Juan Gil-Albert: el poeta místico y anarquista
Creo que es un sano ejercicio recuperar la memoria de aquellas
personas que han sido injustamente postergadas u olvidadas por la
historia o, lo que es aún peor, no ya por la historia, que puede
llegar a ser algo etéreo, sino por los hombres y mujeres de su
propio país, sea esta postergación o este olvido por el motivo que
sea. El olvido de un hombre bueno es casi siempre la mayor
injusticia.
Sin embargo, desgraciadamente España o los españoles, somos
expertos en grandes olvidos, en grandes amnesias colectivas y, por
tanto, cometemos enormes injusticias. Personas que han contribuido
al engrandecimiento de nuestra cultura y de nuestra historia común,
son sistemáticamente olvidados. En cambio, cualquier futbolista de
tres al cuarto, o cualquier aprendiz de cantante, es reconocido
como una especie de genio.
La verdad es que me resulta chocante que muchas personas de las
que trato cada día, sean capaces de recordar de memoria la
formación de tal o cual equipo de fútbol o cantar perfectamente una
canción en inglés, y no sean capaces de recodar dos versos seguidos
de Antonio
Machado, por poner un ejemplo.
Por eso, quiero resaltar que el suplemento de cultura "Babelia"
del diario El País de Madrid, recuerde la figura del poeta
alicantino Juan Gil-Albert del que se acaba de celebrar el pasado
uno de abril -es un decir lo de celebrar- el centenario de su
nacimiento y, digo que es un decir, porque han sido muy escasos los
recuerdos a esta figura interesantísima de la literatura
española.
Supongo que lo que pasa es que Juan Gil-Albert,
hombre culto refinado y ciertamente algo hedonista, tuvo la mala
suerte de ser coherente en un país donde la coherencia se paga muy
cara. Republicano consecuente, tuvo que exiliarse a México durante
ocho años y en su país, donde volvió en 1947, fue relegado
deliberadamente por el régimen de la incultura surgido del golpe de
estado del 18 de julio de 1936 o, al menos, eso se deduce del
interesante artículo que al poeta dedica Juan Antonio González
Iglesias. Dicho sea de paso, y ahora que está tan cercano el 14 de
abril, ojalá que también algún día, espero que no muy lejano, se
logre hacer justicia definitivamente a la labor cultural de la
Segunda República Española tan terriblemente abortada.
Prefirió Gil Albert, instalado en la soledad vital, un exilio
interior en que se encerró conscientemente y del que no salió hasta
finalizada la dictadura. Además su homosexualidad, en una sociedad
donde existe (aún es así) un concepto obsesivo de la virilidad, no
le facilitaban las cosas. Según González Iglesias, Gil-Albert con
el paso de los años, renunció al combate pero no a la independencia
de criterio y, de ahí, surge la obra Drama Patrio, en contra de
aquellos famosos y nauseabundos 25 años de paz (en 1968). Paz de
los cementerios, paz de los silencios, paz del oprobio, paz de la
ignorancia... Y así, escribe: "El asco de la gente que me rodea /
pervierte mi virtud". No se puede decir tanto en tan pocas
líneas.
Lo curioso de este gran poeta alcoyano es que, si tuviéramos que
hacer caso de los siniestros tópicos al uso, tendría que haber
estado en el lado opuesto a la causa republicana y democrática. Por
nacimiento era un auténtico "señorito", con una cultura esmerada
que se movía entre el más agudo refinamiento y la estética más
aristocrática.
Pero todo lo contrario. Se colocó de parte de la democracia y
colaboró activamente en su defensa, organizando el Segundo Congreso
de Escritores Antifascistas y fue secretario de la revista Hora de
España, que reunión muchas de las mejores voces de aquella terrible
época.
Sin embargo y, a pesar de todos los esfuerzos, parece que siempre
ha sido un escritor para minorías. Tal vez sus propias palabras
sean las que mejor definen su actitud ante la vida: "me siento
místico, casi en la misma medida que soy un anarquista". Honremos,
aunque sea tarde la figura de este poeta olvidado y
solitario.
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