Los personajes que se parecieron a mí
De todos los libros que he tenido oportunidad de leer en mi larga
vida como lector compulsivo, hay varios que me tocaron
especialmente la fibra sensible por el profundo grado de
identificación con el personaje central. De alguna forma, estos
seres de ficción me recordaban aspectos de mi personalidad que, en
gran medida, había dejado ya atrás. Me evocaban al Josephb que no
me gustaba ser, con el que tuve que lidiar cotidianamente gran
parte de mi existencia, una parte de mí que no hacía feliz, que me
torturaba, me impedía avanzar y que me estaba llevando a un
peligroso callejón sin salida.
Un ejemplo claro de esto que digo, lo encuentro en el personaje
que protagoniza el cuento de H G Wells "La puerta en el muro", Lionel
Wallace (un hombre no especialmente hábil a la hora de elegir la
opción más adecuada para ser feliz). La lectura de su particular
odisea me provoca siempre una sensación sobrecogedora, una
inevitable y amarga tristeza hacia ese pobre hombre que está
siempre demasiado ocupado para poder volver a abrir la puerta en el
muro a través de la cual podrá acceder a un lugar maravilloso, una
suerte de Edén Perdido, en donde fue feliz, sólo unos instantes,
cuando era sólo un crío. Así fue mi vida durante muchos años hasta
que por fin un día desvié mi camino y decidí abrir mi particular
puerta en el muro; alguien me ofreció una oportunidad, una cierta
esperanza de poder escapar de ese callejón sin salida del que antes
hablé y la aproveché: cruce la puerta y fue un auténtico punto de
inflexión en mi vida.
Por eso personajes como el Ivan Illich, protagonista de la novela
breve La Muerte de Ivan Ilich, escrita por Tolstoi, o el
estrambótico protagonista de El Hombre Enfundado, uno de
los mejores cuentos de Chejov que he tenido oportunidad de
leer, me llegan especialmente corazón porque son ejemplos de
Vidas No Vividas.
En el caso de Ivan Illich, se nos narra la biografía de un hombre
normal, más bien insignificante, con ambiciones bastante anodinas,
que sólo ha vivido para su trabajo, que no ha encontrado el amor
verdadero, que sólo ha experimentado la rutina de lo cotidiano… es
decir, un hombre al que nunca le pasa absolutamente nada importante
y que muere con la sensación de no haber experimentado la vida al
cien por cien. Esta misma impresión la tenía yo mismo hace unos
años y ahora, aunque no tengo todavía la certeza absoluta de
haberme tirado a la piscina al cien por cien, al menos si sé que
tengo posibilidades de llevar las riendas de mi propia vida y que
no sea ésta la que me controlé a mí.
Lo mismo sucede con la tragedia chejoviana de Mavra ("El hombre
enfundado") que me recuerda al Joseph de hace unos años, atrapado
en jersey oscuros de cuello alto, aspecto sombrío… un aspecto
físico exterior que no tenía nada que ver con el Joseph que habita
en mi interior y que, por miedo, tenía atrapado en una especie de
armadura… viendo la vida desde la barrera, sin participar en ella,
como un espectador pasivo de los acontecimientos de mi vida. La
gente cuando me conocía bien me decía siempre: "¡Anda, yo no
imaginaba que fueras así (de simpático, de divertido, de buena
gente…)!" Y parte de esto venía motivado porque como me vestía o me
presentaba ante los demás. Daba la impresión de ser una persona
severa, cuadriculada, antipática, austera, seria; en una palabra:
encorsetada. Me siento especialmente identificado en esta
descripción que Burkin hace de al principio del relato del
personaje en cuestión:
"Siempre, aunque
hiciera un tiempo espléndido, llevaba chanclos, paraguas y un
abrigo con forro de algodón. Se diría que todas sus cosas estaban
enfundadas: cubría su paraguas una funda gris, llevaba el
cortaplumas en un estuchito, hasta su rostro, que ocultaba casi por
entero el cuello de su abrigo, parecía enfundado también. Llevaba
siempre gafas ahumadas, chaleco de franela y unos tapones de
algodón en los oídos. Cuando tomaba un coche hacía al cochero
levantar la capota. En fin, procuraba siempre envolverse en algo
que le ocultase, meterse, por decirlo así, en una funda, para
aislarse, separarse del mundo entero, defenderse de las influencias
exteriores. Era esto en él una tendencia apasionada, irresistible.
La vida real lo irritaba, lo asustaba, le inspiraba una angustia
constante. Quizás para justificar este odio, este miedo a cuanto lo
rodeaba, siempre estaba haciéndose lenguas de las excelencias del
pasado, encomiando las cosas que no existían en realidad […] Toda
infracción de las reglas establecidas; toda desviación del camino
trazado por las circulares, lo ponían triste y perplejo, aunque se
tratase de asuntos en los que él no tuviese para qué
inmiscuirse."
Es decir, el símbolo de la auto-protección, del miedo a la vida, a
sentir, a participar activamente en ella. El cuento en
tremendamente pesimista al final. Cuando parece que Mavra puede
cambiar, algo sin importancia, un detalle estúpido le hace volver a
su estado primigenio. Para Chejov, no hay esperanza de cambio alguna.
Con esto último no puedo estar de acuerdo, porque si creo que se
puede cambiar, sólo que hay que tenerlos muy bien puestos y además
tener paciencia, mucha paciencia, que Roma no se ganó en un día y
que nunca el proceso de crecimiento personal está terminado del
todo, que la vida es un cambio continuo, una evolución
constante.
Por último, quiero hablar de Hans Giebenrath, el protagonista de
"Bajo las ruedas" de Herman Hesse, estudiante modelo que
prepara, sacrificando las vacaciones, su examen de acceso al
seminario (Landexamen). Vive sometido a una gran presión ya que le
aterra la idea de llegar a suspender la prueba y desilusionar así
las expectativas que todos han puesto en él. Consigue llegar al
segundo puesto y de este modo puede al fin iniciar sus estudios
superiores en el seminario. Una vez allí, trabará amistad con
Hermann Heilner uno de los alumnos más iconoclastas y rebeldes del
centro.
Nunca he sido un gran estudiante, pero lo que me sobrecogió
enormemente fue el sentir que tanto su vida como la mía estaban
programadas, que tanto él como yo estábamos viviendo la vida que
querían los otros (los padres, los hermanos, los amigos) y no la
que ambos deseábamos vivir en realidad. La suerte de Hans no deja
mucho lugar para la esperanza tampoco… pero el recuerdo de ese
aspecto tan triste y tan real de mi propia existencia me causó un
enorme impacto emocional. Ese miedo a decepcionar a los demás,
hacer cosas que realmente no deseas para que te quieran, para que
no te rechacen… hasta el punto de sacrificar los sueños personales.
Desgraciadamente, para esto si que no hay marcha atrás y, en ese
sentido, la vida que uno se ha construido a los cuarentitantos años
a nivel profesional tiene pocas posibilidades de cambio, aunque
tampoco tiene nada de malo soñar que algún día todo puede cambiar
por un golpe de suerte.
Comentario de los lectores:
- Los personajes que se parecieron a mí