Presentación del Premio Planeta 2010, "Riña de gatos" de Eduardo Mendoza y de la finalista Carmen Amoraga con "El tiempo mientras tanto", en Barcelona
Llego tarde , llego tarde...
Empiezo a parecerme al conejo de Alicia en el pais de
las Maravillas. No es que sea una persona impuntual,
sino todo lo contrario. Tengo como norma aparecer en los sitios
o'clock, ni un minuto más, ni un minuto menos, una manía
que adquirí tras vivir en Inglaterra. En fin, a otros les dió por
poner moqueta incluso en la piscina.
La soleada mañana del lunes tuvo lugar el desayuno de prensa que
ofreció la editorial Planeta, para presentar las obras galardonadas
este año. El evento tuvo lugar nada menos que en el Hotel
Casa Fuster, en la emblemática zona de Paseo de Gracia.
Este hotel de estilo modernista presume de ser en la actualidad el
único cinco estrellas Gran Lujo con el plus de categoría de
Monumento que existe en España. Una curiosidad es que fue elegido
como uno de los escenarios para el rodaje de la película "Vicky,
Cristina, Barcelona".
Tenía ganas de conocer el edificio por dentro, ya
que entre otros, su fama ha aumentado al incluir en su oferta el
conocido Café Vienés Jazz Club, que es en donde el famoso director
y actor Woody Allen actuó acompañando con su clarinete a los
miembros de su banda, durante el rodaje de la película.
Nada más traspasar las inmensas puertas, uno percibe la exquisitez
que confiere ese halo del lujo, y debo reconocer que es uno de los
pocos hoteles de lujo que poseen carácter propio, además de
resultar acogedor, algo que no es fácil de encontrar unido en este
tipo de establecimientos, que en la mayoría de casos suelen
resultar fríos e impersonales.
Primer piso a la derecha, y seguís todo recto cuando salgáis
del ascensor, nos indica Alba Fité, la responsable de prensa
de la editorial y en particular de los Premios Planeta. Coincido
con otra chica en el ascensor, y mira por dónde, como somos de las
primeras (¿no os dije que era puntual?) nos sentamos una al lado de
la otra, frente a los asientos reservados para los dos premiados y
reimos con un par de comentarios de esos tontos que hace uno cuando
quiere romper el hielo.
Comienza el despliegue del ágape: croissants,
ensaimadas... Y bocadillos de pan italiano, y otros con pan de
molde, unos pastelitos apetitosos, y fuentes llenas de frutas
multicolor, me siento como si estuviera en casa un domingo por la
mañana. Lástima que apenas se ha aprovechado tanta comida, y
empiezo a pensar en el derroche, en la crisis, y en mi
estómago que en esos momentos solo admite agua y café. ¿Cómo
podría correr de una punta a otra de Barcelona si no desayunara
fuerte antes de salir de casa? Otra de mis manías.
Empiezan a aparecer unos cuantos fotógrafos-redactores, y vamos
ocupando la mesa alargada, en la que resaltan los colores de los
pequeños tarros de mermeladas, junto a los libros colocados a lo
largo de la mesa, que contrastan con el tono formal de los manteles
y la vajilla. Los hay que nada más llegar, y sin mediar palabra con
nadie, utilizan una mano para dejar sus carpetas y
cámaras-grabadoras sobre la mesa mientras que la otra mano ya está
ocupada sosteniendo un bocata de pan italiano. Desayunan, haciendo
honor al evento.
Pocos pasan de la treintena, y observo que no disfrutan de la
despreocupación esa que suele otorgar la edad. Parecen ocupados en
parecer ocupados.
Yo me digo contente, porque mi lengua suele ir a su aire,
y me decido por la inmersión total en el ambiente, para pasar
desapercibida. Allá donde fueres, haz lo que vieres. Les
imito, pues, y finjo leer por tercera vez el dossier de prensa que
nos han facilitado y aprovecho para repasar mis notas. Pero soy de
las que no disimulan su aburrimiento y necesito utilizar mis
sentidos, es lo que tiene la incontinencia verbal y visual. Así que
rebusco dentro de los dos bolsos que suelo llevar (uno, para los
varios, y el otro, para libros, carpetas, y hoy incluyo cámara y un
teléfono con una buena grabadora, y después entenderéis lo de
buena) para no encontrar nada. Todo está cambiado de
sitio. Fijo que se me ha colado un gnomo en el bolso. Salvada por
la campana.
Aparecen Eduardo Mendoza y Carmen
Moraga. Se escuchan algunos hola y buenos
días sin mucha fuerza, lánguidos, mientras ellos se acomodan.
El pasado 15 de octubre, Eduardo Mendoza resultó
ganador del Premio Planeta 2010, con su novela Riña de gatos,
Madrid 1936, y Carmen
Amoraga, como finalista, con una novela de sugerente
título, El tiempo
mientras tanto.
La presentación comienza con el comentario de Carmen
Amoraga sobre El tiempo mientras
tanto, que según sus propias palabras nos
confiesa que le resultó más fácil escribir la novela que
resumirla, destacando el trasfondo de esperanza que coexiste
con la amargura de sus personajes, frustrados de una u otra manera
con la realidad que les rodea. Sueños truncados, vidas
irreconocibles, caminos equivocados, salpicados no obstante con
pinceladas y sentido del humor. Lo más importante,
recuerda, es transmitir la idea de que nada está escrito y ver
el vaso medio lleno es posible cambiando nuestra actitud ante
la vida, y no tanto las circunstancias que nos han llevado a
ella.
Eduardo Mendoza resume su novela como una
historia de intriga, que transcurre en los momentos inmediatos a la
guerra civil, mientras parece que nadie se decide a dar el paso,
con algún personaje conocido, como Primo de Rivera, Azaña - en uno
de los capítulos aparece un discurso real suyo-,... Más tarde,
durante la sesión de preguntas Eduardo Mendoza comentará que este
personaje es el más moderno, y que su disertación está aún
vigente.
Ya avanzada como está la gira de presentación, a Carmen
Amoraga le causa extrañeza que no le hayan preguntado aún
a Eduardo Mendoza por el papel de la
mujer en la época en la que transcurre la novela, que
considera primordial en su silencioso protagonismo y a Eduardo
Mendoza le asombra que no les cuestionen, a él por su libro
como novela y no sobre la Guerra Civil (y compruebo con
orgullo que entre mis preguntas sí tengo cuestiones que entran en
esta clasificación) o a Carmen Amoraga por la narrativa o la
construcción de su novela, con saltos en el tiempo y frases
que hacen de nexo de unión entre capítulos.
Se abre la sesión de preguntas.
Eduardo Mendoza confirma que se ha documentado
bastante. Se ha leído las memorias de los principales
protagonistas, así como sus diarios y la prensa de la época, pues
insiste en que los pequeños detalles sobre el tiempo atmosférico de
aquel día, o la temperatura le parecen importantes para
introducirse en el ambiente de una fecha concreta.
Hace también hincapié en la figura de Javier
Cercas como precursor de esta etapa que se abrió con obras
basadas en la Guerra Civil española.
Solo hay una pregunta cuya respuesta maneja con mucho celo, tanto
que él mismo reconoce que no lo dirá; el apellido del protagonista
es alto secreto. Se ha creado una nueva leyenda urbana. Y
claro, todos soñamos con averiguarlo.
Al finalizar las preguntas, y con la foto en la cámara, estampida
casi general. Toca correr para asistir al siguiente evento, editar
o cumplir con el artículo que acompañará a las imágenes.
Eduardo Mendoza concede unos minutos de entrevista particular con
los medios que lo solicitan, y entretanto aprovecho para conocer a
Carmen Moraga. Contente, me digo de
nuevo. A la que huelo un interlocutor con materia prima a mi alrededor, la
lengua va a su aire, y mi cabeza parece ir por otro lado. Temo que
Carmen eche a correr, ya me mira como suplicando. Y me
contengo.
Me llega el turno para entrevistar a Eduardo
Mendoza. Contente, me digo, porque con él me
resultará más difícil, pues además de ser uno de mis autores
preferidos, desde que leí La ciudad de los
prodigios, me impresiona la forma que tiene de hilvanar
y construir sus respuestas, que cuando parece que ya se ha salido
del tema, y empezará a hablar sobre algo que no tiene que ver con
lo que se le ha preguntado, le da un giro a su discurso,
sorprendente y contundente que demuestra sin duda esa gran
capacidad para salir y entrar en el hilo principal de la cuestión.
Se alarga en las contestaciones y se mete de lleno en el
discurso.
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