La Filología, una ciencia al servicio de la verdad
En mi artículo anterior, dedicado al Papa Pío II, afirmé
que este pontífice, es el único que ha dejado escritas unas
memorias. Sin embargo, los hechos me han desmentido con rotundidad
y rapidez, ya que, hace escasos días ha salido a la venta un libro
con las memorias de Juan Pablo II y que, por lo
que sé, ya encabeza algunas listas de ventas en algunos países. Qué
poco he tardado en comprobar que los caminos del Señor muchas veces
son tortuosos.
Mas no acongoja mi ánimo este desmentido, por lo que traigo de
nuevo un asunto relacionado con la literatura del Vaticano y, en esta
ocasión, sin posible desmentido pues, aunque tarde, fue la sede
católica romana la que admitió los hechos puestos en su día al
descubierto por un excelente filólogo renacentista: Lorenzo
Valla (en la ilustración).
¿A qué hechos me refiero? Pues nada más nada menos que a una de
las mayores falsificaciones literarias de la humanidad: las
donaciones de Constantino. Según la historia, Constantino el
Grande, emperador romano, hijo del general Constancio Cloro y de
Helena, que hoy es santa, pero antes fue, posiblemente, una mujer
de vida licenciosa, fue el que oficializó el cristianismo como
religión del Imperio y, esto, se constata a través del edicto de
Milán, que fue firmado en el año 313 de la era cristiana. Nada más
lejos de la realidad. Constantino jamás oficializó el cristianismo
como única religión y, él mismo solo, se bautizó en el lecho de
muerte, así que henos aquí frente a una gran mentira. Es más, está
demostrado que Constantino era pagano y adorador del sol.
Pero las mentiras no quedan en esto, que podría ser más o menos
anecdótico. Van más lejos y tienen más trascendencia. El estado
Vaticano siempre ha justificado sus derechos temporales sobre lo
que denominó territorios pontificios sobre la base de unos
documentos que se supone redactó el propio Constantino y en los
cuales hacía, entre otros legados, una serie de donaciones
territoriales a los Papas. Este documento conocido como donaciones
de Constantino o también como Codex Imperial o Códice Vaticano es
la falsificación que descubrió Lorenzo Valla en 1440.
En mi primer artículo, sostengo que los renacentistas trataron de
recuperar todos los valores clásicos y que, el arte, no queda
excluido. Dentro del arte está, evidentemente, la literatura y,
dentro de ésta, la filología.
Manuscrito de Valla
La importancia de la filología
es para los renacentistas una cuestión clave. El espíritu del
Renacimiento lo que quiere es volver a los tiempos de los clásicos
en todo su esplendor, sin falsificaciones. Se trata de recuperar el
pasado y no de inventarlo.
Lorenzo Valla puso sus enormes conocimientos filológicos al
servicio del estudio y de la clarificación de los textos antiguos.
Las citadas donaciones, guardadas como un gran tesoro por la
iglesia Católica, proceden del año 374, si la memoria no me juega
una mala pasada.
No hace otra cosa que seguir los pasos iniciados por Francesco
Petrarca y aplica la filología al estudio de los textos clásicos.
¿Por qué? Pues muy sencillo, a lo largo de los años, los
traductores, los copistas y ciertas interpretaciones habían
adulterado buena parte de los textos originales con el riesgo
consiguiente de que no se supiera su verdadero significado o,
incluso, se dieran por buenas cosas que no lo eran en absoluto.
Repito que no se trata de inventar un pasado glorioso sino de la
recuperación de ese pasado.
He de reconocer que es muy posible que si Lorenzo Valla no hubiera
sido secretario de Alfonso el Magnánimo, aragonés que era rey de
Nápoles, no hubiera tenido el más mínimo interés en el estudio de
las donaciones. Pero los hechos fueron los que fueron.
Alfonso estaba por aquellas fechas en abierto enfrentamiento con
el Papa por las cuestiones territoriales. Dicho sea de paso, los
litigios entre el papado y los reyes aragoneses en Nápoles venían
ya de lejos como consecuencia de complicados asuntos
familiares.
El papado sostenía que, según las donaciones, el Vaticano tenía
derechos sobre una serie de territorios que también quería para sí
el monarca aragonés. Y Valla se puso a trabajar.
Escribió una obra que tituló "de falso credita et ementita
Constantini donatione", es decir, sobre la falsedad y mendacidad de
las donaciones de Constantino. En ellas Valla, mediante el análisis
del lenguaje utilizado en los textos, demostró que el documento era
una burda manipulación y que incluso se relataban hechos que habían
sucedido muchos años después de redactados los mismos.
El documento en cuestión cuyo título real era "Constitutum domni
Constantini Imperatoris" tenía dos capítulos. En el primero se
relata la conversión de Constantino por obra y gracia del Papa
Silvestre I, al que estaba dirigido. Curiosamente Silvestre I, que
fue santificado después, murió en el año 335. Esta primera parte es
la que se conoce por "confessio".
La verdad es que la falsificación era bastante burda. Por ejemplo
decía que "concedemos a nuestro santo (sic) padre Silvestre sumo
Pontífice y Papa universal de Roma y a todos sus sucesores la sede
de San Pedro". En aquel tiempo, Silvestre, era sólo uno de los
numerosos representantes de las sectas cristianas que había en el
Imperio.
En segundo lugar, y esto es muy significativo el título de Papa no
se utiliza hasta bastante después. Según algunos historiadores el
primer obispo de Roma que usa el nombre de Papa es Silíceo.
Es posible que esto sea así. Hasta entonces el obispo de Roma se
dirigía a los otros obispos en tono fraternal, mientras que parece
que es este Silíceo quien utiliza un lenguaje conminatorio
(mandamos, ordenamos, decidimos...)
Pero es que, por si todo esto fuera poco, el texto está escrito en
un latín lleno de faltas gramaticales terribles y con referencias
históricas imposibles. No quiero detenerme, porque no es el
propósito literario, en aberraciones de fechas, pero para quienes
estén interesados en la cuestión hay documentación
exhaustiva.
Mas, sí me gustaría apuntar, que Lorenzo Valla tuvo serios
problemas por la publicación de sus obras, especialmente con la
citada, porque puso en cuestión la autoridad temporal de la iglesia
Católica. Y es, precisamente este, el hecho más trascendental de la
obra valliana.
Ciertamente, la denuncia de Valla, lo que pretendía era por un
lado demostrar las falsificaciones documentales del Codex, que es
lo que a nosotros nos interesa desde el punto de vista lingüístico,
y por otra, sumarse a los que querían que la iglesia retomara el
mensaje espiritual de los primeros cristianos.
De hecho, la incidencia de la obra de Valla fue tanta que incluso
influyó en Martín Lutero y devino en la reforma. Más insisto en que
esto es tema para los estudiosos de la religión.
De todas formas parece que, gracias a Valla, hoy
sabemos que el famoso Codex pudo ser escrito en tiempo del rey
Pipino el Breve, es decir unos 400 años después de lo sostenido por
la iglesia católica que, sólo, a finales del siglo XVIII admitió la
falsedad de este manuscrito.
Tumba de L. Valla
Y para finalizar unos breves apuntes biográficos de Lorenzo
Valla, tomados del brillante estudio del profesor Diego Fusaro.
Valla nació en Roma en 1407 en una familia de Piacenza. Tuvo como
maestros a Juan Aurispa y Ranuuccio de Castiglion y desde muy joven
demostró su carácter inconformista.
Tuvo serios problemas con las autoridades judiciales de Pavía
(1433) por un opúsculo que publicó contra ellas (de vero falsoque
bono) y tras salir precipitadamente de la ciudad entró al servicio
del rey Alfonso de Aragón que, en esa época, estaba en plena
campaña por la conquista del reino de Nápoles.
No debió ser Lorenzo Valla un hombre aburrido, si
hemos de fiarnos de Fusaro, pues dedicó su atención como pensador y
escritor al vino: "padre dell' allegria, maestro dei grandi,
compagno nella felicità". Brindemos pues por Lorenzo Valla "padre
del dolcissimo sonno".
Comentario de los lectores:
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