El papel de los premios
(Imprímase a doble cara)
No, los tiros no van por lo evidente. No se trata de objetar la
trascendencia de los premios literarios en la vida del autor, ni
siquiera de cómo los percibe el lector o el mundo mediático, el
enunciado se refiere al soporte de lo imaginado, aquello que da
cuerpo al delirio particular de quien lo surca de tinta. Al
producto elaborado con fibra de madera, trapos o paja, que mantiene y sustenta la
historia: el papel. Lo que habíamos dicho al principio.
En opinión de quien lo edita, el autor siempre es la parte
asequible del libro, lo más caro es el papel, justificación
excelente y manida ante cualquier subida en el precio de venta
aunque luego, sin mayor explicación, permita que se pierda como
agua entre los dedos. Aquello tan apreciado y que debiera manejarse
con la meticulosidad de lo impagable por la degradación que produce
en el entorno, parece minusvalorado en el ánimo de quienes más lo
nombran y arguyen a la hora de plantear un premio literario.
Sorpresas te da la vida. (Disimulen si piensan que identifico
editorial con entidad promotora de premio, pero suelen coincidir, y
para lo que tratamos no es significativo).
Permítaseme una reflexión en la que nos ayudaremos de las
matemáticas. No se preocupen, sencillas, sin alharacas, que para
llegar a este puerto alcanza con las cuatro reglas. ¿Se imaginan la
cantidad de papel que, salvo honrosas y simbólicas excepciones, se
desperdicia en los premios literarios?
Supongamos un certamen tipo: Premio de Novela Nada Sospechoso
(pónganle otro nombre si es su gusto). Originales por triplicado;
una media de cuatrocientas noventa páginas por original (utilizo,
porque me ayuda a calcular, las cifras de mi última novela en la
calle. La imprenta las transformó luego en cuatrocientas
veintiséis, como ven, un peso medio), concurrencia de trescientos
participantes y unas bases de concurso al uso -no hablaremos de
aquellas que piden cinco copias, ni de las que solicitan dos, que
son minoría, seamos equitativos-. Con una simple operación sabremos
que estamos hablando de 441.000 páginas, es decir, hojas de papel.
El lector dirá: "la mitad, puesto que cada hoja alberga dos
páginas." Error. En los certámenes literarios se EXIGE el original
a doble espacio, por una sola cara, y con tipo de letra de doce
puntos. Desconozco los motivos.
Como integrante del jurado en algún que otro premio, confirmo que
maneras incómodas de leer un texto existen, pero pocas como hacerlo
a dos espacios y con el reverso de la página en blanco. Gran, al
menos para mí, misterio editorial.
Dando, en este caso, por bien empleadas las 2.940 páginas del
ganador y un finalista, la demasía, que por su magnitud evidente no
es imprescindible calcular en cifra, va al contenedor de reciclaje
(adelante hablamos también de esto). Pocos autores recuperan los
originales una vez fallado el certamen para reutilizarlos
posteriormente porque, además de que se deterioran en los envíos,
los costos de transporte superan a los de impresión o fotocopia, y
encuadernación. Seamos sinceros.
Una modificación en las Bases del premio literario, simple, que
aliviara el desperdicio e hiciera feliz a cualquier jurado, resulta
de fácil aplicación: solicitar los originales a espacio y medio,
que se leen sin agobio -incluso mejor-, y a doble cara, que
descarga de peso al mecanoescrito. El espacio y medio transformará
un original de cuatrocientas noventa páginas en el mismo, pero con
trescientas setenta, y la doble cara lo divide. Ahora estaríamos en
un gasto por concurso de 166.500 hojas de papel DinA4. Todo un
ahorro, ya es algo.
Pero hay que considerar la zona intestina de un premio. De las
trescientas obras que hemos supuesto, al tribunal le llegan, siendo
generosos, cinco para su evaluación. ¿Qué pasa con el resto? Se
desagua por los diversos cortes a que se enfrenta en su camino. De
lógica es que un jurado no puede leer las trescientas obras
presentadas, porque prolongaría en años su fallo. Se precisa, pues,
dejar esta labor en mano de comités de lectura encargados de
valorar los mínimos del original que se recibe. (La profesionalidad
y aptitud de sus integrantes no se duda, ni es materia de este
artículo).
Su labor elimina en primera instancia los originales que no se
ajustan a las Bases del concurso; los que presentan faltas de
ortografía; están mal escritos, o no resultan interesantes por
apreciación subjetiva de quien los evalúa. Con amplio espíritu
deportivo, calculemos que ochenta alcanzan la fase de semifinales.
Bien. Si en vez de en papel la obra se presenta en formato digital
-un archivo de texto al uso-, la primera criba se hubiera hecho
ante la pantalla del ordenador. Hay que tener en cuenta que en las
lecturas de selección, muchas obras se caen en el primer capítulo,
y sólo aquellas que mantienen el interés del lector hasta el, por
lo general, quinto, se premian con el paso a cuartos de final, fase
en la que ya se les va a dedicar más tiempo. Esto reduciría las
166.500 hojas de papel que nos han quedado tras modificar las
bases, en 44.400. Continuamos ahorrando.
Hay que contar con la reticencia de algunos autores a remitir sus
archivos de texto por miedo a que sean difundidos en Internet sin su permiso.
Desengañémonos, al día de hoy, esa prevención es, cuando menos,
ingenua. Una tarde libre, un escáner y un programa gratuito de
reconocimiento de caracteres, y cualquier obra pululará por la red
con nulas posibilidades de localizar al ratero literario. Para
templar ánimos, bastaría con que la promotora del premio añadiese
en sus Bases una cláusula comprometiéndose a destruir los archivos
que no sean de su interés para publicación posterior, y ya no se
utilizarían 122.100 hojas de papel con tan somera excusa.
Llegados aquí, la entidad que convoca el certamen -no el autor-
puede imprimir un único ejemplar de las obras seleccionadas, puesto
que son analizadas una por persona y sólo las que despiertan
profundo interés son objeto de intercambio. Teniendo en cuenta que
cinco pasan a la final, habrá otras setenta y cinco en las que el
gasto de papel se habrá reducido a un tercio, es decir: 27.750
hojas menos. Entregadas las obras al jurado, la entidad imprimirá
las que éste necesite: 2.775 DinA4, el doble contando la obra
finalista, y que daremos por bien empleadas.
Con una racionalización de las Bases del concurso literario, se
reducirían de 441.000 hojas de papel a las 5.550 impresas para este
supuesto.
Jugando a ser buenos y quedándonos en lo doméstico, plantéese,
lector, cuántos concursos literarios se dan en nuestro país al cabo
del año. No tenga miedo, aventure una cantidad y multiplique. Por
mi parte, me niego a seguir haciendo números para calcular en
kilogramos el resultado.
"El papel no va a la basura, se recupera", podrá alegarse. De
acuerdo, pero hacerlo no es gratuito. El proceso de reciclado
también contamina, además de que los costes de producción elevan su
precio por encima del papel virgen, dándose la paradoja de que,
siendo de peor calidad, es considerablemente más caro. Parece, y
sólo es una sensación, que la industria castiga la conciencia
verde. Ah, pero amiga/o, las cosas están asín, que dirían en mi
tierra.
Comentario de los lectores:
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