Escribir
No hace falta ser escritor y además haber publicado. Todos
escribimos, da igual si un verso, notas apresuradas, un deseo.
Trenzando letras, se toca el mundo, en cuyo seno se encuentra un
rincón propio desde el que contarnos acerca de la vida. Acaso
seamos en gran medida una mano sosteniendo un bolígrafo, un rostro
inclinado sobre un papelucho sumiso, presto a darle voz a cualquier
episodio de la existencia. Si reuniéramos la cantidad de hojas
volanderas escritas por una persona y que terminan en el cubo de la
basura, se podría, tal vez, dar cuenta de auténticas biografías. A
través del lenguaje escrito y desperdigado por los escenarios más
inverosímiles se van dejando huellas de momentos irrepetibles, un
conjunto de emociones, dudas, tareas pendientes, propósitos,
propuestas, declinaciones. Ya en la niñez se apresan letras como en
el juego del anillo recorriendo y atravesando, apretadito entre dos
manos, otras apenas entreabiertas y vacías. Escribir fue, quizá,
primero una sortija en busca de unas manos donde cobijarse, las
cuales repiten la operación para fundirse en el calor de nuevas
manos. ¿A dónde van a parar si no los mensajes improvisados en
papelitos por escolares en la temprana edad confesando un amor,
exaltando la amistad, formulando una queja?
Escribimos a pedazos la existencia. En la lista de una compra
queda una parte nuestra. Sobre una mesa, dejamos una nota
refiriéndonos al lugar en que nos encontramos y a la hora de
vuelta. Un trozo arrancado de una hoja informa por escrito de algún
incidente o de una advertencia, de un pago, de imprevistos, de una
invitación, una despedida o una fiesta. Son miles de letras
espontáneas que encierran un gran amor profesado a los seres
queridos al tiempo que dan testimonio de lo que somos. Y si,
además, en la soledad creamos un relato o un poema, ensanchamos el
sentido que vamos dando a la existencia. ¿Por qué no
intentarlo?
Comentario de los lectores:
- Escribir