Matar a Platón y celebrar la palabra
"Matar a Platón", de Chantal Maillard, es un libro
sorprendente. Editado en Tusquets, en el 2004, incluye dos poemas
extensos. Uno lleva el título de la obra seguido de otro,
denominado "Escribir". En ambos, aunque distintos, Chantal Maillard
plantea de modo descarnado y original los límites del lenguaje: la
incapacidad y posibilidades de la escritura para un acercamiento a
lo real. Una crítica al engaño de las palabras que cuentan los
acontecimientos en la misma medida en que ocultan lo expresado en
lo que acontece y nos hace señas y muecas. La sumisión de lo que
ocurre a una lógica que pone orden mientras estrangula,
conteniéndolo, todo lo que escapa a la mirada escrita. Pares de
ojos que construyen textos y eligen tonos, escenarios,
perspectivas. En un contexto de fuga hacia concepciones abstractas
sustentadas en un pensamiento heredado que Chantal Maillard
pretende "matar". De ahí el título del libro, "Matar a Platón",
intento de recuperar el instante "abierto, atemporal, intenso,
dilatado, sólido" donde en él "un gesto se hace eterno". El
propósito de escribir de otra manera, "para no mentir/ para dejar
de mentir con palabras abstractas/ para poder decir tan sólo lo que
cuenta". Percibiendo, rondando y atrapando el instante para que
hable, aunque toda escritura sea siempre en parte invención.
Después de leer a Chantal Maillard, queda el deseo de
seguir reflexionando sobre la capacidad de convocatoria del
lenguaje a la verdad. Pensar en voz alta ideas sugeridas por sus
dos poemas y escribir un texto que podría decir así:
-Hay veces que dan ganas de rendir un homenaje a las palabras,
dejándolas marchar. Concederles unas buenas vacaciones para que
descansen. Renunciar, por consiguiente, a nombrar la realidad que
nos circunda y a emitir juicios, imperativos, deseos, quejas. Nada
de articular triunfos, traiciones y derrotas. Prescindir de toda
oratoria y de cualquier escrito alegatorio. Dar de lado a las
palabras y que se abracen solas en un sueño profundo. Después de
zafarse de la cadena que ata unas a otras como eslabones de una
gramática sospechosa. Libres, al menos durante un tiempo, de la
sumisión a tanta lógica dirigida y avalada por un sinfín de jirones
verbales: aunque, para, con y contra, pero, hacia y hasta,
porque... Presuntas partículas de enlace de oraciones principales y
subordinadas. En verdad, auténtico material justificativo de una
unión arbitraria establecida por nosotros y siempre a nuestro
servicio. En provecho del propio afán secuestrador de vocablos, de
la terrible ambición de someterlos sin escrúpulos a innumerables
relaciones forzadas. La mejor manera de subvertir su sentido,
atravesado, asimismo, por la batalla entre los malditos pronombres
personales. En exclusivo beneficio de la primera persona del
singular y del plural. Una excusa, además, de los desalmados para
perpetrar actuaciones inhumanas y para glorificar a posteriori su
obra. En última instancia, también, una técnica sofisticada de
exculpación, a través del lenguaje verbal, del horror y de la
barbarie.
Hay veces que dan ganas, digo, de celebrar las palabras callando y
concediéndoles un respiro. Permitir que reposen hasta reponerse y
recuperar sus acepciones más sublimes. Contemplar, entonces, su
vuelo alto de largas alas mientras conversan con las nubes.
Perseguir con la mirada su descenso hasta verlas hospedarse entre
las ramas y escuchar su canto sin remilgos. Único modo, quizá, de
descubrir la lengua de los pájaros que hablan las palabras. Cuando
no responden a designios supuestamente humanos e inescrutables.
Propósitos emponzoñados que estremecen al mundo, necesitado, "a
pesar de la derrota ya prevista", de escribirse para rebelarse.
Motivo, tal vez, por el que, Chantal Maillard cierre su libro
"Matar a Platón" diciendo:
"Escribo
para que el agua
envenenada
pueda beberse".
Dolor, pero también desobediencia y cura.
Comentario de los lectores:
- Matar a Platón y celebrar la palabra