Anika entre libros

Una P a Millás (Premio Planeta 2007)

Antonio López del Moral, octubre 2007


Antonio López del Moral

AntonioldelmoralNada que objetar al premio de Millás. Si alguien merece reconocimientos es él. Último genio de la literatura en España, Kafka modestito y alucinado, irónico con frenillo y humorista hiperbreve y cargado de intención, Millás, cuando calla, es que calla de verdad, Millás no se baja de los altares porque nunca quiso subir a ellos, aunque pudo, Millás entrevista a Vargas Llosa como un disciplinado becario, y al tiempo ejerce su independencia de forma sutilísima y genial. Millás visita, observa, viene, ve, vence y vivisecciona, Millás atesora lo extraño del mismo modo que otros coleccionan lepidópteros, Millás sonríe con sonrisa de Mona Lisa, como si supiera algo que nosotros ignoramos, y la realidad, siempre tozuda, viene a darle la razón. A caballo entre Raymond Carver, Chéjov, Kafka y un amanecer de invierno con Frenadol, Millás obviamente pasa frío cuando escribe, y de su nariz gotea un resto sempiterno de atardeceres acristalados. Nunca has sido, Juanjo, un premio P, porque los premios P son otra cosa, ni son premios, ni son P, son algo que te cae sobre la espalda, como un baldón, y que después deberás arrastrar toda tu vida, y de lo de que algún día, o alguna noche, en una cena de amigos, tendrás que disculparte entre risas, velas, sorbos de vino y tensión acumulada. Pero tú excedes la P, la cubres de telarañas y la expones en un rincón de tu alcoba, como un trofeo absurdo de pelo y cutículas, una madre de Norman Bates, momificada y peligrosa, una sombra de nuestra propia personalidad, envuelta en dientes.

No es que la P en cuestión sea más digna porque se la hayan dado a él, pero podría decirse, a la contra, que Millás no pierde dignidad al recibirla: siempre ha sido capaz de dar una vuelta a la realidad, y quizás por eso tiene su lógica este premio, que poco o nada tiene de literario. Mindundis televisivos, señoritas de couché, rutilantes payasos, palafreneros babeantes y cabareteras de la cultura con bandeja de bollos, se han alternado en la recepción del P con viejas glorias, valores en retirada, cuando no en caída libre, egópatas con informativo propio, premios Nobel desgastados por la poltrona y algún que otro hallazgo final, una última perla que su autor, antes de morir, quiso regalarnos. El P es un premio que no se escribe, se diseña, se piensa, se proyecta, y luego, cuando ya está todo atado y bien atado, se propone a su autor, muy en la línea de los grandes lanzamientos editoriales. Como reconoció el del informativo que citaba antes, en una histórica "pillada" emitida en youtube, "el último libro no lo he escrito yo, no puedo, ¿cómo voy a hacerlo? Me lo han preparado…".

Pero Millás no se deja atrapar, Millás no sale en youtube, aunque podría, Millás es el negro de sí mismo, el esclavo liberado que todos llevamos dentro, el orgullo racial sin raza que escribe desde la soledad, que, como él mismo nos explicó, era esto. Nuestro hombre pone orden en el desorden de su nombre, un caos perfectamente organizado en su inmensa miniaturización. Desestructura, aliena, mira y sonríe, y su perplejidad terrible vuelve a brillar, como el diente de oro del cadáver de la canción. Hay mucho Millás en la P, aunque la P no tenga nada de Millás, hay costuras estrechas, y voces roncas, hay calles de Praga, noches de bosque y ruido de dolor, ese dolor que todos llevamos dentro y que él convierte en extrañeza, en sorpresa, en rumor y en cotidianeidad. Artista de lo cotidiano, orfebre de ese ángulo del horror que describía Cristina Fernández Cubas, Millás escribe sus propios libros, Millás es, y sólo por eso merece este y todos los premios que quieran darle, merece incluso que le den una P, y que se la den incluso también al otro tipo, Boris, la cara mediática del tema.

Porque el P. forma parte de la tradición cultural de este país, en la línea de la prensa del corazón, los cotilleos de peluquería, Tómbola, los toros, el fútbol y Bety la Fea. Cuando no sabes qué regalarle a tu cuñado, le regalas el último P., más que nada por putearle. El P. queda muy bien en las estanterías, lleva forros en papel couché, como corresponde a su importancia, pesa lo suyo, para dar la sensación de que vale lo que cuesta, y viste mucho en el metro, allí donde las miradas se escurren tras las atroces colinas de la primavera. Hubo un tiempo en el que el P. era una forma de salir de la mediocridad, una vía de esperanza, es decir, como entonces no escribía casi nadie, cualquiera capaz de componer una novelita, enseguida se decía, "la presento al P". Pero ahora escribe tanta gente que no hay tiempo de leer lo que se envía, y los manuscritos languidecen sobre las mesas sin abrirse, y los agentes ya no aceptan más obras, y las decisiones, ay, se toman en los despachos, en las mesas de los grandes restaurantes, en los burdeles y en las iglesias, y la pose de intelectual se ha sustituido por la postura genuflexa, ya ves tú. El P es un reflejo fidedigno de esta sociedad de papel couché, en la que todo se negocia, todo se arregla, qué hay de lo mío, señor mío, usted salude y sonría, salude y sonría, que el librito están a punto de acabarlo.

Hace un par de años, creo que fue el propio Millás quien apuntó que "recibir una llamada del equipo de producción del programa Epílogo tiene que ser como para echarse a temblar" (ya saben, ese programa de últimas entrevistas a los muertos). Pues no es por joder, no es porque me siente mal que no me lo den a mí (que nunca me he presentado), o por echar mal fario, pero con el Planeta está empezando a pasar como con los Nobel, que a quien se lo dan, o se muere pronto, o es que está acabado. Ojalá, querido Juanjo, que no sea ese tu caso. Te lo deseo de corazón.


+ Juan José Millás

 

 

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