La flor roja

Opinión:

Un libro que estremece, de pura belleza. Texto e imágenes se entrelazan hasta formar un todo indisoluble en esta historia, protagonizada por un héroe atormentado que alcanza a vislumbrar cómo todos los males que acechan al universo se hallan concentrados en tres minúsculas flores que crecen en el jardín del sanatorio donde ha sido ingresado. A partir de entonces, el interno entregará su vida a la tarea de arrancar esas amapolas, una odisea absurda, descabellada, que conmueve profundamente por la sobriedad del texto y la honda huella autobiográfica que se respira detrás de cada palabra.

El autor deja que los fantasmas que rondaron por su mente y acabaron conduciéndolo al suicidio a los treinta y tres años se paseen por las páginas de este relato blanco, salpicado de magenta. Un relato estructurado en seis capítulos que narran el sacrificio de un inocente, desde su llegada al manicomio hasta la noche en que corta la tercera flor; nada más y nada menos que la historia de una criatura perdida que encuentra en esta pequeña proeza una razón para vivir y morir, la única forma de trascendencia posible.

Conmueve leer la devastadora percepción de la realidad del interno en frases como esta: "El sanatorio estaba poblado de gente de todos los tiempos y todos los países. Allí se reunían tanto vivos como muertos. Allí se reunían los ilustres los grandes del mundo con los soldados muertos en la última guerra, resucitados." La locura es un lugar más allá de la vida y de la muerte, un espacio en el que los tiempos y los seres se dan la mano y forman un círculo, el de los elegidos para salvar al mundo. De ahí que los inconfundibles dibujos de Sara Morante, concebidos en sus habituales escalas de blancos, negros y rojos, hayan huido de retratar al loco como caricatura de sí mismo o ser abyecto. Por el contrario, buscan reflejar la belleza melancólica, hasta podría decirse que serena del protagonista, que guarda un sorprendente parecido físico con el propio Garshín. Un joven de cabellos negros y ojos claros, asediado por las notas de rojo que salpican el libro, desde la filigrana de la cortina de gasa a las cruces cárdenas de las cofias de los enfermeros y el corazón implacable de las amapolas en el patio. Un héroe melancólico que interroga al lector con su mirada transparente desde el otro lado de cada ilustración, en esta inolvidable y delicada metáfora de la locura que ningún amante de la buena literatura debería perderse.

Patricia Esteban Erlés