Francisco Ors: una voz molesta, impertinente... y necesaria
Francisco
Ors, autor de aquella pieza formidable,
Contradanza, que desde el escenario nos
conmocionó a tantos gays y no gays al comienzo de los años ochenta,
es un ejemplo, de los muy escasos en nuestro país, de homosexual no
vergonzante; ha llevado siempre muy alto el pabellón de su
homosexualidad, y puede, a sus espléndidos más de setenta años de
edad, mirar hacia atrás con orgullo, sabiendo que jamás ha
traicionado su verdad ni ha prestado sumisión a las conveniencias
sociales de cada momento. Cierto es que no le ha faltado la suerte:
agudo e inteligente, bien plantado, rico de nacimiento, las
miserias de la posguerra española, aunque le alcanzaran, lo
hicieron con más benevolencia que a la gran mayoría de sus
conciudadanos. Pero tiene a gala haber conducido siempre su vida
por el camino que ha deseado, sin dejarse doblegar por las
mezquinas conveniencias sociales ni influir por las convenciones
aceptadas por la dominante masa de los imbéciles. Y eso puede
depender algo de la buena suerte que uno tenga; pero tiene mucho
más que ver con la voluntad inflexible de ser uno mismo.
Francisco
Ors está lleno de sí mismo, pletórico de orgullo. Sus
razones las saca de su propio sentido de la verdad, de la justicia;
busca los ejemplos en su propia experiencia. Su pensamiento es, por
tanto, marcadamente individualista; pero, por ello, absolutamente
original, y atrae al lector de inmediato porque se vislumbra en él
una dosis desacostumbrada de verdad, de sinceridad, de
autenticidad.
Otra cosa es que uno esté de acuerdo con las opiniones que expone.
Para el lector que ha nacido unos años (no muchos) más tarde que
Ors, su insistencia en idealizar la civilización griega suena a
"antiguo"; no debemos olvidar que la luminosa Grecia clásica que
hemos conocido en los libros es, en buena parte, creación de los
idealistas alemanes del XVIII. En el fondo, estamos muy alejados de
aquella civilización ciertamente magnífica, de la que tendemos a
admirar el esplendor, pero en cuyas miserias no reparamos. Es muy
dudoso que la civilización griega fuera un paraíso sexual, y eso
refiriéndonos sólo al amor de los hombres; si tomáramos en cuenta a
las mujeres, tendríamos que considerarla francamente injusta.
Otro punto polémico que Ors desarrolla con firmeza es su oposición
tajante al matrimonio entre personas del mismo sexo, ahora tan de
moda y tan reivindicado por asociaciones y medios de comunicación
gays. Pero es que Ors es opuesto al matrimonio en sí, a esta
institución que tanta culpa tiene del adocenamiento de las
personas, de su domesticación, de la pérdida de imaginación y hasta
del deseo de vivir de los individuos. Y, frente a la alegación de
que el matrimonio entre gays habría de ser, naturalmente,
voluntario, se ríe: también el matrimonio entre heterosexuales es
teóricamente voluntario. Pero todos conocemos la realidad...
Asistí, la tarde del 29 de abril pasado, a la presentación de su
libro en el salón de actos de la Fnac madrileña; y era todo un
espectáculo contemplar cómo dos de las personas que quizá más han
bregado, después del autor, por publicar la obra, Miguel Angel
López, director de la revista ZERO, y Oscar Pérez, editor de Odisea
Editorial s.21, sello editor del libro (y de mis novelitas, dicho
sea de paso), aun elogiando por activa y por pasiva a Ors como
persona y como escritor se desmarcaban con insistencia de las ideas
expresadas por éste. A los dos les honra haber hecho todo lo
posible para sacar a la discusión pública, en buena lid, unas ideas
con las que no están de acuerdo. Pero ante aquella situación
paradójica a mí me dio por recordar a esas parejas heterosexuales
que uno ve desfilar el día del Orgullo Gay muy, pero que muy
amarraditas, como queriendo indicar a todo el mundo: "somos
progays, pero no gays, ¿eh? Que quede muy claro, no os
confundáis".
Tengo mis discrepancias con Ors en muchos asuntos de los que
trata en su libro; pero, debo reconocerlo, cuando opina acerca del
matrimonio gay, y también del otro, coincido con él al 100%. Claro,
que él sabe explicarse mucho mejor que yo. Por eso lo recomiendo:
creo sinceramente que en esta cuestión los gays nos estamos
metiendo en camisa de once varas; y lo menos que puedo desear es
que, al menos, haya una discusión verdadera al respecto. Que la
oposición a la idea dominante favorable al matrimonio gay no se
reduzca, como hasta ahora, a confidencias expresadas en voz baja.
Como dijo Ors en su intervención -que tuvo un crescendo
maravilloso: el anciano que comenzó a hablar casi con dificultades
por la falta de costumbre acabó a los pocos minutos convertido en
un león rugiente, en un vigoroso orador que electrizó con su
energía a buena parte del auditorio, y a mí en particular me hizo
experimentar una especie de orgasmo mental irresistible, que para
mi vergüenza se notó en la sala- "todo el mundo habla de lo
estupendo del matrimonio; pero nadie se fija en lo que va a suponer
el divorcio".
Comentario de los lectores:
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