Anika entre libros

necrópolis

Ficha realizada por: Anika Lillo
necrópolis

Título: necrópolis
Título Original: (nekropola, 1967)
Autor: Boris Pahor
Editorial: Anagrama


Copyright: Prólogo de Claudio Magris
© Traducción de Barbara Pregelj, 2010
© Boris Pahor, 1967
© Editorial Anagrama, 2010 ISBN: 9788433975362
Etiquetas: 2ª gm 2ª guerra mundial derechos humanos holocausto ii guerra mundial nacionalsocialismo nazis nazismo supervivencia superviviente testimonio testimonios

Argumento:


El esloveno Boris Pahor es uno de los supervivientes del Holocausto nazi. En el 2010 Pahor aún vive (nació en 1913, en Trieste) pero está muy mayor, sin embargo ha podido ver publicado su “Necrópolis” en España.
 
Necrópolis” comienza con su visita, años más tarde del final de la II Guerra Mundial, al campo de concentración de Natzweiler-Struthof sobre los Vosgos. Allí hay visitantes, turistas, y él podría parecerlo también de no ser porque su visita trata de exorcizar demonios y deshacerse de fantasmas al tiempo que evoca su paso por varios campos de concentración (Dora, Bergen-Belsen, Dachau…)

Opinión:


Te preguntarás, posiblemente, qué tiene de nuevo un libro escrito en 1966 y sobre un tema tan traído y leído como el holocausto. Pues yo he encontrado varias cosas y una nueva reflexión, y sólo por eso ya me ha valido la pena. Ya no se trata de leer un testimonio más, seguir viendo y viviendo la situación mediante los ojos de otra víctima, que lo que puede hacerte es confirmar lo que ya sabes en cuanto a cómo se siente uno después de que acabe todo. Hay más.
 
En primer lugar la gran reflexión que saco de todo esto. Cuando ya creía que había empezado a comprender, después de tanto leer, las maniobras y actitudes de los nazis (comprender no es compartir) me asalta una nueva duda a la que no encuentro respuesta, y “Necrópolis” es una buena muestra de ella. Si los nazis se dedicaban a masacrar, gasear y tirotear a miles de judíos, sin importarles su estado físico ¿qué les motivaba a permitir que hubiera médicos y enfermeros que se encargaran de esqueletos tuberculosos o febriles, con diarreas que vomitaban lo poco que quedaba de ellos, para mantenerlos con vida si, al final, lo que querían en realidad era acabar con todos? ¿Por qué tenían médicos entre sus víctimas ejerciendo de tal? (y otros que antes no lo fueron pero aprendieron el oficio allí mismo) Los presos se utilizaban para trabajar hasta la extenuación o simplemente se trasladaban a cámaras de gas y crematorios ¿qué sentido tenía entonces que por un flemón que posiblemente se convirtiera en fiebre y muerte por falta de comida y medicamentos, se enviara al paciente a un médico? La mayoría terminaban fundidos en sus propios jergones, y en ocasiones Pahor nos cuenta cómo obligaban a estos esqueletos a vestirse y subirse a camiones para llevarles a otro campo de concentración ¿Qué sentido tiene eso? Ninguno. Absolutamente ninguno.
 
Necrópolis” está lleno de situaciones como esta, absurdas y extrañas, donde se alargaba la tortura hasta el límite, donde se cogían los cuerpos de los fallecidos con unas largas tenazas que apretaban cuellos (como Claudio Magris en su prólogo yo también me pregunto qué tipo de persona inventaría esta herramienta, cómo sería su perfil psicológico) para trasladarlos al crematorio de una forma “más cómoda”, donde ser italiano estaba peor visto que ser esloveno u holandés o francés, donde el carbón sustituía al alimento, donde se amontonaban cuerpos de moribundos en vagones y si el de abajo estaba con vida ya no llegaría a destino con aliento porque encima había otros como él…
 
Y cuenta cosas que yo no conocía (la herramienta inventada para el traslado de cuerpos antes mencionada es nueva para mí) como el canibalismo, o como que a veces se vengaban del kapo (normalmente judío que ocupaba un cargo y se portaba peor que los nazis) con una inyección mortal. También cuenta uno de los experimentos de Himmler en el que ponían sobre un esqueleto moribundo al que congelaban con agua helada, el cuerpo desnudo de una joven caliente para ver si el cuerpo femenino despertaba el deseo sexual. Barbaridades, torturas… Pero cuenta más, mucho más.
 
Y habla de otras víctimas, rememorando sus palabras, como Anna Frank, el doctor Blaha u otros compañeros que también dejaron sus vicencias plasmadas en libros, o de los gitanos, o de las víctimas de las escaleras de Mauthausen… es curioso, pero ahí es donde Boris Pahor se da cuenta de lo afortunado que es. Afortunado, es irónico.
 
Y por último están las descripciones, la propia narración de Boris Pahor. Una tiene la sensación de que el hombre no te está contando nada, de que está pensando en voz alta, que todo lo que dice tiene sentido sólo en su cabeza, a medio camino entre una cierta poesía (como si no quisiera recordar las cosas citándolas por su nombres) y flashes del pasado. Es en los momentos en que parece tener más lucidez cuando lo que cuenta es más impactante. Mientras evoca convirtiendo el cuerpo de los presos en palos de madera o sus caderas en mariposas de madera, o las duchas en flores de agua, cuesta en ocasiones entender de lo que habla, de ahí que haya que prestar especial atención a esos momentos. Pero luego lo centra todo más, lo enfoca, describe con más claridad y te transmite sus sensaciones. En esos momentos ves la humillación, la tortura, el dolor, la desesperación, la enfermedad, la maldad… y entiendes que haya querido narrar su historia hablando de palos y mariposas.
 
Anika Lillo

Frases de esta opinión pueden utilizarse libremente en otros medios para promoción del libro, siempre que no se varíe y se mencionen al autor de la misma y al medio anikaentrelibros.com

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