Censura
La censura de libros ha sido una práctica común a lo largo de la
Historia. Reyes, dictadores, nazis, comunistas, católicos, judíos,
musulmanes, luteranos... todos han ejercido la censura en algún
momento. La palabra escrita tiene tanto poder que los poderosos
siempre la han temido y han intentado acallarla por cualquier
medio. En el 213 a.C el emperador chino Shi-Hoang-Ti ordenó
destruir todas las obras escritas, enterró vivos a más de
cuatrocientos escritores y decretó que cualquiera que guardase
tablillas escritas correría la misma suerte. Siglos después, el
Concilio de Trento, 1545- 1563, creó el "Índice de Autores y
Libros Prohibidos" que se mantuvo en vigor hasta 1966. La
lista era tan extensa que casi ningún autor, pensador, filósofo o
científico europeo se libró de aparecer en ella.
En España la censura literaria fue anterior. En 1490, en
Salamanca, se quemaron seis mil volúmenes y en Sevilla, ese mismo
año, un gran número de biblias hebreas. En 1500, en Granada, el
cardenal Cisneros ordenó la quema de miles de ejemplares escritos
en árabe. En el año 1502, se prohibió la importación de libros. A
partir de la "Sanción Pragmática" de 1558, un año antes de que se
promulgara el primer índice romano, se castigó con penas graves,
incluso la muerte, la posesión de cualquier libro censurado.
"El código da Vinci" ha sido el mayor best-seller de los
últimos años. Millones de lectores han leído esta obra de dudosa
calidad literaria que, sin embargo, se ha atrevido a hacer ficción
de un tema tabú: la religión. La Inquisición habría condenado al
autor a la hoguera, junto a su herética obra y a sus lectores. Hoy
no deja de ser un número en las estadísticas, una novela que será
desbancada en cuanto aparezca otra más atractiva para el público,
pero no es de extrañar que algunos purpurados y políticos añoren
los buenos tiempos. Firmarían gustosos por la vuelta a la censura,
al férreo control del libre albedrío, pero, mal que les pese, ya no
dan miedo.
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