Anika entre libros

Dibujar la ausencia


En el siglo XXI Don Quijote era otro. Seguía enamoradísimo de Dulcinea del Toboso, aunque ésta, considerada la moza labradora Aldonza Lorenzo por los demás, no lo sabía o no quería darse cuenta de ello.

Atrás había quedado la lectura voraz de tantos libros de caballería, así como su fatiga por no verse armado caballero. Nada de aventuras que terminaban una y otra vez en caídas y molimiento y dejaban a su Rocinante maltrecho. Ningún escudero a su lado que le convenciera de que los gigantes no eran más que molinos. Tampoco, ninguna necesidad de buscar pretextos para su equivocado juicio, inventando al enemigo Frestón no sólo como ladrón de su aposento y de sus libros, sino como el responsable de transformar los gigantes en molinos. En la bacía relumbrante de un barbero no vio un yelmo de oro ni en la venta, un castillo, y no creyó estar consumiendo truchas cuando comía abadejo.

Rompió su amistad con el barbero y el cura, los cuales, empeñados en llamarle Quijada, arrojaron sus libros a las llamas pensando que eran la causa de su presunta locura. No volvió a probar el bálsamo de Fierabrás como mágico remedio. Había retomado el hábito de sus 3 comidas diarias y se mostraba cuidadoso con su dentadura, amenazada de continuo en sus anteriores batallas.

Lejos de su memoria quedaba enderezar tuertos. Había olvidado al Vizcaíno y a los frailes, a los cabreros y a Cardenio, a Marcela, a Grisóstomo, a los personajes del Curioso Impertinente, a la finalmente vulgar Maritornes…

Don Quijote paseaba ahora por un parque de alguna ciudad y convertido en un ciudadano más de este mundo. Se detuvo a escasos metros de un banco situado de espaldas a su frente y ocupado por una mujer a la que imaginó bella. Quiso apresar mentalmente aquella silueta erguida e inmóvil que parecía mirar al vacío. La contemplaba por detrás, mientras descubría en ella la complexión y la melena de Dulcinea del Toboso, así como reconocía la rebeca azul de ésta en la verde de la otra. Trazaba en el reverso de los invisibles ojos de la mujer sentada en el banco la mirada de su amada, al tiempo que tejía cada uno de los rasgos de su rostro en aquella secreta cara.

Decidió dar media vuelta y continuar su paseo. Vuelto ahora más realista, Don Quijote se sintió feliz de haberse encontrado con Dulcinea.

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