Parole, parole, parole
En la mayoría de entrevistas a escritorxs hay dos preguntas
recurrentes hasta la exasperación: "¿Cuánto hay de autobiográfico
en su libro?" y "¿Por qué escribe?" Uff. La primera es tan absurda
que cuesta reprimir un exabrupto ¿Podría alguien crear excluyendo a
sus sentimientos, pensamientos, a su bagaje histórico y cultural?
Un PC puede que sí, un ser humano, imposible. La pregunta, pues,
sobra por los cuatro costados.
En cuanto a aquello de "por qué escribe", recuerdo que cuando era
solamente lectora me encandilaba la infinita variedad de metáforas,
elipsis, retruécanos, sarcasmos, melancolías, paradojas y demás
recursos de quienes escriben para desentrañar su oficio.
Ahora que además de lectora soy escritora publicada la fascinación
ha dado lugar a un cierto estupor. "Escribo para que la locura no
me devore"; "Escribir es vivir, vivir es escribir, si no escribo no
vivo"; "Escribir es como beber un buen vino, ni demasiado añejo ni
tampoco demasiado nuevo, ha de estar es su sazón, como las frases
bien dichas". "La palabra no existe" es una réplica bastante en
boga, y para ejemplificar su inexistencia se apela a una ingente
cantidad de vocablos, de modo y manera que el enunciado queda
dialéctica y automáticamente contradicho. Tanta palabrería para
hablar de las palabras. ¡Oh! Que además no existen ¡Oh y Oh!
Al principio de mi tardía andadura como escritora manufacturé
cuatro o cinco contestaciones precocinadas, algo así como un mix
entre las tantas definiciones que había leído con buenos toques de
mi propia cosecha. Una de ellas fue "escribir me es tan natural
como tener sed y beber", lo cual es verdad, así lo vivo, pero como
ya la he utilizado bastante me he visto obligada a refrescar mi
repertorio y proveerme de algunas frases ingeniosas, originales o
lo que esté en boga.
Tras reflexionar sesudamente y darle vueltas y más vueltas -cómo
no- a las palabras, por qué y cómo decirlas, arribé a la conclusión
de que no tengo la menor idea de por qué escribo, así de
rudimentario, de modo que he alcanzado una suerte de nirvana, o de
inopia, y respondo: "No sé por qué lo hago". Y es verdad. No sé por
qué lo hago ¿Para qué, pues, echarle más cuento de Calleja?
Esta respuesta suele disgustar, tal vez porque siendo tan
descarnada no hay por donde hincarle el diente. Lo siento, es lo
que hay. Aunque, lógicamente, no falta quien lee entrelíneas y en
ese "no lo sé" descubre un intenso e intrincado metalenguaje que me
deja aún más estupefacta. Da igual lo que diga: siempre habrá quien
se empeñe en otorgarle arcanos enigmas crípticos a mi modesto y
hasta estúpido "No lo sé". Uff. La próxima vez me alzaré de hombros
en silencio, pediré otra cerveza o hablaré del tiempo.
Pese a lo dicho, y otra vez habla la lectora, hay una definición
de la literatura que me emociona particularmente, pero no puedo
adjudicármela porque la enunció nada menos que la espléndida Yourcenar: "Se escribe para
escribir lo que escribiríamos si escribiéramos". Maravillosa
¿Verdad?
Nada más lejos de mi intención que entablar parangones imposibles,
que conste, pero bien podría ser una paradojal variación de mi
humilde "No lo sé". Claro está que infinitamente más sutil,
inteligente y poética.
Comentario de los lectores:
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