Ella y Rimbaud
En verano nunca dormía bien. Tumbado en el jergón, sintiéndose prisionero de las tradiciones que le rodeaban, de aquel pueblo atrasado y nunca próspero. Su corazón tanteó con sus manos blancas la oscuridad y contempló cómo se trasfiguraba el paisaje.
"Puedo hacerlo", se dijo.
Se calzó sus botas y salió de casa, por el campo, en el aire seco y cruzado por acentos. Recorrió el paseo bajo los tilos y se detuvo a junto a uno de ellos. En aquel en el que se habían dado su primer beso. El invierno quedaba lejos, pero sentía la promesa regresar con violencia. La encontraría dormida. A ella no le importaba el calor. Pero le preocupaban sus padres. Llamó con cuidado a la ventana y se asomó como una sombra. Ella le abrió. Sintiéndose culpable y odiándole.
- ¿Qué haces aquí?
- Voy a irme -le dijo.
- ¿Adónde, Arthur? No tienes nada.
- Tengo amigos en París.
- No sabes lo que dices. Aún eres un niño...
- El mundo está cambiado. Robaré si es necesario.
- No lo comprendes, ¿verdad? -dijo la chica de los ojos violeta-. No es necesario que te marches.
Ella existió, Rimbaud se enamoró de ella y le escribió poemas. El marco es en el que se movieron. Y al final de su vida, en el lecho de muerte, Rimbaud aún la recordaría.
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