Sant Jordi 2008
Sant Jordi 2008
Ya está. Ya ha pasado un año más Sant Jordi, esta festividad tan
preciosa que tenemos en Catalunya y que celebramos de forma
especial y única. Las calles se llenan de gente, de libros, de
cultura y de millones de rosas con pétalos de todos los colores.
Aunque yo siempre me quedo con la roja.
Parece mentira, pero ese día se vive de forma diferente, en el
ambiente hay algo distinto. No en vano, son muchos los catalanes
que consideramos este día el de los enamorados y no el de San
Valentín.
Y agradezco poder haber disfrutado un año más de este día. De mi
día especial, y tener la suerte de no tener que ir a trabajar.
Seguro que me dejo muchísimas anécdotas en el tintero, pero al
menos os servirá para haceros una día de cómo fue o al menos cómo
lo viví yo.
Ayer, algo colgaba de los semáforos. Algunos mirábamos curiosos,
muchos ni se percataron de ello. Cuando vives en una gran ciudad
estás "harto" de ver cosas raras, y mucha gente, simplemente, deja
de verlas. Aún así, cuando bajé del autobús me dirigí hacia el
semáforo más próximo y me encontré con esto: Al abrirlo, leí:
Y sonreí. Lo que colgaba de los semáforos eran libros camuflados.
Para protestar por los pocos hábitos de lectura que tenemos los
españoles - eso dicen las encuestas-, alguien había colgado esos
libros cubiertos con tapa rosa fluorescente incitando a que alguien
los abriera. Después de esa página, se encontraba un ejemplar de La
Tía Tula de Unamuno. Pensé que era una iniciativa
espectacular que ya presagiaba un buen día.
Farmacia de guardia y otras obras españolas
En el panorama nacional se vieron muchas caras conocidas y
alabadas en el mundo literario: Juan José Millas, Ángela
Becerra (guapísima), Eva Arguiñano, Quim
Monzó, Espido
Freire, Laura
Gallego, Juan Eslava Galán, Ferran Torrent,
Matilde
Asensi, Lucía Etxebarría o Valérie
Tasso -francesa afincada en España desde hace años y
que repite en cada Sant Jordi-…o el siempre interesante
David Trueba, que firmaba sonriente ejemplares de
su última obra: Saber perder -alabada por público y crítica- y
quien debió escuchar más de dos cientas veces en boca de sus
lectores lo importante que había sido su libro Cuatro amigos para
ellos. (Si no lo habéis leído, ¡hacedlo! Muchas risas, mucho amor,
mucha amistad y si sois de los que subrayáis los libros, tened a
mano un par de lápices de repuesto, porque está repleto de frases y
párrafos enteros INOLVIDABLES). Con él se produjo una anécdota que
a mí, particularmente, me hizo gracia. La mujer que estaba detrás
de mí, no paraba de anunciar a los cuatro vientos y en voz
chillona, para que le escuchase el autor, que había leído todos sus
libros: este último, Cuatro amigos y Farmacia de Guardia. Al
escucharla, inevitablemente, Trueba y yo nos pusimos a reír, pues
se refería a Abierto toda la noche. Se lo dije a la mujer y
sonrojada dijo "Ay, sí, claro, es que como las farmacias de guardia
están abiertas toda la noche, me he liado".
También tuve la oportunidad de hablar con Albert
Espinosa -Planta Cuarta, Tu vida en 65 minutos-, quien
acostumbrado al teatro y al cine, vivía su primer Sant Jordi como
escritor. Albert se mostró encantado de participar próximamente en
la web Anika Entre Libros y de explicarnos un poco mejor qué es El
mundo amarillo.
¡Mira, el de la tele!
Como siempre,
los personajes mediáticos fueron el punto de mira de curiosos y el
objetivo de la mayoría de flashes fotográficos. Por ejemplo, el
malvado y cansino miembro del jurado de OT, Risto
Mejide, la polifacética Nuria Roca, Boris
Izaguirre o Berto Romero- el "sobrino
de Buenafuente" en su programa- a quien los más jóvenes no dejaban
de rodear. Algunos se acercaron con su libro, pero la mayoría lo
hizo con una hoja de libreta arrancada, simplemente para tener el
recuerdo y la prueba gráfica de que lo habían visto. Me hizo gracia
comprobar que muchísima gente le confundió con Flippy, el
científico loco del programa de Pablo Motos, El
hormiguero.
Fuera uno u otro, les daba igual porque a esa edad lo guay es
haber visto a alguien que sale por la tele.
Un momento que me pareció muy tierno fue cuando una niña sacó de
su bolsa el libro La brújula dorada (Phillip
Pullman) para que se la firmara. Su madre estuvo un buen rato
hablándole para asegurarse que la pequeña comprendía que aquel
chico de gruesas gafas de pasta no había escrito el libro. A ella
le dio igual.
Durante
la tarde, en el FNAC de Plaça Catalunya, una pequeña carpa estaba
dedicada al músico Fito Cabrales -Fito y los
Fitipaldis-, que presentaba Soy todo lo que me pasa, su biografía.
Muchos seguidores del cantante vasco no se habían enterado de su
visita, y cuando le veían firmando y fotografiándose con sus
seguidores, maldecían no llevar el cd encima o no poder comprar el
libro para que se lo dedicaran por la cola que había. Yo, por
suerte, era la décima de la fila. Tuve oportunidad de verle,
charlar con él, darle dos besos e inmortalizar el momento con una
foto. El calvete con pendientes y largas patillas -así se dibujaba
él en sus dedicatorias- fue amable con todo el mundo, firmó
entradas de conciertos, cd's, su libro y cualquier otra cosa con
una amplia sonrisa y muy agradecido, además de posar con caras
extrañas en las fotografías que le pedían.
Casetas propias
Lo común es que cada autor firme durante una hora en cada
librería, con alguna excepción como la de Isabel Allende, que tuvo
el doble debido a lo excepcional su visita. Los más privilegiados
-y suelen ser los más mediáticos- disponen de una caseta propia
donde firman unas seis horas entre mañana y tarde, con un parón de
14 a 17 horas.
Buenafuente es un veterano. El humorista de Reus lleva años
teniendo su propia caseta en la Pl. Universitat. Este año regaló a
los presentes la careta del burro con sus facciones y destacó por
mostrarse más accesible que otros años. Y es que el hombre que es
Andreu Buenafuente, dista
mucho de su imagen televisiva: en persona es bastante seco. Este
año, quizá por la menor afluencia de gente que se acercó, posaba
sin reparo para las fotografías -que pocas veces ha concedido en
otras ocasiones- y se permitió alguna que otra broma.
El equipo de Polònia - programa satírico de TV3 de gran éxito
donde se parodia de forma espectacular a los políticos- también
tenía una caseta en Passeig de Gràcia, aunque prácticamente era
imposible acercarse por la multitud amontonada allí.
El ángel del rey Midas
Cómo no podía ser de otro modo, el reciente rey Midas, Carlos Ruiz
Zafón fue quien más veces escribió su nombre durante
el día.
Siete años de espera, entre La Sombra del Viento y El
juego del ángel, hacían presagiar que el autor barcelonés
afincado en Los Ángeles sería el más demandado. Y así fue, en su
caseta particular situada entre Passeig de Gràcia y Gran Vía, firmó
más de 2.500 ejemplares, unas 8 firmas por minuto. Y es que, a
pesar de que las firmas empezaban al mediodía, a las 10 de la
mañana la cola ya daba toda la vuelta a la calle, ante la mirada
paciente de los que esperaban su gran momento.
Según informa El Periódico, el autor no optó por tomárselo con
humor, sino más bien con una tranquilidad zen para afrontar el
largo día que le esperaba. Sus dedicatorias fueron escuetas,
anotando en la mayoría de casos el tradicional: "Para…". Aunque
también hubo alguna excepción: Cristina Velasco, la valiente que
obtuvo el primer puesto en la larga cola y que fue obsequiada con
un "Per la Cristina, l'àngel de les 9 hores" (Para Cristina, el
ángel de las 9 horas) y a la madre de un amigo suyo que murió hace
años: "Per a la mare del meu amic Javier Abella". (Para la madre de
mi amigo Javier Abella). Por la tarde ya era prácticamente
imposible acercarse al autor que adora los dragones y muchos se
conformaban con subirse a una escultura de la plaza e intentar
verle.
Escritores internacionales
Este año probablemente haya sido el Sant Jordi más internacional.
Entre los autores invitados estaban: Isabel
Allende (muy elegante y amable, que firmó más casas de
los espíritus y paulas que La suma de los días),
Quino con su eterna Mafalda, que provocó grandes
colas, Noah Gordon, o Alessandro
Baricco, quien, como le pasó a la escritora chilena, puso
su firma a más ejemplares de sus anteriores trabajos que del
último. Eso sí, lo hicieron con una gran sonrisa y comprensión:
"Por la fecha es más adecuado Seda que Los
Bárbaros. Muchos se lo regalan a su pareja", explicaba alegre
el autor de Turín.
Algunos de estos invitados de lujo quedaron absolutamente
encantados con la festividad. Fue el caso de la americana afincada
en Londres, Tracy Chevalier (La joven de
la perla, El maestro de la inocencia) y la británica Diane
Setterfield (El cuento número trece), quienes, como
publica El Periódico, sentenciaron: "Estamos acostumbradas a ver a
mucha gente en las calles como los hooligans, pero que sean
compradores de libros nos parece la mejor manifestación del mundo.
Iniciaremos una cruzada para difundir esta jornada en nuestro país,
que también coincide con el aniversario de Shakespeare".
El dibujante
Liniers manifestó el mismo deseo respecto a su
Argentina natal y el autor de Chiquita, Antonio
Orlando Rodríguez, sobre Cuba.
Por la mañana, Federico Moccia, autor de gran
éxito en Italia, firmaba en la Casa del Libro su novela Perdona si
te llamo amor. Su firma empezaba a las 12, y el autor no llegó
hasta las 12.40, cuando tan sólo quedaban 20 minutos para que
acabase su turno. Al parecer, venía directamente desde Roma, y como
ya sabemos todos, los aviones continuamente sufren retrasos. Por
suerte, la espera se amenizó gracias al productivo escritor
Jordi Sierra i Fabra,
quién estaba situado al lado del hueco que debía ocupar Moccia, y
que, al ver a las mujeres que le esperábamos (no había un solo
hombre), aprovechó para bromear con acento italiano, chapurreando
las cuatro palabras que sabía en el idioma y ¡asegurando que él era
Federico! Cuando llegó el verdadero, con gorra de corazones y alas,
todos empezaron a aplaudir, y tras disculparse en italiano (no
sabía ni una palabra de español) empezó a firmar con una sonrisa
seductora e incluso regalando un guiño de ojos a todas las féminas
que habíamos estado esperándole.
Lo bueno siempre acaba
Fueron muchas horas de diversión, conocimiento, experiencias,
sueños cumplidos y felicidad. Año tras año, desde que hacía campana
en el colegio con mi amigo Manel (se te ha echado de menos) hasta
ahora, cada 23 de abril siento una felicidad particular; acompañada
de ese sentimiento con complejo de Cenicienta que implica disfrutar
al máximo con emoción, pero también con la tristeza de saber que
tiene un horario límite. Que los hechizos acaban a las 12 de la
noche.
Aún así, es magnífico poder disfrutar de un día con una luz
diferente y una sensación agradable en el cuerpo. Un día en el que
puedes intercambiar impresiones con aquellos que te hicieron soñar
durante unas cuantas páginas, pero de por vida, y también descubrir
a los que lo harán próximamente. Un día donde un libro y una rosa
son el mejor regalo del mundo.
Celia Santos y Javier Sierra
Comentario de los lectores:
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