Leyendo a este hombre, el diccionario se pone cachondo
Leyendo a este hombre, el diccionario se pone cachondo*
Mi buen amigo ERO, al que ya he mencionado aquí en alguna otra
ocasión, ha abandonado, al menos por el momento, su inveterada
introspección y afición al anonimato y se ha decidido a salir a la
luz con un artículo semanal que publica en un medio de comunicación
de titularidad estatal.
Se trata de una serie de comentarios sobre grandes obras clásicas
de la literatura (sólo la española por ahora) con la intención de
acercarlas a los lectores, o más bien, debería decir que, sobre
todo, a los que lo son en potencia y también para aquellos que no
se atreven con ciertas obras porque las consideran, por motivos
diversos, inaccesibles; Mejor dicho, no nos atrevemos, porque me
cuento entre ellos.
Su primer artículo trató sobre el poema de Mío Cid, que
comparó con El Señor de los Anillos y la literatura de
aventuras en general. Cuando lo leí me quedé asombrado, además de
por la jocosa osadía en la comparación, porque no tenía el tono
doctoral y académico que yo esperaba y, más bien al contrario, vi,
algo corto de entendederas, cierta frivolidad en el lenguaje y en
el tratamiento. Así se lo comuniqué a mi estimado colega que me
contestó, con su aplomo habitual, que no hacía falta que diera
tantos rodeos para decir que sencillamente no me había gustado. Su
apreciación no era del todo exacta, pero, en fin, no quise
profundizar en el debate para evitarme una nueva derrota.
Al hilo esta disquisición recordé una anécdota que me ocurrió
leyendo un artículo de V. I. Lenin, acerca de la revista Svoboda
(Libertad) que publicaban a principios del siglo pasado los
emigrados rusos en Ginebra.
Según Lenin la revista era francamente mala (de hecho sólo
aparecieron dos números) y por un motivo nada relacionado con la
política, sino con el estilo literario que, para teórico del
marxismo: era grandilocuente y difícil de entender para el común de
los mortales, máxime si se tenía en cuenta que iba dirigida, sobre
todo, a obreros. Me pareció entonces extraño que en vez de
centrarse en rebatir los argumentos de Svoboda, Lenin criticara su
pomposidad estilística.
Al releer el primer artículo de ERO, llegué a conclusión de que lo
más probable es que si trata de acercar la literatura a la mayoría
de los ciudadanos no parece que el lenguaje docto y profesoral sea
el más adecuado. Muchos años de excesivo academicismo han alejado
de manera irremediable a muchos de la lectura.
Muchas veces nos asustamos ante la envergadura de una obra
clásica, ante su posible dificultad para entenderla o, incluso,
ante el "tocho" que supone una abundante número de páginas. Tenemos
cierto miedo porque nadie nos ha explicado cómo debemos asaltar esa
fortaleza de cientos de páginas, ya sea en prosa o en verso.
Bienvenida sea pues la idea de ERO que, con un lenguaje sencillo y
comprensible, y sobre todo adaptado a los más jóvenes, a los que
hay que conquistar para la causa de la lectura, trata de acercarnos
a los clásicos de siempre, a esos Libros que aunque muchas veces
están esperando en nuestras estanterías, acaban olvidados y siendo
sujetos pasivos de nuestros buenos propósitos para abordarlos para
cuando tengamos más tiempo o sencillamente más ganas que casi nunca
llegan.
Así que, efectivamente y por justificar el título, podría decir
que leyendo los comentarios literarios de este hombre el
diccionario, y de paso el lector, se ponen literariamente cachondos
y nos parece más fácil llegar a bajar de la estantería ese libro
temible.
Espero que la iniciativa de mi amigo sea un éxito, no sólo en lo
personal sino, también, en lo que se refiere a conseguir que el
contacto diario con la literatura no sea una especie de "tarea
imponente" que la mitad de la población evita absolutamente.
* La frase original es "oyendo a
este hombre..." y fue dedicada a Niceto Alcalá-Zamora, excelente
orador, varias veces diputado, ministro con Alfonso XIII y primer
presidente de la Segunda República española.
Comentario de los lectores:
- Leyendo a este hombre, el diccionario se pone cachondo