el arte de la resurrección

Opinión:

Que Hernán Rivera Letelier se mueve de cine en las distancias cortas es un hecho (“La contadora de películas”), aprovecha cada página, sin necesidad de irse por las ramas, con retazos de historias, muchas veces sorprendentes y que generalmente se leen de tirón. Suelen resultar deliciosas. En “El arte de la resurrección” se explaya un poco más, ya es una novela de más de doscientas cincuenta páginas, y aunque se le reconoce el mismo ritmo y proceso en ocasiones tienes la impresión de que resulta repetitivo. Pero también entiendes que es el personaje el que necesariamente provoca esas reacciones allá donde va, de modo que es inevitable que leas en diferentes momentos de su vida lo mismo: esto le sirve al autor, además, para hacernos ver hasta qué punto el fanatismo del creyente (y del que “necesita” creer también) convierte una visita del cristo en una fiesta de gritos, vítores y adoración. Si obvias estos déjà-vus el resto del libro es lo que esperas, una historia atractiva con tintes ácidos de crítica social, humor –un humor que “parece” inocente y que resulta de lo más divertido-, drama, y sensaciones de realismo mágico que en el fondo están muy bien integrados.
 
Rivera Letelierintroduce el humor más humano entre escenas de lo más surrealistas, y el drama más puro en biografías de luchadores que decidieron sobrevivir a la miseria de las tierras más pobres de Chile centrándose de nuevo en las salitreras, posiblemente los lugares más duros, esclavos y míseros de la pampa chilena. Aquí reconoces al autor rápidamente, la ambientación que ya hemos visto antes, la misma miseria y, sin embargo, también esa forma de vida que hace que las personas se adapten a cualquier cosa encontrando un motivo para ser feliz. En Providencia, Magalena es ese motivo para muchos: prostituta generosa pero más santa que el propio sacerdote que se empeña en ponerles en el camino recto. Al Cristo de Elqui, tan humano como los demás, Magalena le parece la discípula perfecta: creyente amantísima y amantísima prostituta, podrá recorrer el mundo con él para predicar el fin del mundo y de paso, desahogarle sexualmente. Como pareja resulta de lo más atractivo, sin duda, pero Rivera Letelier nos presenta dos personajes muy peculiares que nos pueden llegar a enamorar en la distancia. Al Cristo le mueve su amor y su promesa a su madre, y a Magalena le mueve el derecho a recordarle a su padre que ella es más honesta que él con su vida y que existe a pesar de todo.
 
Tiene momentos verdaderamente graciosos, como cuando el Cristo toma la decisión de volar para demostrar sus milagros, o como cuando Magalena se instala al lado de las vías del tren en pleno desierto, pero también los tiene tristes y realmente duros, esta vez muy centrados en el trato que a veces recibe el nuevo profeta, o en la infancia de la propia Magalena. Es lógico, Rivera Leteliertrata de plasmar entre sonrisas y sorpresas una realidad demasiado dura, la de los habitantes de las oficinas salitreras en 1942. Y vaya si lo consigue.
 
Anika Lillo