Anika entre libros

Amenazas para la lectura el día del libro

Jaume Cordelier, abril 2004


La semana pasada acudí, aunque escasamente convencido del resultado final, a la llamada de un amigo que tiene un negocio de hostelería en un pueblo de la Alcarria de Guadalajara. Digo escasamente convencido porque, el pretexto para convocarme, me pareció un tanto ficticio. Resulta que mi amigo se había comprometido a leer el Círculo de Bellas Artes de Madrid, una parte del El Quijote y quería que le acompañase. Creo que en realidad quería "presumir" ante mí de la utilidad de este día del libro.

En fin, que por no desairarle, acepté la "sugerencia" y más cuando me dijo que a la vuelta de la lectura, pasaríamos por su posada a comer un buen cordero. Esto me pareció interesantísimo porque así, de paso, podría volver a ver algunos de los lugares del libro Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela y comprobar, de este modo, cuánto cambian las cosas y personas con el paso de los años e incluso me podría servir de fuente de inspiración.

Así que le recogí en su pueblo alcarreño y durante el trayecto a la capital le expliqué los motivos que justificaban mi escéptica aceptación. Le dije a mi muy querido amigo que lo de la lectura anual de El Quijote, durante 24 horas seguidas, me parece una memez, a lo que mi eficaz hostelero contestó, de forma contundente, que de memez nada y que le parecía una excelente idea que servía para promocionar la lectura.

- Mira -le dije- dudo mucho de que esta iniciativa sirva de algo en el asunto de fomentar la lectura y, además, se ha convertido en un acto rutinario que lo único para lo que sirve es para promocionar a ciertas personas y al ministro del ramo de turno.

- Cómo eres -contestó- siempre tan mal pensado y sin querer reconocer cuando las cosas se hacen con buena intención.

- No dudo de la buena intención, sino de los resultados. - respondí, y ahí acabó, por el momento, nuestra discusión, por otra parte, ciertamente estéril dadas nuestras antagónicas posturas.

Llegados a Madrid, le acompañé al Círculo donde, finalmente, y como era de esperar, no le dejaron leer su ansiada parte de El Quijote, al parecer, por un problema de horarios. Disgusto monumental y enfado por todo lo alto. No quise hacer comentario alguno por no meter el dedo en la llaga. Así que, en completo silencio, regresamos a su pueblo.

Ya instalados en su posada, y sentados ante un buen cordero, acompañado por un excelente vino, retomamos la conversación sobre los hábitos de lectura de los españoles. Le dije que no era un problema de leer un día El Quijote en presencia de alguien importante, sino de una cuestión que hay que abordar desde la más tierna infancia. Y le puse un ejemplo que le pareció acertado, según reconoció, aunque seguro que a su pesar.

- Lo que ocurre en tu pueblo es la mejor prueba de lo que digo. Se le nombra con profusión en los dos libros de viajes a la Alcarria, de Camilo José Cela, y reconocerás que, en los años que llevamos de amigos, no hemos visto ni una sola iniciativa del Ayuntamiento por hacer algo relacionado con ello. ¿Por qué no organizan una lectura, el día de Sant Jordi, de uno de esos dos libros en vez de ir a Madrid a leer El Quijote?

- Pues no lo sé, pero no sería una mala idea.

- Por cierto ¿qué te parece el cordero? - me preguntó.

- De rechupete, como dijera, precisamente, Don Camilo. ¿Y sabes -proseguí- si a tus nietos les han hablado en el colegio de los famosos textos de Cela?

- No me consta, no te lo puedo asegurar.

- Ves. No todo se resuelve con lecturas de El Quijote, que además se han convertido ya, digas lo que digas, en actos sin sentido, por lo rutinarios. Eso estuvo bien la primera vez, ahora es un algo irrelevante.

Continuamos comiendo nuestro estupendo cordero con una ensalada para disimular y con una segunda botella de rioja para dar por terminado el ágape. Pero, quizá alentado por los efluvios postreros de un buen orujo, me quedé con la idea de escribir algo sobre el día de Sant Jordi o del libro y su inutilidad. Y en ello estoy.

Cuando llegué a Peñíscola, donde vivo hace muchos años en una casa desde la que veo claramente el castillo fantasmagórico del Papa Luna, estaba decepcionado: viaje casi inútil, salvo por el encuentro con un querido amigo, confirmación de que el hábito de la lectura en España va mal y presentimiento de que peor va a ir, como no actuemos con más imaginación.

Pero no parece que sea precisamente imaginación lo que sobra. Estando en la capital del reino con mi amigo, vimos una cadena humana que rodeaba la Biblioteca Nacional aunque, en ese momento, no le prestamos más atención. Después me enteré por la prensa de que era una protesta. Parece que ahora, pretenden (im)poner una tasa por el préstamo de libros en las bibliotecas públicas basándose en una iniciativa de la Unión Europea y con el aplauso insensato de la Sociedad General de Autores (SGAE). Inmensa voracidad la de esta gente, pensé, y, acto seguido, tiré de datos para ver cuál es la situación de la lectura en España y también la de las bibliotecas de titularidad pública. Es mucho peor de lo que creía. Veamos:

Según datos que se pueden consultar con gran facilidad en Internet, resulta que en la Unión Europea había por término medio, en 1998, 2,1 libros en establecimientos públicos por cada habitante. En nuestra querida España en el año 2000, es decir en fecha más reciente, sólo UNO.

Pero no acaba aquí el drama. Préstamos: En la UE (1998) 4,93 libros por habitante y año. España: 0,77 libros por habitante y año. Es decir, NO LLEGA A UN LIBRO. El dato español también se refiere al año 2000.

Vamos con las inversiones. La Unión Europea se gastó, en la biblioteca pública en el año 1998, una media por habitante de 13,35euros. En España la inversión por ese concepto, en el 2000, fue de 3,64 euros, repito 3,64 euros.

Y para no abrumar más a mis lectores (dudo que vistos estos datos los tenga) en Dinamarca en 1996 se compró -siempre para las bibliotecas públicas- un libro por cada dos ciudadanos y en Finlandia uno para cada tres. En España uno para cada 20 ciudadanos.

Y ahora, vienen estos listos de la SGAE a intentar cobrar un canon por el préstamo de libros, ¿pero que préstamos? Es cierto que existe una directiva europea (19 de noviembre de 1992) sobre los derechos de préstamo y alquiler de libros, en relación con los derechos de autor. Pero, no es menos cierto, que la citada norma no es de aplicación obligatoria. La mayoría de países eximen a determinadas instituciones de pagos extravagantes. En fin, aquí, lo que se pretende una vez más, es sacar dinero de los pobres incautos que se acercan a la biblioteca a por un libro.

Entre los bibliotecarios y los escasos usuarios existe una alarma generalizada por este nuevo intento de expolio que afectará, precisamente, a aquellos cuya economía es más débil, como son los escolares, estudiantes en general y jubilados, que no pueden comprarse todos los libros que, o bien necesitan para mejorar y ampliar sus estudios, o bien simplemente les apetece leer.

¿Que ocurrirá cuando un profesor encargue a un escolar la lectura de determinados libros al año? ¿Habrá que pasar por taquilla, habrá que comprar el libro o los libros? ¿Podrán las familias soportar ese gasto? Ya veremos

Lo que es inaudito es que, la SGAE pretenda proteger, algo en si mismo loable, como son los derechos de propiedad intelectual, a costa de los ciudadanos. Las bibliotecas públicas son financiadas por todos los contribuyentes, crean puestos de trabajo y contribuyen a mejorar el escaso hábito de lectura del español medio. ¡Ya está bien de saquearnos!


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