Una tregua
Este artículo se engendró en el mar. Entre brazada y brazada, las
palabras iban avanzando al frente con la finalidad de sanearse.
Nadaban y nadaban, bajo un cielo turbio, escurridizas y libres como
los peces. Tenaces y a su aire. Guiadas por la necesidad de dejar
atrás la pérdida de su dignidad, se decían unas a otras que no
nacieron para la coartada ni para calumniar. Ningún pretexto que
avale cualquier injusticia o cualquier sufrimiento. Tampoco
banalidades. Siempre contra las artimañas y contra todo
oscurantismo, a muerte. Y antes, invisibles, de puro blanco que
desean volverse. Limpias como la primera luz, reverberantes sobre
el mundo.
Nadaban y nadaban las palabras en el interior de este artículo que
se abría paso en las aguas cóncavas y saladas. Mar abierto donde la
inmediatez no existe y universo líquido en el que se puede recortar
el espacio en el lugar en que empieza a molestar o a doler.
Braceada a braceada hacia su propia integridad, las palabras se
afanaban en escucharse concatenadas en las voces de escritores que
han sabido auscultarles el alma. "Hecho de polvo y tiempo,// el
hombre dura menos// que la liviana melodía…// que sólo es tiempo."
Un prodigio, los versos de Borges, poeta de lo eterno concebido
como simultaneidad de presente, pasado y futuro. Tal vez, un ahora
intemporal, duración instantánea pero ilimitada que incluye todas
las edades. Todas y ninguna, un motivo contra la soberbia y en
defensa de la humildad que termina haciendo "polvo la historia",
haciendo "polvo el polvo."
Avanzaban y avanzaban las palabras, sus pulmones intoxicados, en
busca de oxígeno y dispuestas a dar la cara frente a la atmósfera
envenenada. Nunca sucumbir, dialogaban unas con otras, al tiempo
que repetían mar adentro los versos de Borges mediante los cuales
confiesa con honestidad su mayor pecado cometido: no haber sido
feliz.
Altas olas embestían contra las palabras que se revolcaban,
invencibles, en el oleaje. Resbaladizas, cada vez más ligeras en su
blancura anhelada, se iban alejando. Nunca servir al discurso de
los garantes de la infelicidad de los demás, se les oía proferir
cuando ya sólo eran un punto, a la vista de los bañistas, en las
despejadas aguas.
Comentario de los lectores:
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