Anika entre libros

El mar

Elisa Rodríguez Court, febrero 2005


El mar tiene ojos en cuyo fondo se cobija su alma propia. Ni traiciona ni es fiel a humanidad alguna. No reconoce el valor, la justicia, la ambición o la penuria. Tampoco juega con los individuos hasta descorazonarlos ni azota a las embarcaciones para hundirlas. El océano es excelencia de la naturaleza, plenitud de su silvestre esplendor. Indiferente al bien y al mal, el Elmardenochemar se rige por su saber secreto, ajeno a las naves y a los remos, a las aventuras y a las desgracias.

Son las anteriores líneas un resumen de algunas de las ideas expuestas por Joseph Conrad en su inolvidable libro "El Espejo del Mar", editado por "Libros Hiperión". Nada mejor que zambullirnos en su lectura para, una vez inspirados, volver la vista a nuestro mar y a sus reflejos.

"Un navío que llega al mar y cierra sus blancas alas para tomar reposo es siempre un espectáculo emocionante", escribió Joseph Conrad. Una exhibición destinada a la mirada de los mortales entre los mortales, pues el diálogo del mar transcurre con las nubes y la luz, con el viento y la calma. Es la fuerza de los humanos en su afán de posesión del océano la artesana de sus maravillas y terrores: asigna la crueldad a Poseidón si el mar le da la espalda. Hace aspavientos de su heroísmo cuando el mar parece abrazar la causa humana.

El mar, silencio perpendicular a la marcha de los barcos, ha sido siempre fuente de inspiración y de estremecimiento, de prodigios, de pasiones. El deslizamiento en las aguas abiertas es, entonces, asunto que se cuece en la tiranía de la tierra.

Dichosos aquéllos que pueden realizar una travesía aventurera, aunque padecieran la desdicha de permanecer días enteros a bordo de una lujosa Zodiac entre la vida y la muerte.

Desafortunados aquéllos a quienes la realidad no necesita, inhabilitados para distinguir su derecho a la existencia del derecho a vivir. Son los inmigrantes sin papeles en barquillas, seducidos por la mentira de prosperidad que les aguarda.

Se desplazan en la horrible densidad de incontables noches en medio de la imponente autoridad del lenguaje del mar que nada promete: un éxodo idéntico al viaje interior anudado a una esperanza vacua.

Sólo el temple de sus almas aplaca el dolor soterrado creciente de saber que el mar, aún pudiendo engullirlos, no es responsable de su huída. Hacia un puerto desconocido, su viaje se asemeja al que emprende el resto de sus semejantes una sola y única vez.

Joseph Conrad no habla de la tragedia de los inmigrantes. Su lectura del mar y de su espejo en "El Espejo del Mar" nos puede ayudar, sin embargo, a entenderla. A entender su lectura y la tragedia, quiero decir.


+ Joseph Conrad

 

 

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