Así que pasen doscientos años. Los hijos de Mary Shelley
Así que pasen doscientos años. Los hijos de Mary Shelley
De todos es sabido que los Hijos de Mary
Shelley gustan de reunirse en ciudades con viento. Una vez
cada doscientos años, más o menos, acuden a la cita concertada con
sus hermanos, se sientan en círculo y se turnan para contar
historias de miedo cuando empieza a anochecer. Esta vez la ciudad
elegida para el encuentro fraternal fue Zaragoza, famosa al igual
que Ginebra, por su cierzo y su querencia a las criaturas
monstruosas. No quedaban lagos ni podíamos usar la lluvia como
excusa para dar rienda suelta a nuestra calenturienta imaginación,
así que debimos conformarnos con un día soleado, convencionalmente
precioso, y aparecernos como si tal cosa en el salón del Ámbito
Cultural del Corte Inglés a una hora demasiado temprana para los
monstruos de siempre, pero propicia para estos de última generación
en los que nos hemos visto convertidos una serie de autores, merced
a las malas artes (o a las muy buenas, según se mire)
de Fernando Marías e Imagine
ediciones.
Las reuniones para dar noticia de nuevos libros o las mesas
redondas de autores, no tienen por qué ser aburridas. Bien mirado,
la publicación de un libro siempre es una hazaña, un pequeño
milagro que debería valorarse en su justa medida y celebrarse, a
poder ser, con una fiesta. Una fiesta de la que participasen los
escritores implicados, como las manos culpables que son, y los
propios lectores. Así sucedió en una velada de mayo del pasado
2010, en otra tarde de feria, en la que los novelistas Félix J. Palma
y José
Carlos Somoza, ambos de sobras conocidos por su audaz
inventiva, y yo misma, fuimos invitados por Fernando Marías a medir
nuestras fuerzas como contadores de historias, ante el público que
llenaba la sala de Ámbito Cultural del Corte Inglés. Los tres nos
embarcamos en nuestros respectivos viajes en el tiempo y mostramos
a los asistentes un objeto regresado de otra época y de otro lugar,
un recuerdo material que daba fe de nuestra fantástica aventura.
Cronotemia y otras historias de viajeros del
tiempo es fruto de esa tarde de cuentos y de la
protagonizada siete días después por David Lozano, Ricardo
Menéndez Salmón y Care Santos, también desafiados por el
anfitrión Fernando Marías a viajar por el tiempo.
Así mismo incluye textos de Antón Castro, Luis
Alberto de Cuenca, Espido Freire, Manuel Vilas,
Pilar Pedraza y Pedro Ramos,
que completan la nómina de descendientes confesos de Mary Shelley. De la unión
de todas esas obsesiones surgió una criatura negra y extraña, un
cofre oscuro, cargado de minutos. Un libro editado por Imagine, el
sello que dirige Silvia Pérez Trejo, en el que
cada cual explora a su manera, guiado por sus propias obsesiones,
ese viaje en el tiempo que le hubiera gustado protagonizar.
Su presentación en público, el sábado 28 de mayo, a las 19.30
horas, fue el primero de los actos del ciclo Hijos de
Mary Shelley que se enmarcan en la Feria del Libro de
Zaragoza 2011 y corrió a cargo del escritor y periodista Juan
Bolea, Ramón Pernas, director de Ámbito Cultural del Corte Inglés,
y el propio Fernando Marías.
Entre el público asistente pude reconocer a algunos cronotémicos,
como Manuel Vilas, Espido Freire,
Luis Alberto de Cuenca o David
Lozano, que intentaban pasar desapercibidos, mientras
Fernando Marías presentaba a la familia ilegítima de la pobre Mary
Shelley y desencriptaba algunas de las claves secretas del libro.
Cabe señalar que la propia Mary, quizás enfadada porque no se la
había contado en el listado de autores presentes, hizo acto de
presencia ultraterrena, en forma de chirrido escalofriante que se
apoderó del micrófono de Fernando Marías.
Cronotemia y otras historias de viajeros del
tiempo es un estuche negro en cuyo interior hemos
quedado atrapados todos los que hemos tenido algo que ver con él, sentados en torno a la
chimenea amarilla y circular. Guarda también el secreto del tiempo,
un líquido rojo como la sangre que cae de un lado a otro del reloj
de arena, y desgrana historias y poemas en tinta violeta. Un libro
atrevido en cuanto a la maquetación elegida que permite hacer doce
viajes en el pasado o el futuro a todo aquel que se sienta afectado
por el extraño síndrome descubierto en el relato de Félix
J. Palma, que da nombre al volumen.
Después de la presentación volvimos a reunirnos todos en el pub El
poeta eléctrico, a fin de completar la primera sesión del ciclo
shelleyniano. Fue allí donde un cuarteto de frankenstenianos de
pro, compuesto por Luis Alberto de Cuenca,
Espido Freire, Irene Gracia y
Pedro Ramos, leyeron diferentes textos
relacionados de un modo u otro con lo fantástico gótico y el
terror. Sentada junto a un enorme tigre de expresión fiera, Espido
Freire se refirió a una de sus novelas favoritas,
Cumbres borrascosas,
de Emily
Brontë y a modo de introducción dramatizó un diálogo de la
protagonista, la joven Catherine, y su ama, en
el que la muchacha da cuenta de su indecisión a la hora de elegir
con cuál de sus dos pretendientes debe quedarse y se muestra
dividida entre razón y corazón: mientras que el sentido común le
indica que el rico y educado Edgar es el prometido que le conviene,
su alma le arrastra de forma inevitable en dirección al atormentado
Heathcliff, con quien se ha criado y al que ama desde niña. La
escritora cerró esta intervención inicial con uno de los
microcuentos de su libro Cuentos malvados, editado por
Páginas de Espuma, en el que se había colado una de las mariposas
que adornaban su vestido.
A continuación leyeron sus poemas cronotémicos Luis
Alberto de Cuenca y Pedro Ramos, muy diferentes entre sí a
pesar de compartir el nexo común del viaje a lo largo del tiempo.
Mientras que Luis Alberto de Cuenca optaba por un trayecto
pendular, que recorría el Bizancio de Justiniano y se trasladaba
después al lago suizo en torno al cual surgieron los cuentos de
Shelley, Byron y Polidori, en un recorrido preciosista, no exento
de humor y nostalgia del tiempo no vivido, Pedro Ramos, bastón de
dandy en mano, explicaba que su texto fantasea acerca de lo
distinta que hubiera sido su historia de amor con su novia, si ella
no se hubiera girado y lo hubiera mirado por primera vez, en el pub
irlandés en el que se conocieron. Tomó la palabra después de los
dos caballeros la entrañable Irene Gracia, quien
confesó en público su sonambulismo y nos mostró dos poemas góticos,
en los que fueron surgiendo palacios de hielo, bestias, ángeles y
corredores vacíos. Hubo una segunda tanda de lecturas, en las que,
como no podía ser de otra forma, fue invocado el espíritu de Edgar Allan
Poe, maestro admirado de todos los autores presentes, que
rindieron homenaje al señor de los cuervos y el amor más allá de la
muerte con fragmentos extraídos de Ligeia y Annabel
Lee, en el caso de Espido Freire y Pedro Ramos,
respectivamente, y con una atrevida y magnífica versión de El
cuervo, que corrió a cargo de Luis Alberto de Cuenca y puso el
broche de oro a la sesión literaria.
La noche, sin embargo, se prolongó todavía con dos actuaciones
musicales, protagonizadas por Octavio Gómez Milián, Luis
Cebrián, y el cantautor Gabriel Sopeña. No obstante, esta
misma semana, en concreto los días 4 y 5 de junio, en la carpa de
la Feria del Libro no podemos faltar a las dos próximas citas
fantásticas, esta vez en torno al eje temático de vampiros, zombies
y espectros enamorados, con seis invitados de excepción: Ignacio del
Valle, Irene Gracia y Jon Bilbao, en la
primera sesión, y Vicente Molina Foix, Vanessa
Montfort y Marcos Giralt Torrente en la
segunda.
Mary Shelley creó a una criatura condenada a la soledad a pesar de
su bondad e inteligencia natural, que ha sobrevivido en el tiempo y
que sigue conmoviéndonos. Frankenstein nació de la soberbia de
un científico que jugaba a ser Dios y pagó su imprudencia, que
sufrió el escarnio de aquellos que le parecían sus hermanos
naturales y debió asumir su condición de maldito, tanto entre los
humanos como entre las bestias. Creo que todos los presentes en el
acto del sábado nos apiadamos en su día, cuando Frankenstein cayó
entre nuestras manos por primera vez, del pobre monstruo repudiado
por su padre, maltratado por los hombres, castigado a vagar,
erráticamente, hasta el fin de los tiempos. Todos hubiéramos
querido poder salvarlo, reescribir su historia con un final menos
atroz, más feliz, dejarle entrar en la cabaña, en medio de una
noche fría, a calentar su cuerpo helado hecho de otros cuerpos
junto al fuego. De ahí que me parezca que este ciclo literario es
el mejor homenaje que puede rendírsele al hijo mayor de Mary Shelley.
Comentario de los lectores:
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