Corazón teledirigido
Se ha realizado una operación novedosa en un hospital. Los médicos
han colocado a una paciente un neuroestimulador cervical que puede
ser manejado por ella para evitar el dolor de pecho, reducir los
infartos y multiplicar las expectativas de vida.
Este corazón, ahora teledirigido, ha dejado atrás muchos
sufrimientos acumulados a lo largo de años, por lo que su receptora ya puede decirle: "Sé que el tiempo no se
llama como tú", robando este verso a un poeta.
A partir del invento de este neuroestimulador, se podría llegar a
descubrir la manera de proyectarlo hacia otras estancias recónditas
del corazón donde se aloja el dolor menos tangible y más
descorazonador. El dolor que quiebra en secreto el corazón. De él
da cuenta, entre otros, uno de los Lieder de Goethe y Schubert,
bajo el siguiente lamento: "Mi corazón pesa,/ mi calma se ha ido",
así como en un poema de Heinrich Heine se duele también la música
de Schubert: "Soporto lo insoportable/ y rompérseme/ quiere el
corazón en el cuerpo."
Este mismo dolor jubiloso arrancó de las entrañas de Neruda sus
Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada y de las de
Francisco de Quevedo su Amor Constante Más Allá de la Muerte.
Conocidas son sus palabras: "Serán ceniza,/ más tendrá sentido;/
polvo serán, mas polvo enamorado."
Fernando
Pessoa hablará de "ondas negras" que atraviesan su corazón de
nadie.
Se podría, entonces, teledirigir el corazón y provocar la
expulsión de una pasión amorosa cuando no es correspondida o
cuando, por los motivos que fueren, se vuelve insoportable.
Asimismo, deshacerse de un amor que sigue atormentando pese a que
de su llama no ha quedado ningún rescoldo o de alguno que, de tanta
satisfacción, aburre. En otros casos, evitar a tiempo que brote la
pasión dentro del corazón por falta de viabilidad o porque,
simplemente, se intuye que hace daño.
Se podría, por tanto, controlar y vencer ciertos amores para ceder
el paso a otros. No se sabe si más o menos gratificantes y si más o
menos perjudiciales, pero siguiendo la lógica del deseo cuya
primera ilusión es desear. Como escribió Nietzsche, porque "antes que no
querer, el hombre prefiere querer la nada." Justo en el abismo
donde un objeto de deseo acaba y se espera la llegada de otro que
lo reemplace.
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