Ah, esa cosa llamada identidad
Qué cosa tan escurridiza es la identidad, reflexiono después de finalizar un comentario en un blog ajeno y asistir al momento final en que se nos pide identificarnos. Se nos muestra seguidamente una imagen con determinados caracteres en cursiva, sombreados y distorsionados, a fin de que los transcribamos en un espacio en blanco. Textualmente leemos antes: "Demuestra que no eres un robot". Con otras palabras, se nos exige de esta forma verificar que somos seres supuestamente dotados de una identidad intransferible frente a robots que se puedan hacer pasar por nosotros. ¿Cómo probar entonces que nuestra firma nos identifica cuando el blog nos ofrece a continuación la modalidad de elegir una de entre varias identidades bajo las que revelarnos? Se puede elegir firmar con un nombre inventado o con el propio nombre, cuestión que también en este último caso solo remite a la máscara detrás de la cual no hay nada más que lo que los demás quieren ver. No otra cosa distinta a la máscara es la propia identidad, pues como expone Witold Gombrowicz en su libro Ferdydurke, uno es siempre para el otro que nos imagina. Escribe:
Existo de manera definida solo gracias a alguien y para alguien. Existo en cuanto forma, a través del otro.
Y no solo debido a las convenciones que impone un determinado contexto social, añade Gombrowicz, sino porque sobre la base de las relaciones accidentales entre los humanos nace igualmente la forma, a menudo inesperada y absurda. Nada somos, pues, sin la máscara o la forma que sirve para que los demás puedan vernos, sentirnos y experimentarnos. La identidad no es, por tanto, sino la propia imagen que se forma en el alma ajena, aunque esta alma sea cretina. En palabras de Juan Lancastre, uno de los protagonistas de Aire de Dylan, novela de Enrique Vila-Matas:
Uno nunca sabe quién es. Son los demás los que le dicen a uno quién y qué es. Te explican tantas veces quién eres y de formas tan distintas, que al final uno acaba por no saber en absoluto quién es. Todos dicen de ti algo diferente. Incluso uno mismo está siempre cambiando de opiniones. Si a eso añadimos que uno se esfuerza por sorprender a los otros siendo varias personas al mismo tiempo, lo que en verdad acaba sucediendo es que terminamos no teniendo ni la menor noción de quién somos o podríamos haber sido.
La forma nos penetra y aprisiona desde fuera, pero también desde el interior. Irremediablemente todos somos actores, pues la máscara nos es consustancial, aunque se pueda rasgar en sus fisuras para intentar excederla. Demostrar entonces en un blog ajeno que se es uno mismo supone, por consiguiente, un modo de confirmar que se es otro. A la vez, que somos varios que, según las circunstancias, realizamos operaciones supuestamente reservadas solo a uno mismo. Y en mayor medida, si se tiene en cuenta, como termina por percibirlo el joven Vilnius de Aire de Dylan, la imposibilidad de afirmarse como sujeto unitario, compacto y perfectamente perfilado. Anteriormente, a lo largo de la novela, Vilnius, obsesionado, ha buscado en vano ser él mismo y conocer la realidad última frente a la identidad múltiple de su padre. Pero a la postre toma consciencia, en palabras benévolamente irónicas de Vila-Matas, alusivas al fragmento célebre de John Donne, de que
Ninguno de nosotros era una isla, ninguno era algo completo en sí mismo, sino un fragmento del continente, una parte del conjunto de nuestra sociedad de aire.
Sociedad de aire y "aire de todas las máscaras", tal y como se dice en Aire de Dylan, concebida la vida como "la farsa que todos debemos representar".
Comentario de los lectores:
- Ah, esa cosa llamada identidad