Vida y Destino
Sorprende la capacidad de la vida de colarse por las rendijas de
momentos oscuros, de imponerse en situaciones límite. La realidad y
la literatura dan cuenta de esta fuerza arrolladora presente en
escenarios variadísimos. Es el caso de las inolvidables escenas de
la novela de Vasili Grossman, Vida y
destino, cuyo eje es la batalla de Stalingrado.
Esta obra no sólo es un alegato en defensa de la libertad de los
individuos contra el totalitarismo, sino, además, un testimonio del
coraje de los seres humanos en circunstancias terribles. Personas
que sobrellevan la indignidad en silencio, se debaten en la duda,
sufren con la incertidumbre, temen las represalias, se sienten
turbadas y con miedo a morir.
Pese a los brutales intentos por suprimir toda expresión de
humanidad, siempre es posible, bajo la mirada de Grossman, que
brote la piedad y la bondad. Una luz de esperanza, que, a modo de
ilustración, se revela en un pasaje en que una mujer rusa, rota por
el dolor que le han infligido los soldados alemanes, se abalanza
sobre un prisionero alemán con la intención de agredirlo. Acaba,
sin embargo, ofreciéndole un trozo de pan. Es un gesto que ni ella
misma, pasmada, logra comprender, así como asombra que la vida
llame incluso en circunstancias extremas.
Le ocurre a un oficial ruso, acusado de traición y sometido a un
interrogatorio interminable. Se niega a firmar una confesión falsa
y cuando el juez instructor le dice: "Si el enemigo no se rinde,
hay que aniquilarlo", él sólo piensa que quiere dormir y antes
rascarse los pies descalzos y ponerlos en alto. También la judía
Sofía Ósipovna agota la última gota de vida en la cámara de gas,
donde consume su inclinación maternal. Se abraza estrechamente a un
niño recién conocido y condenado, asimismo, a morir asfixiado.
Comentario de los lectores:
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