Presentación de "Los infinitos" en Rueda de Prensa con John Banville
El colmo de la inoportunidad ¿qué hago en medio de
la Diagonal -amplia avenida barcelonesa que cruza la ciudad como su
nombre indica, esto es, en diagonal-, empujando un coche que echa
humo por el radiador, junto a su incrédulo propietario?. Siempre he
dicho que esta ciudad no es lugar para indecisos:
-Mira, (fulanito)... - farfullo una disculpa sin darle tiempo a
reaccionar y echo a correr en busca de la parada de metro más
cercana.
He de llegar lo antes posible al Hotel Condes de Barcelona, en el
Paseo de Gracia, donde tiene lugar la rueda de prensa que ha
organizado Anagrama para presentar el último libro
publicado de John
Banville, Los
Infinitos.
Escribir novela negra es
difícil a la hora de utilizar el humor. Creo que las grandes
historias de este tipo de novelas no son divertidas, porque hay que
centrarse en el crimen, y eso quita tiempo para pensar en otras
cosas. John Banville
Mi retraso es ya evidente, dadas las distancias de esta ciudad,
así que aprovecho el viaje en metro para repasar algunos datos de
su biografía que he ido recopilando aquí y allá.
Irlandés de nacimiento, en su cabeza mantiene una lucha eterna
idiomática, al confirmar que la concesión del lenguaje nativo a
favor del heredado (inglés) no le ha hecho ningún favor a los
autores irlandeses que, al verse obligados a traducir sus escritos,
han perdido asimismo parte de la esencia principal de los
mismos.
Nacido el mismo día que en España se celebra la Inmaculada
Concepción, por esas casualidades lo mismo que Horacio -el poeta
romano- o nuestra gran Carmen Martín Gaite. Autor de novelas con
títulos curiosos relacionados con la ciencia como
Kepler (1981),
La Carta de Newton (1982),
Copérnico (1984), pasando
por Imposturas,
El Mar -Premio Man Booker
Price -, hasta llegar a El secreto de
Christine, o
Lemur, su incursión en la
novela negra, que bajo el seudónimo de Benjamin
Black da vida a un nuevo personaje, el médico forense
Quirke, para deleite de los amantes de este género, no deja de
sorprender su inconfundible estilo depurado y ese ingenio
característico.
Hay tan pocos buenos
lectores como tan pocos buenos escritores, que sientan esa
pasión. John Banville
Rueda de prensa
Hotel Condes de Barcelona, en el centro comercial de la ciudad. El
salón es una habitación de reuniones impersonal, estilo sala de
juntas. La responsable de comunicación de Anagrama, me lanza un
hola mudo y sonriente.
Toda la atención recae en el conferenciante, que se encuentra en
medio de alguna consideración personal, gracias a lo cual mi
aspecto descompuesto, descamisada y casi sin aliento, pasa
desapercibido.
-... si me preguntan otra vez, diré que el gran invento del hombre
es la frase...-opina John
Banville, al que apenas se le nota la herencia
celta en el habla, con un acento más depurado y una velocidad
narrativa que en nada se parece a la prisa que parecen tener
algunos irlandeses para contarte las cosas.
A su lado, la jefa de prensa de Anagrama enfatiza con aspavientos
de manos la traducción de las palabras de John
Banville. Se nos van los ojos detrás de sus manos,
como en un partido de tenis detrás de la pelota.
John Banville sigue con su
exposición: - a la pregunta de resumir su novela en una sola frase,
éste contestó (refiriéndose a Joyce) ¿cómo es de larga la
frase?...- Los allí presentes se rien, y Banville aprovecha para
beber un trago de agua.
En esta
ocasión, llegar tarde ha tenido su punto positivo, pues la
responsable de comunicación me sitúa en un lugar desde el que puedo
observar con libertad la escena general.
El gusto de John Banville por
relatar anécdotas divertidas sobre escritores y curiosidades del
mundo literario, convierte una típica rueda de prensa en una
tertulia de café.
En otra ocasión -John Banville sigue
relatando sobre Joyce- alguien le preguntó, ¿puedo besar la mano
que escribió esta novela? A lo que él replicó, puedes hacerlo,
siempre que recuerdes que esta mano ha hecho muchas otras cosas
(risas).
A la pregunta de la relación que mantiene con Benjamin
Black, su alter ego, seudónimo que utilizó en las novelas
El secreto de Christine, El otro nombre de
Laura, y El
Lémur, tras su incursión en el género de
novela negra, bromea al anunciar que su propio seudónimo podría ser
el protagonista de una novela de John Banville.
Cree que escribir novela negra es difícil a la hora de utilizar el
humor, y que las grandes historias de este tipo de novelas no son
divertidas, porque hay que centrarse en el crimen, y eso quita
tiempo para pensar en otras cosas.
Al hilo de esta cuestión hace hincapié en el actor Al Pacino, una
de las figuras emblemáticas del crimen que le fascina, y que en
todas las películas está divorciado y que además suele tener
problemas con sus hijos.
Compruebo que bebe agua continuamente, sobre todo entre pregunta y
pregunta, un tic que se hace patente cada vez que se produce un
silencio, lo mismo que haría con su cigarro un fumador compulsivo.
La presentación transcurre entre sorbos de agua y comentarios
ingeniosos. No suelta la copa excepto en contadas ocasiones.
Su conversación es una sucesión de anécdotas divertidas y
recuerdos en torno al mundo literario, que va colocando sobre la
mesa del mismo modo que el ilusionista sorprende sacando un conejo
blanco inmaculado de la chistera negra. Da la impresión de que
cualquier reunión con John Banville
se convierte en una excusa para sacar a colación su anecdotario
particular, para compartir, en definitiva, su mundo escrito, y
hacerlo más cercano a sus contertulios.
¿Qué es lo que John Banville espera
de los lectores cuando finaliza una de sus novelas? Sencillamente,
que se divierta, un sentido rápido de la vida. Lo que quieren todos
los artistas, una concepción rápida del mundo, como sucede al
enamorarse. Hay tan pocos buenos lectores como tan pocos buenos
escritores, que sientan esa pasión, replica.
Constata su fe en las nuevas tecnologías, que obligan de algún
modo a leer a los jóvenes, mientras juegan con sus aparatos. Quizás
no lean en forma de libro, pero es innegable que leen.
Una característica de los escritos de John
Banville es que contínuamente nos hace reflexionar
sobre la vida y la muerte, y cree que precisamente es esta relación
entre ambas lo que hace que la vida nos parezca más fascinante, al
entender la realidad de nuestra condición mortal, y lo compara al
pensamiento que el filósofo existencialista Heidegger tiene sobre
la muerte -la muerte es la que nos da la vida-.
Opina también sobre los políticos, que según él, pueden ser
genios, aunque quizás esperamos demasiado de ellos. Y recuerda que
aquellos, al igual que cualquier líder deportivo, pueden ser
elegidos, pero también tendrán que irse algún día. Así, cree que la
democracia es maravillosa, en el sentido de que nosotros somos
quienes les otorgamos o les echamos del poder. Y en este sentido,
los votantes nos convertimos en los dioses.
No se siente cercano a Nabokov ni a Yeats. Cree que la prosa de
Nabokov está muerta, ya que no utiliza su propia lengua -el ruso-,
a favor del inglés. Y en caso de sentirse cercano a alguno de
ellos, sería a Yeats, excepto el sentido del humor. Yo tengo; él no
tenía -bromea-.
John Banville destaca que detesta la
noción de lo grandioso, de lo importante, y que por encima de todo
lo esencial para ser un gran humano, está la manera individual de
enfocar el sentido del ridículo.
Pintor frustrado en su adolescencia, ha heredado de esa época una
forma diferente de ver el mundo. Quizás le produce más nostalgia no
haber sido compositor.
Desde muy joven trató de romper los muros de las voces de aquellos
grandes escritores que le cuestionaban que quisiera escribir. Y
entonces pensaba que escribir era deprimente, un trabajo inhumano.
A medida que se hizo mayor, perdió la reverencia por aquellos
escritores que despreciaban a los que comenzaban, olvidándose de
que los autores de las grandes obras que colgaban en las repisas de
las bibliotecas también fueron jóvenes algún día.
La escritura es para él un trabajo basado en concentración e
imaginación. Y en ocasiones ha advertido a alumnos que abandonaran
ese trabajo, una vida de tormento y pobreza. Pero aún a estas
alturas, que sabe lo que cuesta escribir, es rotundo en su decisión
de no abandonar.
Otro sorbo de agua, y sonrisa general como cierre de esta
reunión.
Buenas tardes.
Reseña "Los
infinitos"
Entrevista a John
Banville
Comentario de los lectores:
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