Antígona
Antígona, hija de Edipo, fue condenada a muerte por orden de
Creonte, gobernante de Tebas después de morir los dos hermanos
varones de Antígona. Una disputa por el dominio del poder terminó
con la muerte de éstos, uno a manos del otro. Como castigo al
hermano que, una vez derrotado, había atacado la ciudad, Creonte
prohibió que se le diera sepultura a su cuerpo. En aquel entonces
el hecho de que un cadáver quedara sin enterrar se consideraba una
afrenta grave, por lo que Antígona desobedeció el mandato,
apelando a su conciencia de acuerdo a las leyes no escritas de los
dioses. Los principios que ninguna autoridad debe violar.
Antígona, que da nombre a una de las obras
maestras de Sófocles en torno al año 442 a.C., es símbolo de la
resistencia a la tiranía y a las leyes injustas. Encarna la
expresión trágica del conflicto tan frecuente entre la ley y lo
humano. Antígona escogió lo segundo y arriesgar su vida,
rebelándose contra el mal. Creía que dar sepultura a su hermano
complacería a todos, si, en sus propias palabras, "el temor no les
tuviera paralizada la lengua".
Enterró el cadáver eligiendo morir por amor y en contra del odio,
tal y como se pronuncia en la obra de Sófocles: "Mi persona no está
hecha para compartir el odio, sino el amor." Amor y misericordia
inaceptables para quien se cree dueño de una ciudad. Así dice ella:
"Con mi piedad he adquirido fama de impía." Más adelante expresa
cómo sufre y "a manos de quiénes por guardar el debido respeto a la
piedad." Murió en defensa de los demás, porque su amor a la
humanidad era más fuerte que la muerte, así como su afán de
convertir el sufrimiento en esperanza y claridad, en "conciencia
auroral", según la expresión de María
Zambrano.
Creonte ordenó que fuera encerrada en una tumba subterránea y
muriera de inanición. Allí quedó, antes de suicidarse, sin estar ni
entre los vivos ni entre los muertos. Desaparecida en vida, como lo
son en la actualidad las víctimas de las leyes que niegan la
universalidad de los valores humanos. Personas que sufren la
violencia legalista persecutoria, que tantas veces se ejerce
injustamente contra acusados privados de garantías de defensa. Y de
amor y de piedad, ¡ay, Antígona!
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