Una voz venida de otra parte
Es cierto: la atracción y el espanto corren parejas. No es
extraño, pues, que La Desconocida del Sena se haya vuelto
leyenda. El suceso ocurrió a fines del siglo XIX: el cuerpo sin
vida de una joven fue hallado en el Sena. La muchacha murió
ahogada, fue expuesta durante días en la morgue parisina y nadie
reclamó su cadáver. Carente de signos de violencia, se sospechó que
su muerte se debió a un suicidio. Hasta aquí una historia más entre
otras. Sin embargo, la belleza de La Desconocida del Sena embelesó
a uno de los empleados de la morgue, el cual inmortalizó su rostro
en una máscara mortuoria. Desde entonces ha sido fuente de
inspiración artística, debido a la fascinación que despierta su
contemplación. Su semblante sereno, con los ojos cerrados y de
sonrisa tan fina como viva, parece querer hablar de felicidad en la
muerte. Sentirla cercanamente plácida y a la vez inasequible
recuerda a esa niña de uno de los poemas de Samuel
Wood, el doble del poeta Louis-René des
Forêts. De ella habla el escritor Maurice
Blanchot en Una voz venida de otra parte. Es éste
uno de los textos que dan título a uno de sus libros. La niña solo
se deja ver en sueños "en la plena luz de su gracia" o "sosteniendo
una vela que sopla como con pesar para que no se la vea
desaparecer."
"Ella solo se deja ver en sueños/ Demasiado bella como para
adormecer el dolor", se lee en el poema de Des Forêts, añadiendo
Blanchot: "y, por el contrario, agravándolo, puesto que ella sólo
está ahí merced al sueño, presencia de la que se sabe al mismo
tiempo que es engañosa. ¿Engañosa?"
Prosigue entonces Des Foréts: "No, ella está ahí, y efectivamente
ahí / qué importa si el sueño nos engaña. (…) Un sueño, pero ¿hay
nada más real que un sueño?"
Imposible arrancar a la niña del sueño para preguntarle, porque
interrogarla es perderla. Como venida de otra parte, solo dormimos
para verla. En la razón diurna no se aparece, al igual que acceder
al misterio de La Desconocida del Sena requiere cruzar al otro lado
e ir hacia ella en la muerte. Un modo de atravesar la belleza como
última barrera frente al horror o, en cualquier caso, frente al
último silencio. Mientras tanto, entablamos amistad con la voz
venida de esta parte y su única herramienta: las palabras que,
según Des Forêts, "siguen siendo nuestros amos en todo/ puesto que
hay que pasar por ellas para callarse." Al fin y al cabo, "todo lo
que habla está hecho de carne mortal" y el resto es silencio.
Silencio hecho de una vela a punto de apagarse en manos de una niña
o de unos ojos definitivamente cerrados y una sonrisa tímida en un
rostro apacible.
Comentario de los lectores:
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