Anika entre libros

Los cazadores de autógrafos

Jaume Cordelier, junio 2004


Creo que ya les he hablado de mi amigo el restaurador alcarreño: aquel que me embarcó en la absurda aventura de la lectura de El Quijote en el Círculo de Bellas Artes de Madrid que, finalmente, no pudo leer. Pues bien, a pesar de su fracaso en ese intento, es inasequible al desaliento.

Hace unos días me llamó por teléfono para interrogarme sobre si tenía la intención de abandonar mi retiro castellonense para acercarme a la capital del reino y pasearme por la Feria del Libro. Evidentemente, le contesté que no tengo la más mínima intención de salir de Peñíscola para acudir a semejante evento. Creo que se ha quedado un poco decepcionado pero, estoy seguro de que se le pasará y, con el tiempo, acabará por comprender mi actitud.

La Feria del Libro de Madrid hace años que se ha convertido en un hecho meramente comercial, donde parece que sólo los cazadores de autógrafos pueden sentirse felices, cuando oyen el martilleo machacón de los altavoces instalados "ad hoc" y que repiten "hoy en la caseta número 123 firmará ejemplares de su último libro Perico el de los Palotes".

Y, entonces, como movidos por un resorte, decenas de visitantes acudirán, empujándose por conseguir el primer puesto de la larga fila, a que el personaje en cuestión les firme el libro de moda que pasará a engrosar el número de volúmenes olvidados en las estanterías de sus casas y que, posiblemente, sólo serán movidos para ser enseñados o presentados en sociedad a algún amigo al que se quiera sorprender:

- Mira, Perico Palotes me firmó su último libro
- Vaya, qué suerte, ¿cómo le conociste?
- Pues, a través de un amigo común -mentiremos a nuestro visitante que nos mirará con cara de resignación.
- Y, ¿ya lo has leído?
- No, aún no he tenido tiempo. Ya sabes que tengo mucho trabajo.

Y el libro volverá silencioso a la estantería hasta que vuelva a ser molestado para su exhibición ante el próximo amigo, o ante la chica que nos queremos ligar con el manido argumento intelectual.

Y yo, me pongo en el lugar del firmado libro, que querría ser acariciado con suavidad por unas manos que con avidez, no exenta de tacto, pasasen cada una de sus páginas, al tiempo que la mente se impregnara de lo que en ellas está escrito. Y pienso cuán triste tiene que ser acabar abandonado en una estantería como objeto de muestra.

Ya no estoy para soportar los empujones de los cazadores de autógrafos, de los que van simplemente a conseguir alguna firma para adornar su casa, a fin de que no parezca indigna. Me quedaré a solas, esperando que la puesta de sol me traiga la figura amiga de Pedro de Luna y comentarle en voz baja los hechos que me abruman. No, decididamente, no iré a la Feria del Libro.



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