el día de mañana

Opinión:

Cualquier tiempo pasado no fue mejor. Para demostrarlo basta con asomarse a la vida de Justo Gil, el personaje complejo y sugerente que Ignacio Martínez de Pisón dibuja en su excelente novela “El día de mañana”. Basta también con sumergirse en las páginas de este libro adictivo para comprobar que las grandes novelas no son un género del pasado.

La vida de Justo Gil es un laberinto de múltiples entradas y salidas, pero que siempre desemboca en el mismo destino: la indiferencia, el rencor social y la traición. El suyo es un relato de miserias, de la vida gris que afloraba en los años 60 y 70. Es Barcelona, pero podía ser cualquier otra ciudad. Es Justo Gil, pero podían ser muchos otros que vivían vidas ajenas en beneficio de la propia. Justo es un farsante, un estafador, un ladrón de ilusiones que aprovecha su encanto personal para apropiarse de los sueños de otros. Y parece que triunfa, que se sale con la suya, que la traición a amigos, conocidos y amantes, le reconcilia con el resentimiento del que se nutre en la vida.

Pero Justo es un personaje ambiguo, múltiple, consciente de su debilidad y de sus carencias. Es un cabrón, lo reconoce y el lector asiente. Pero no es un malo absoluto. Martínez de Pisón maneja perfectamente los personajes. No hay buenos perfectos ni malos eternamente odiosos. Son personajes fruto de su tiempo y de las circunstancias. Justo se redime por amor, que es la otra gran línea transversal que cruza toda la novela. En medio de la degradación, de esa España gris y mediocre, el amor surge para elevar a las vidas anónimas a la categoría de gente esperanzada.

Se podrían decir muchos elogios del libro: ameno, perfectamente estructurado, bien definidos los personajes, un retrato fiel de una época y un país a través de una docenas de vidas. Y todo sería cierto. Pero yo prefiero quedarme con la impresión de haber disfrutado, de haber leído con ansiedad para saber qué ocurrirá con Justo, con la impaciencia de descubrir qué dobles o triples lealtades nos mueven y conmueven. A todo ello siempre encontraba una respuesta lúcida en las páginas del libro, escritas con la precisión de un cirujano experimentado. No lo dijo Justo Gil, sino Caballero Bonald, aunque tal vez lo pensó sin saberlo: Somos el tiempo que nos queda. No se queden sin leer esta fantástica novela.

Javier Juárez