Artaud y el teatro
Pasé por delante del teatro y vi que estaban representando una obra sobre Artaud. Apenas tenía dinero, porque recientemente mis padres me habían tirado de casa, pero me acerqué a la taquilla y pregunté por los precios. Yo sabía poco de teatros, así que compré una butaca en la segunda fila.
A la noche siguiente me presenté. No había llegado nadie, así que bajé solo por el pasillo y me senté en mi asiento. Me pareció que debía haber elegido unas filas más atrás. Sobre el escenario había un atril. Ningún tipo más de escenografía.
Por fin las luces se apagaron y un hombre salió por uno de los laterales y se acercó al atril con unos folios en la mano. Seguidamente comenzó a recitar unos versos. Agitaba los brazos por encima de su cabeza y movía las piernas como si olvidara que las tuviera. Deliberadamente hablaba a saltos, alargando las palabras, dejándolas en el aire. Hizo un recorrido por la poesía y vida de Artaud y se centró en la representación que ante la selecta sociedad parisiense había realizado un siglo antes y que le costó su reputación pues vieron en él sólo un loco. Estábamos siendo testigos de aquel momento.
Cuando acabó me levanté y me puse a aplaudir. Esperaba oír caerse el teatro, pero sólo dos personas más habían entrado. Me giré y los vi de pie uno en cada extremo del pasillo.
Quizá salí después aquella noche, soy muy torpe para recordarlo, pero a la mañana siguiente cuando me levanté tenía fija en la mirada aquel hombre delante de mí agitado el cuerpo y sacando las palabras de un saco unas veces con delicadeza y otras volcándolas sobre nosotros.
Llamé a mis amigos para que me acompañaran a la siguiente función, pero cuando nos acercamos a la taquilla nos dijeron que habían cancelado la representación.
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