacimiento del Redentor, rápidamente homologado al de la Luz. Y también llegó Charles Dickens, el inventor de de Navidad en familia. Antes de su Cuento de Navidad se salía de casa para ir a la misa. Dickens propuso un ritual inverso: reunirse en casa. Esa Inglaterra que definía los rituales domésticos pasó el testigo a los EE.UU.,  donde se reinventó a su vez la figura de Papá Noel. Tal como lo conocemos hoy, nació de una ilustración del Harper's Bazaar, en 1886. Una década después absorbió a san Nicolás, el dispensador de regalos, para reforzar el carácter de la fiesta familiar.  Y acabó imponiéndose hasta en el mundo judío a través de Alemania: en la Europa de comienzos de siglo los niños judío-berlineses reclamaban regalos para parecerse a sus amigos cristianos. Pero un cristiano que decora un abeto rinde culto a los dioses olvidados de la Europa hiperbórea, mientras que un judío que enciende su candelabro Hanuka en Nochebuena, más que el éxodo de los Macabeos, ilumina los periplos de Santa Klaus.

 Exponente de la civilización global, la Navidad como paradoja multicultural también implica una segunda paradoja en lo que afecta al ámbito familiar: a mayor desestructuración, mayor énfasis sobre las bondades de la familia tradicional. Vuelta a los clásicos en un tiempo en que hasta nuestros dioses mutan.

¿La emergencia ecologista acabará configurando un nuevo mundo con Gaia como diosa tutelar? Es otra buena pregunta para no atragantarse de tanto espíritu navideño, con las ostras de Balzac. 

 

 Madrid -  20 de Diciembre de 2013 - Álvaro Bermejo

 

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