La fiesta Irreverente en Elche
"Todavía hay otras
formas de celebrar la buena literatura". Ésa era la
frase que acompañaba a las invitaciones con las que los
irreverentes lograron reunir a más de cien personas en Elche. Para
leer poesía, representar teatro y narrar cuentos, con el frío de
estos días pasados, y la posmodernidad que nos acorrala. El reto no
era apto para melindrosos, desde luego.
La literatura corre serios peligros, y el peor de todos es que se
nos caiga en manos de la estulticia, la que esgrimen esos autores
torpes y coñazos que se esconden bajo manto de iluminados y
artesanos del verbo. Si queréis que la gente salga corriendo,
simplemente dejad que hablen.
Para recuperar el placer por la lectura hacen falta autores que
disfruten con lo que relatan, con lo que versifican o dramatizan.
Lo demás son eso: torpes y coñazos, aunque alguno ya tenga plaza en
el establishment. A Lope no hubo que
defenderlo, porque los teatros llenos bastaban para hacerlo. A Lorca no
era necesario convertirlo en mártir para crear una fe, porque Lorca
encuentra la música en el polvo y en el aire, y la transmite aun al
más principiante. Lo demás es la mentira, el terreno donde se
mueven los embaucadores.
En Elche, un sábado frío de enero, el público disfrutó al calor de
la literatura, de la buena: a partir de un sketch canalla
y audaz del siempre humano Alonso de Santos, una reina se quedó a
vivir en un escenario por donde fueron pasando algunos de los
autores jóvenes de la editorial Irreverentes. Si se aburría,
increpaba al presentador para que abreviase. Si se emocionaba, como
le ocurrió al escuchar el relato de Isabel Mª Abellán, lloraba sin
rubor. La comedia desató las risas del público, y el cuento de
Manuel Cortés Blanco lo obligó a reflexionar. Se dejó impresionar
por la forma en que Miguel Á. de Rus relató los
primeros pasos del periódico Irreverentes, y al final vibró con las
notas de Coco Illán. Como a los poetas antiguos, a Coco le basta la
música para arrastrar al público del cielo al abismo a su antojo.
Hubo además vino bueno para todos, como el que pedía el autor
medieval a la concurrencia que lo escuchaba atenta. Creo que
después de eso no faltó de nada.
Otra cosa son las cifras, los índices, la locura. El sueño de
otros negocios, menos literarios. En Elche vivimos una noche de
fiesta, y con los libros de protagonistas. En buena ley se debería
decir que fue un éxito. Lo confirmaron los muchos que vinieron sin
saber a dónde venían y salieron con el semblante transformado.
Darío Martínez, otro artista, éste de la vida, siempre me recuerda
que la catarsis griega era eso. Me pregunto si hay otra forma de
medir el éxito. Al término del acto me encontré con muchos
semblantes transformados. Muchos.
Comentario de los lectores:
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