La cajita verde
Cada cual sueña a su modo con esa cajita de pesca de color verde
como la que tanto anhela un personaje de una obra de teatro escrita
por Strindberg, titulada El
Sueño. El mayor deseo de este personaje es que la
vida le conceda una de esas cajas verdes en las que los pescadores
guardan carnada, hilo y anzuelos. El tiempo transcurre y el hombre
envejece hasta que, finalmente, los dioses se apiadan de él y le
conceden una preciosa cajita de pesca verde. Con el tan deseado
regalo entre sus manos se aproxima a la parte delantera del
escenario, observa la cajita durante un buen rato y después, en
lugar de mostrar alegría, le dice al público con profunda tristeza:
"No era este verde…"
La mayoría de nosotros solemos sentir de igual manera cuando se
realizan nuestros deseos. Probablemente, porque el placer de la
ilusión sea superior al placer de la consumación y porque el deseo
como flujo psíquico camina por su lado ninguneando la materia sobre
la que se posa. La imaginación se mueve a sus anchas en el espacio
abierto, mientras su objeto, una vez conseguido, no alcanza la
potencia de lo imaginado. Queda encerrado en "el desolado desván
del cumplimiento", según la expresión de Julian Barnes.
Un cuartucho que apenas puede competir con la libertad en el
aire.
Tal vez por eso, cuando se vuelve la vista atrás para contemplar
escenas de la propia vida, el recuerdo favorito no suele ser el
momento de la conquista de algún deseo, sino la atmósfera previa
tejida de planes, acontecimientos, expectativas y esperanza. Quizá
también por lo mismo, cuando miramos hacia delante, se teme antes
que se extinga el deseo que el que éste no resulte satisfecho. Para
no tener que repetir, con el personaje de
Strindberg: "No era este verde..."
Comentario de los lectores:
- La cajita verde