El hombre de Porlock
Siempre hay alguien o algo que nos distrae de los asuntos más
importantes. A todos nos ocurre. Estamos concentrados en algún
proyecto y no hay modo. Llega el hombre de Porlock
y nos interrumpe, porque de su visita nadie escapa. Su figura
literaria data del verano de 1797, año en que el poeta inglés
Samuel Taylor Coleridge se retiró a una solitaria
granja. Mientras leía un libro, se quedó dormido, no se sabe si por
los efectos del opio. Cayó, entonces, en un profundo sueño durante
el cual compuso cerca de 300 versos. Se despertó con un recuerdo
tan nítido de un poema entero, que sacó papel y lápiz. Escribió con
fluidez los primeros versos y, de pronto, llamaron a la puerta. Un
hombre que venía de Porlock, el pueblo de al lado, lo retuvo cerca
de una hora para tratar sobre un asuntillo banal. Cuando volvió a
su habitación sólo conservaba un recuerdo vago y fragmentario de su
sueño. Bajo el título de Kublai Khan, su poema quedó
inacabado.
En nuestros días el hombre de Porlock se presenta a través de una
llamada de teléfono, un timbrazo en la puerta, cualquier persona
entrometida… Llega el hombre de Porlock y nuestros proyectos se
evaporan como se desvaneció la inspiración de Coleridge un día de
aquel verano en la granja. Maldito hombre de Porlock, pensamos.
Este pensamiento nos produce, sin embargo, un fuerte alivio, porque
en el fondo sabemos que si el hombre de Porlock se mirara al
espejo, no se vería ningún reflejo suyo. No existe sino dentro de
nosotros y representa los propios motivos más o menos conscientes
que nos llevan a desviarnos de nuestros propósitos y de supuestas
cuestiones esenciales. Encarna las excusas que dan la razón a John
Lennon cuando dijo: "La vida es lo que ocurre mientras nosotros
hacemos planes".
Comentario de los lectores:
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