Pío II, el novelista arrepentido
La mayoría de nosotros conocemos la habilidad o, por qué no
decirlo, necesidad ecuménica, más cierta en unos casos que en
otros, de los Papas de Roma para escribir encíclicas. Son
abundantes los ejemplos a lo largo de la historia, dos veces
milenaria, de esta institución eclesial.
También sabemos que, en la dilatada historia del pontificado, una
buena parte de los que han calzado las sandalias del pescador no
han sido hombres precisamente ejemplares: violadores, asesinos,
estafadores, ladrones, incestuosos, corruptos, simoníacos, etc.,
han ocupado en demasiadas ocasiones el trono de San Pedro. Pero no
pretendo asustar a las almas piadosas y a los creyentes de buena fe
-no creo que además pueda existir otra- con un análisis
pormenorizado, que además ya está muchas veces hecho, de todos
estos "santos" padres. Es esencialmente la literatura lo que aquí
nos interesa.
Quiero aprovechar la oportunidad que se me brinda a través de
Artiliteratura, para comentar el caso de un Papa muy singular:
Pío II, que tenía por nombre Eneas Silvio
Piccolomini. Esta Papa es más conocido por dos importantes hechos
relacionados con su pontificado: por un lado fue quien canonizó a
Catalina de Siena, de quien era paisana y, por otro, convocó la
tercera cruzada contra el infiel que fue un rotundo fracaso, pues
ni siquiera se puso en marcha.
Diré también de paso, que la costumbre de que los Papas cambien su
nombre por otro, proviene de la época de Juan XII, cuyo nombre en
realidad fue Octaviano algo que, según parece, no debió parecer muy
adecuado para un sumo pontífice, por otra parte, de infausto
recuerdo.
Pero, volviendo a Pío II, lo que ya no es tan conocido es su
actividad literaria. Nació en Siena en el año 1405 en una buena
familia burguesa y, como tantos hombres de la época, su vida, desde
el aspecto moral, no fue precisamente ejemplar. Estuvo
absolutamente de espaldas a la religión, fue un mujeriego de tomo y
lomo y tuvo dos hijos ilegítimos con dos mujeres distintas.
Fue, en ese tiempo disoluto, cuando escribió la interesante novela
que nos ocupa y que se tituló "Euríalo y Lucrecia: historia de dos
amantes" (el original está en latín). Se trata de una obra
absolutamente erótica, escrita en 1444, de la que, posteriormente,
en 1458, tuvo que retractarse y arrepentirse para poder ser Papa.
Vista con la perspectiva de entonces no es para menos.
La obra, que hoy nos parecería posiblemente un simple y vulgar
culebrón, trata de los amores extramatrimoniales de Lucrecia con
Euríalo o Euryalus, tal como aparece en el original que,
evidentemente, como he dicho está en latín, aunque actualmente
disponemos de versiones en alemán, italiano y castellano (México),
a la que se sumará, dentro de poco otra más, esta vez editada en España, gracias al
profesor José Manuel Ruiz de la Universidad Complutense de
Madrid.
La cuestión importante que me gustaría resaltar, no es tanto el
alto contenido erótico-sexual de la novela, como el hecho de que ha
sido la única vez que un Papa se ha "lanzado" por este género
literario. También es importante desde el punto de vista del
estudio de la historia de la literatura, como lo demuestra el
interés de los universitarios de varios países.
En realidad esta novela es una de las muchas manifestaciones de
las dificultades que tuvieron los renacentistas italianos, y de
fuera de Italia, para poder adaptar a la literatura de su tiempo
los conceptos de sus admirados precedentes griegos y latinos.
Para nadie es un secreto que los renacentistas querían volver a
los clásicos; se miran en Grecia y en Roma, quieren recuperar sus
formas, en lo artístico, en lo social y en lo político. Pero la
tarea es complicada y la literatura no es la excepción. Por
supuesto me refiero al primer Renacimiento, antes del Concilio de
Trento.
La cuestión esencial es que, en el Renacimiento, ya existe e
impera con mucha fuerza el "Dios" de los cristianos con su estrecha
moral sexual, verdaderamente represora, frente a los dioses
paganos, que eran valedores de todo tipo de actos sexuales,
incluidos los de homosexualidad que, como es sabido, pasó de ser
tolerada y ensalzada, como se puede deducir de la lectura de
cualquiera de los poetas griegos y latinos, a ser considerada el
más nefando de los pecados, que no pocas veces costaba la muerte y
que, salvo en obras consideradas tenebrosas y siempre desde la
clandestinidad, desaparece de la literatura.
Se puede hablar y escribir de amores, como el caso de Lucrecia y
su amante o como en el de la Celestina, que está muy inspirada en
esta obra, pero, al final, y para evitar problemas hay que dar
cierto aire de moralidad cristiana, de forma que venza siempre el
amor casto y recto dentro de los cánones imperantes. Este fue un
serio problema para los escritores del primer Renacimiento y para
muchos después de esta época.
Por eso, para de alguna forma defenderse, aunque no sé si es
creíble del todo, el futuro Papa, dice en el prólogo del libro,
publicado en forma de carta, que lo que trató de poner al
descubierto con su novela es el peligro de los amores adúlteros e
ilícitos y fijar unas normas de virtud para los jóvenes. Parece que
esta es, según el profesor de Madrid, la teoría más aceptada por
los estudiosos modernos.
La novela ocurre entre los años 1432 y 1433 y los protagonistas
son auténticos: se trata de un alemán Gaspar Schlick, que fue amigo
del autor y una señora (Lucrecia) casada contra su voluntad y que
se enamoró de este buen caballero. La acción se sitúa en Siena,
ciudad que debía ser por entonces - ya había muerto Catalina-
bastante liberal en cuestiones de moral, tanto privada como
pública.
El caso es que Lucrecia, casada con un hombre al que no ama,
quiere tener relaciones sexuales (no se trata para nada de un amor
platónico) con Euríolo que, tras varias peripecias, consigue
colarse en su cuarto disfrazado de campesino. Pero, en ese momento,
entra el marido de Lucrecia y el amante tiene que escondrse debajo
de la cama de su amante. Implora él
sucesivamente, para no ser descubierto, a los
dioses, que no hacen nada, al Dios cristiano, inicialmente con
escasa convicción y, al verse casi perdido, con mucha más euforia
para no ser pillado. Finalmente se salva gracias a su intervención
(o, al menos, eso se deduce), aunque después, parece que ambos se
olvidan pronto del problema y vuelven a las andadas, una vez pasado
el peligro.
En definitiva, Piccolomini, empieza ya a cristianizar algo de la
moral con recursos al Dios de la moralidad, frente al de los
paganos, que no han hecho nada. Aunque, como casi siempre, con un
motivo muy terrenal, es una vez más aquello, tan extendido entre
los católicos, de... sí apruebo, pondré 200 velas, si me caso
pondré mil velas y daré una limosna (tal vez sería más útil
estudiar o intentar conocer gente).
En definitiva, volviendo a Piccolomini, ¿puede considerase esta
obra el inicio de su posterior conversión? Puede ser, aunque en
este sentido es mucho más interesante una carta, que también se
conserva, escrita a otro amigo suyo para que se aleje de una
prostituta de la que está enamorado y que se titula Remedio del
amor.
Quizá, para conocer mejor al autor, nos fueran más útiles las
memorias de este Papa, que son en realidad un diario, llamadas
"comentarii" y que también constituyen un caso excepcional, pues es
la única autobiografía de un pontífice. Quede pues el caso de Pío
II para la historia de la literatura y para el de la Iglesia
Católica.
Comentario de los lectores:
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